
Tras cinco días de ejercicios espirituales destinados a desentrañar el dogma de la dictadura democrática que Sánchez quiere implantar, tan sólo queda una duda por resolver. Se sospechaba que era un embustero de primer orden y ha quedado confirmado que es de los peores pues, como dice Pablo Planas, miente hasta cuando saluda. Se pensaba que era un adicto al poder hasta el punto de poner todo valor o sentimiento al servicio de su detentación y se ha confirmado que no respeta ni al rey. Se creía que carecía de escrúpulos y se ha comprobado que tampoco tiene conciencia. Se barruntaba que lo que se proponía era emprender una campaña liberticida para proteger su mandato y ya ha afirmado que se propone postularse también para el siguiente. Se sospechaba que tenía la cara hecha de granito y hoy se comprueba que en realidad está compuesta de carbono cristalizado, que, aunque muy agujereado, no deja de ser durísimo diamante. Se temía que de esta saliera no un dimisionario, sino un morlaco cinqueño, mal encarado, gacho y cornicorto, más manso que un mayalde resabiado, decidido a coger mortalmente a todo al que se le opusiera y hoy ya sabemos que está decidido a voltear a todo periodista crítico o juez independiente que tenga el valor de mantenerse en el ruedo.
La única duda que permanece es precisamente la que afecta a la única certeza que teníamos el miércoles. Entonces nos pareció que efectivamente era un hombre profundamente enamorado y que la sincera manifestación de su amor era quizá la única verdad que la carta contenía. Sin embargo, hoy cabe sospechar, quizá con algo de malicia, que lo de Begoña y él no es un matrimonio, sino, como mucho, una sociedad de garantía recíproca o, mejor, una de socorro mutuo. Y es que, el marido, tras consentir que su esposa se meta en negocios con empresas beneficiarias de millonarias ayudas gubernamentales, le propuso montar una pantomima con la que engañar a los españoles en la que interpretaría el papel de consorte indignada. Y ella, en vez de negarse mostrando ese mínimo de dignidad que al otro le falta, consintió y cooperó de buen grado prestándose a representar el sainete.
Y he aquí por tanto la única pregunta que los periodistasde la prensa del corazón, que todavía no han sido amenazados, deberán contestar: ¿Están Pedro y Begoña tan profundamente enamorados como dicen? ¿Es posible que sea sólo él quien está prendado? ¿O es acaso sólo ella la que bebe los vientos por el galán? ¿No será más bien que cada cual tiene sus propios amoríos y tan sólo se fingen unidos por el común interés de ostentar el poder, él como titular y ella de forma vicaria? No me atrevo ni a especular. Es mejor dejar la respuesta a los profesionales, que tienen en esto un filón que ríete tú de Enrique Ponce y Ana Soria.
