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Las medidas socialdemócratas de Marine Le Pen

Si el Estado liberal se basa en que nada es gratis, el Estado socialdemócrata se organiza en torno al principio de que todo cuesta muchísimo.

Si el Estado liberal se basa en que nada es gratis, el Estado socialdemócrata se organiza en torno al principio de que todo cuesta muchísimo.
Marine Le Pen y Jordan Bardella en un mitin de las legislativas del 30 de junio de 2024 | Europa Press

Se suele tachar de Marine Le Pen de fascista, cuando realmente cabría tildarla de socialdemócrata. Para sorpresa, y escándalo, del tertuliano español medio de izquierdas, la clase obrera vota a su partido, Agrupación Nacional. El 54 % de las personas que se autoidentifican como "desfavorecidas" apoyaron mayoritariamente al partido de Le Pen, que también consiguió el mayor porcentaje de votos de la clase "popular" (38 %).

El postulado en el que se basa la política de la dirigente francesa es que existe una contradicción entre Estado de Bienestar e inmigración sin control. Nada que no defienda en la teoría y lleve a cabo en la práctica la primera ministra socialdemócrata Mette Frederiksen en Dinamarca, la utopía socialdemócrata hecha realidad.

Frederiksen basó su gran apoyo popular precisamente en salvaguardar su prodigioso y pródigo Estado de Bienestar, el cual necesita un compromiso ético muy fuerte de los miembros de la comunidad danesa. Los extendidos derechos sufragados por el Estado presuponen un conjunto de deberes igualmente grande y trabajoso. Si el Estado liberal se basa en que nada es gratis, el Estado socialdemócrata se organiza en torno al principio de que todo cuesta muchísimo. Para ello hace falta una gran conciencia cívica, una profunda responsabilidad asumida y una internalización superlativa de lo que significa ser danés, alguien relacionado con su historia, imbuido en una tradición y que sobrepone de manera casi natural, al haberlo mamado en su pequeña tribu danesa de seis millones de habitantes, que la comunidad nacional está por delante de los intereses individuales, sin ser ello óbice para defender los derechos fundamentales de cada persona.

Pues bien, todo este pacto socialdemócrata danés –simbolizado en el uso de la bicicleta como un beneficio personal alineado con cuestiones medioambientales y de civilización– estaba siendo puesto en cuestión por la llegada de miles de inmigrantes provenientes de países con Estados fallidos, culturas que desprecian lo público, religiones que maltratan a mujeres y homosexuales, y, en general, patrones ideológicos en los que la relación de los individuos respecto al Estado no es de ciudadanía, una conquista que tardó siglos y sangre en imponerse en Europa, sino de servidumbre. Y a alguien con mentalidad de siervo no le puedes pedir de la noche a la mañana que se transforme en un ciudadano ejemplar porque su mentalidad y sus costumbres es la de considerar al Estado un enemigo con el que mantener una relación de suma cero, por lo que el único deber que entiende es el de sacarle todas las prebendas posibles sin necesidad de contraprestación.

Las medidas que ha tomado Frederiksen son exactamente las mismas que ha anunciado Le Pen. En primer lugar, retirar las ayudas públicas y subsidios a los inmigrantes que no estén trabajando y cotizando en el sistema público danés (vulgo, "paguitas"). La restricción a la inmigración se debe en este caso no solo a una necesidad económica de la sociedad, sino también para empujar a las mujeres fuera del hogar, de manera que no solo se vean sometidas a los discursos misóginos y machistas que consideran a las mujeres propiedad de sus maridos y sus imanes.

Frederiksen considera que el inmigrante tiene el derecho y también el deber de integrarse en Dinamarca. ¿Y qué es Dinamarca? Para empezar un Estado social que se nutre de la participación poco menos que entusiasta de sus participantes, por lo que las ayudas sociales no pueden ser estructurales, sino puntuales. Algo incompatible con la mentalidad del subsidio de muchos inmigrantes alejados de la ética protestante del trabajo duro, practicantes entusiastas del derecho a la pereza y fans de la teoría de la renta básica universal (si la conocieran, claro). El tertuliano habitual de izquierda español tacharía de fascistas las siguientes declaraciones de Frederiksen:

Queremos introducir una nueva lógica de trabajo en la que las personas tienen el deber de hacer una contribución y ser útiles, y si no pueden encontrar un trabajo regular, tendrán que prestar algún otro tipo de servicio para obtener sus subvenciones.

Por no hablar de su ministro de Trabajo, Hummelgaard, el reverso opuesto de Yolanda Díaz, que ha mandado a los inmigrantes a trabajar de lo que sea para conseguir que la "paguita" sea un salario legítimo

Puede ser un trabajo en la playa en el que se recogen colillas de cigarrillos o plásticos, o ayudando a resolver diversas tareas en una empresa.

Por cierto, Hummelgaard es ahora ministro de Justicia. Su ascenso pasó por realizar una política de mano dura policial con las pandillas, sobre todo formadas por inmigrantes, endureciendo las penas por posesión de armas y enfocándose en el reclutamiento de niños y jóvenes para la delincuencia. Además, se atrevió a cerrar parte de la mítica zona anarquista de Christiania en la lucha contra el ascenso de la delincuencia organizada, con una especie de ley mordaza de inspiración punitivista que duplica las penas por tráfico y tenencia de drogas.

Hay que resaltar que integrar no significa asimilación. Un español en Alemania no tiene por qué renunciar a la siesta y el salmorejo, pero habrá de respetar los usos y costumbres de su tierra de acogida. Por supuesto, podrá seguir animando a la selección española, pero tendrá que manifestar una escrupulosa deferencia hacia la alemana. Pero donde tendrá que estar plenamente integrado es respecto a los valores liberales constitucionalizados de libertad, igualdad y tolerancia. El multiculturalismo es incompatible con la civilización porque esta implica que todas las culturas están sometidas a los principios de la racionalidad pública, el debate crítico y la ciencia.

Por supuesto, todas estas medidas socialdemócratas han sido apoyadas en Dinamarca por la derecha, para empezar la Ley de Asilo que deportaba a priori a los solicitantes. Sin duda, es una contradicción para un socialdemócrata que para salvaguardar su precioso Estado de Bienestar tenga que tomar medidas que si viniesen de la derecha serían catalogadas de fascistas y racistas. Pero con cabalgar contradicciones, y tienen práctica en la hipocresía, van que chutan.

Y todo esto no porque los daneses, socialdemócratas y conservadores, odien a los inmigrantes sino porque quieren que se conviertan en daneses para que Dinamarca siga siendo faro de la progresía, ideal del bienestar, lugar paradigmático del lado correcto de la historia. Y esto no por nacionalismo xenófobo y etnicista, sino porque para mantener su Estado de Bienestar ecologista, igualitario, solidario y generoso con las ayudas exige como un presupuesto sine qua non que todo el mundo sea ecologista, igualitario, solidario y responsable con el uso de dichas ayudas. Del mismo modo, que no puede existir Dinamarca sin daneses, hayan nacido en Copenhague de ocho apellidos daneses o en Teherán de ocho apellidos personas, tampoco es posible Francia sin franceses. O Europa sin europeos.

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