
En una encuesta sobre los diez años de reinado de Felipe VI, a la pregunta de si sus decisiones habían conseguido regenerar la imagen de la Corona, cuatro de cada diez decían que sí, pero que eran insuficientes. Al Rey siempre hay que exigirle más, pensarían los cuatro. De modo que le exigen al Rey lo que no les han exigido a los representantes electos y a sus partidos políticos. No se les exigió, en todo caso, con la constancia y el escrutinio debidos. Si aquel furor de hace unos años por la regeneración democrática quedó en nada fue, en buena medida, por falta de exigencia y de demanda. Cierto que la regeneración nunca fue mucho más que un contenedor de deseos y promesas muy vacío de concreciones. Por eso, cualquier oportunista puede hacerse con la etiqueta y meter ahí lo que le convenga. Regeneración puede ser, de pronto, controlar a la prensa y a los jueces.
La llamada nueva política, que tanto ruido hizo con la regeneración, fue el síntoma y también el agente de un cuestionamiento del orden constitucional basado, de forma novedosa, en la ignorancia. Lo de aquella hornada fue el adanismo, el deseo inmaduro por empezar desde cero, la incapacidad transversal para valorar lo existente. Había ahí quienes querían echar abajo lo del 78 y había quienes no lo querían echar abajo, pero que, oye, por qué no vamos a poder hacer un referéndum sobre si queremos o no la Monarquía parlamentaria o cualquier otra cosa. El orden constitucional, las instituciones, la ley, la tradición eran, para esta hornada, material obsoleto. Fue el momento en el que muchos decían que había que cambiar la Constitución porque no habían tenido la oportunidad de votarla. ¡A cada generación, su Constitución! ¡Venga!
La oleada adanista y populista pasó, pero no del todo. Su infantilismo político sigue por ahí. El desconocimiento y la inconsciencia persisten. Y uno de los mayores desconocimientos que se detectan es el que existe sobre la Corona. Si en el currículo escolar se incluye información sobre la Constitución española, poco se nota. Sobre el papel constitucional del Rey aún se sabe menos y muchos se preguntan con desconcierto o con desprecio: ¿y para qué sirve? Pues sirve, queridos niños, para que cuando alguien intenta dar un golpe de Estado, el Rey se dirija a la nación, diga que los golpistas se han puesto fuera de la ley y anuncie que se va restablecer el orden constitucional. El Rey es la garantía última de que la Constitución prevalece y la Nación permanece. Si a los niños les parece poca utilidad, es que todavía les queda mucho que aprender.
Claro que no se les puede pedir nada a los niños, cuando los mayores se portan peor. Porque entre los que no fueron a clase el día que daban la Constitución, están políticos de primera fila y está el propio presidente del Gobierno, que ha mostrado que desconoce cosas elementales, a pesar de que están al principio —¡no tiene ni que leerla entera!— y son de cajón. Pero a veces olvidamos que Sánchez fue uno más de la hornada que no valoraba lo que teníamos y se movía alegremente entre el adanismo del "nada vale" y el descaro del "vale todo". Está en la misma longitud de onda que los de "para qué sirve el Rey". Al Rey sólo le ve utilidad para el trámite de hacerle presidente o para que le haga un cameo al final de su espantada y coronarla. Qué pinta el Rey donde ya hay un rey, se dirá el que sólo puede ser rey del melodrama.