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Cristina Losada

Cómo recompensar una masacre y alentar la siguiente

Es la primera vez que un ataque terrorista organizado y masivo, de una brutalidad escalofriante, recibe tan pronto una simbólica gratificación.

Es la primera vez que un ataque terrorista organizado y masivo, de una brutalidad escalofriante, recibe tan pronto una simbólica gratificación.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados. | EFE/ Chema Moya

A partir del 28 de mayo, España figurará en la lista de países que decidieron reconocer el Estado palestino después de la masacre de Hamás en Israel el 7 de octubre de 2023. La lista es singularmente breve. Antes de España, que ha conseguido la compañía de Noruega e Irlanda, lo hicieron Barbados, Jamaica, Trinidad y Tobago y Bahamas. Estos son los siete países del mundo cuyos gobiernos han elegido este preciso momento para darles satisfacción a organizaciones que, en nombre de los palestinos, utilizan desde hace décadas toda clase de tácticas terroristas. No es la primera vez que el terrrorismo palestino se ve recompensado por Gobiernos o por organizaciones internacionales, con la ONU en lugar destacado, pero es la primera vez que un ataque terrorista organizado y masivo, de una brutalidad escalofriante, recibe tan pronto una simbólica gratificación.

La primera paradoja de este gesto vacío es que se hace supuestamente en pro de la solución de los dos estados cuando Hamás, principal gratificado, no quiere saber nada de eso: su objetivo es eliminar a Israel y a sus ciudadanos. La inutilidad esencial del gesto la reconocen hasta los que reconocen. El estado palestino no existe y el reconocimiento de lo inexistente tampoco acercará su existencia. Al contrario. Porque la existencia aquí determinante es la del terrorismo palestino. La existencia del terrorismo palestino es lo que ha alejado siempre la posibilidad de los dos estados. Recompensar ahora el ataque de Hamás sólo puede alentar nuevos ciclos de terrorismo. Y un terrorismo que amenaza la propia existencia de Israel sólo puede provocar respuestas que causen muertes de civiles palestinos, que son rehenes y carne de cañón de los grupos armados. España tendrá su parte de responsabilidad por alimentar este círculo vicioso.

El primer ministro portugués se lo dijo a Sánchez cuando éste quiso convencerle: no es el momento. Los tres países europeos no podían haber elegido peor momento que el de una escalada cuyo origen es un ataque terrorista que incluso en Israel, acostumbrada al terror, fue de dimensiones sin precedentes. Más, cuando hay aún rehenes israelíes en poder del grupo islamista. La influencia de España y sus dos acompañantes sobre el conflicto ya era mínima, pero su decisión de tomar partido, de favorecer a una parte en perjuicio de la otra, la reduce a cero. Pierden cualquier ascendiente que pudieran tener sobre Israel. No van a conseguir atemperar su respuesta al ataque. No le generarán a Netanyahu más oposición de la que ya tiene. Y no harán ninguna presión haciéndole ver, ¡cómo si no lo supiera!, el aislamiento internacional en que se encuentra, situación a la que Israel está habituada.

Ni palomas de la paz ni ramitas de olivo trae este gesto vacío: vacío, sobre todo, de buenas intenciones. Lo mueven intereses y lo mueve el oportunismo, pero la bondad pacifista no lo mueve en absoluto. El ministro de Exteriores israelí tiene razón cuando dice que el mensaje que lanzan los tres países europeos es que el terrorismo sale a cuenta, que tiene premio y recompensa. No la tiene, en cambio, cuando amenaza a España con tomar "una medida similar". España es algo más que un presidente del Gobierno desesperadamente en busca de votantes, entregado a la demagogia y dependiente de la izquierda radical.

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