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El enterrador de la concordia

El espectáculo sepulcral que nos brindó Pedrígula la pasada semana tuvo dos finalidades infames: desviar la atención de la red de corrupción "familiar" y avivar la agenda cainita.

El espectáculo sepulcral que nos brindó Pedrígula la pasada semana tuvo dos finalidades infames: desviar la atención de la red de corrupción "familiar" y avivar la agenda cainita.
Pedro Sánchez. | EFE

El espectáculo necrófilo con el que el jueves de la semana pasada nos obsequió Pedrígula, tras regresar de un viaje internacional de pleitesía a regímenes tiránicos y machistas y en el que aparecía disfrazado de espermatozoide de película de Woody Alen tuvo dos finalidades infames: desviar la atención de la red de corrupción "familiar" y avivar la agenda cainita. Vemos cada una de ellas.

La primera finalidad del espectáculo necrófilo consistió en desviar la atención de la red de corrupción "familiar". Estamos ante un efecto colateral de la koldumbre que inunda nuestro país y que, como patología oportunista (recordamos a los lectores que denominamos koldumbre a la "podredumbre sistémica de las instituciones generada por los Koldos y las Koldas que colonizan la vida política y académica gracias al amparo del poder establecido"), en este caso, cursa como infección de Koldecrofilia cuando el César se ve necesitado de montar espectáculos necrófilos para ocultar la corrupción que ampara su autocracia y desvía —cual ilusionista y con la colaboración necesaria de los medios de comunicación afectos al poder— la estúpida atención del noble y aborregado pueblo. Todo ello para que la emperatriz Pompeya Gómez pueda maquinar capturas de fondos al amparo de humillar el prestigio que un día tuvo la mayor universidad pública española del que algunas y algunos nos seguimos sintiendo orgullosos de pertenecer a su claustro; aún a pesar del espectáculo humillante que han posibilitado las autoridades académicas reconociendo una Cátedra fantasmagórica codirigida con un presunto experto en digitalización con apellido de resonancias evangélicas del ladrón liberado.

La segunda finalidad del espectáculo necrófilo consistió en avivar la agenda cainita. Siendo la primera finalidad infame, esta segunda es mucho más peligrosa para la paz social y, por ello, titulamos esta opinión calificando a Pedrígula de enterrador de la concordia como metáfora de la obra que lleva muchos años representando consistente en el sepelio de la concordia alcanzada por el pueblo español tras la guerra fratricida. Decimos que esta segunda finalidad nos parece mucho más peligrosa para la paz social porque remover los rescoldos de odios fratricidas feliz y trabajosamente superados gracias a la generosidad de la ciudadanía para pretender sacar ventaja de una interpretación hemipléjica de la historia reciente que enfrenta a los ciudadanos españoles es una práctica política infame por falaz en sus fundamentos y por peligrosa en sus efectos. Y ello porque la contorsión tergiversadora de la verdad histórica es tan intensa que cambia el recto sentido de lo acaecido de modo tal que quienes fueron víctimas físicamente eliminadas por miles de adultos, niños y jóvenes se presentan como los verdugos de los criminales que los asesinaron, como así consta en pruebas documentales y testificales. Y lo peor de todo es que los herederos de las víctimas del genocidio aceptan mansamente el relato falaz por un miedo invencible a ser señalados como fascistas.

En conclusión, las dos finalidades que persiguió Pedrígula con su espectáculo necrófilo de la pasada semana son tan eficientes para la supervivencia política del régimen autocrático y corrupto que está dispuesto a instaurar en España como dañinos para el régimen constitucional que nos dimos libremente los españoles en 1978. Ambos propósitos podrían llevar a retitular esta opinión como La extraña pareja: el enterrador y la conseguidora.

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