
Es una vieja tradición periodística tener escritos obituarios de celebridades que se sabe que están en las últimas. Se sacan del congelador los artículos mortuorios y se meten en el microondas en cuanto salta la liebre del fallecimiento del célebre escritor, del eminente científico, de la famosa tonadillera… y la necrológica revive, toma aire y se lanza coleando hacia la portada del medio en cuestión en la que el muerto aparece mejor que nunca si el editor ha buscado la foto más favorecedora que seguramente no será la de sus últimos días en la Tierra sino del aspecto que tendrá por toda la eternidad allá en el Cielo, más o menos con el look que tenía a los veinticinco años, la flor de la vida, el fósil de la muerte.
El caso es que enterado por Twitter de que Chomsky había fallecido, se tenían noticias de que estaba ingresado en un hospital en Brasil donde quizás se había desplazado el lingüista norteamericano para una gira de abrazos a los dictadores populistas y social-comunistas latinoamericanos que tan simpáticos le caen, me lancé sobre el teclado para glosar los méritos de Chomsky, egregio filósofo del lenguaje y celebrity del activismo político. Pero Nuria Richart me paró los dedos en seco: al parecer el deceso había sido una fake news más en estos tiempos de bulos e invents aumentados exponencialmente por las redes sociales, esas bestias que degluten información a la velocidad de la luz para escupirla en forma de "hashtag" (etiqueta) en Twitter. El colmo de la impostura fue del semanario de izquierdas The New Statesman que, aprovechando que el Támesis pasa por Londres, usó una pieza que le había pedido con anterioridad a Varoufakis sobre su relación con Chomsky para hacerlo pasar como un artículo de despedida del economista griego marxista-libertario (así se autodescribe) al politólogo anarco-socialista (como se autopercibe).
Dos días después de su no muerte, sigue rutilando el nombre de Chomsky en la columna de temas candentes de la red social de Elon Musk, ahora más bien por los "memes" (presuntamente ingeniosos tuits) a su costa.
—Mamá, papá, ¡¡¡Chomsky está muerto!!!
—¿¡Qué!?
—Muerto de ganas de votar contra la ultraderecha.
Por cierto, la etiqueta con más tuits ahora mismo en Twitter es "Clint Eastwood" y me pregunto si será para felicitarle al cumpleaños o para anunciar su (no) muerte. Paradójicamente, fue un referente de los medios de izquierda, Jacobin, el que lanzó el bulo de la muerte de uno de sus ídolos siguiendo, otra paradoja dadas las querencias chomskyanas por Hamás, lo tuiteado por una profesora palestina. Lo desmintió Steven Pinker, uno de sus discípulos, tras la inaudita acción de consultar una fuente relevante: la propia mujer de Chomsky. No hay mal que por bien no venga, al enterarnos de que el activista de ultraizquierda no está muerto también averiguamos que su mujer se llama Valeria.
Por mi parte, no tengo escrito ningún obituario a priori no tanto por respeto sino porque considero que hasta el rabo todo es toro y vete tú a saber si en sus últimos días, en su postrer momento, el dado por muerto en vida, el zombi al que rodean los medios de comunicación para devorarlo, masticarlo y posteriormente escupirlo a la fosa del olvido, se rebela contra su vida pasada y renuncia a sus actos e ideas como si fuesen Satanás en la cuna bautismal. Al parecer, en su lecho de muerte, asistido únicamente por la landlady, Wittgenstein susurró "Decidles que mi vida ha sido feliz". Y es leyenda cinematográfica que la última palabra de Charles Foster Kane fue "Rosebud", aunque no pudo escucharla nadie, lo que cambiaba radicalmente el sentido entero de su vida. Lo dicho, hasta el último suspiro vital no hay que escribir la primera palabra sobre la inmortalidad del finado. Decía Chesterton que el periodismo consiste esencialmente en decir que Lord Jones ha muerto a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo. Ahora, sin embargo, el periodismo consiste en resucitar a los muertos que las redes sociales se lanzan alegremente a asesinar virtualmente. Vamos a esperar pacientemente a que Noam Chomsky termine de morirse antes de anunciar urbi et orbi sus muchas grandezas (masacró a conductistas como Skinner, derrotó a posmodernos como Foucault) y alguna que otra miseria (equiparó la democracia liberal con la dictadura comunista desde su torre de marfil anarcohedonista, y ahora, a pesar de estar afectado por un derrame cerebral, sigue levantando el puño en solidaridad con los criminales del 7 de octubre en Israel). ¡Larga vida a Noam Chomsky! Quién sabe si todavía le da tiempo de rectificar su larga trayectoria de apoyo a tiranías de izquierda…