
La cuestión de quién gana unas elecciones no se responde de modo tan sencillo como parece.
Ni en los sistemas proporcionales como el nuestro ni en los sistemas mayoritarios como el de Francia. Aquí, tras el 23J, el Partido Popular se proclamó ganador, al tener el mayor número de votos y de escaños, pero el PSOE también se subió al podio del triunfo, porque tenía la posibilidad de disponer de los apoyos necesarios para que su candidato fuera investido y formase Gobierno. Politólogos y comentaristas sin otro título impartieron entonces a los pobres ignorantes, que creen que gana el que más saca, la lección de que en un sistema como el nuestro no gana el que gana, sino el que puede formar Gobierno. Veremos ahora qué lección imparten los doctos sobre las legislativas francesas, donde lo de formar un Ejecutivo va a ser mucho más difícil, aunque quien va a tomar la decisión, buena, mala o regular, es Macron, presidente del tercer partido - coalición de partidos, en realidad - en la Asamblea.
En Francia, la pregunta sobre quién ha ganado tiene dos respuestas posibles. La primera la dan los escaños obtenidos; con esta medida, el Nuevo Frente Popular, coalición de grupos de extrema izquierda y lo que queda del socialismo, es quien se lleva la palma. Pero hay otra respuesta, porque era una segunda vuelta y muchos candidatos que pasaron el primer filtro desistieron para frenar el paso al partido de Le Pen, algo que fue esencial para configurar los resultados finales. Uno se puede quedar con la idea del deslumbrante triunfo de la izquierda, que pregonaban la noche del domingo muchos titulares, pero es una idea un tanto engañosa. En esta ronda final de las legislativas francesas, quien ha triunfado es el cordón sanitario. El que ha ganado es el "front républicain", esa táctica que se lleva aplicando en el país vecino desde la década de 1980 para cortar el paso al partido de Le Pen, primero al padre, ahora a la hija.
La victoria del cordón sanitario no es completa ni lo podía ser. Impide que muchos candidatos de la Agrupación Nacional salgan, pero no evita que el partido sea el más votado y reúna a más de un tercio de los electores. Claro que el cordón no se propone convencer a nadie de que no vote a la AN. Su función no es persuadir ni ofrecer alternativas. Únicamente pretende que los que voten a Le Pen se estrellen contra un muro. Su misión, por así decir, es que sepan que si se empeñan en coger esa papeleta, su voto no servirá para nada: ni va a traducirse en capacidad de gobierno ni va a contar en las decisiones políticas. El "front républicaine" es tan efectivo a la hora de cortar el paso como a la de condenar al ostracismo a la minoría mayoritaria del electorado. El cordón sanitario funciona, sí, pero funciona como un tapón. Se tapona una opción que vota mucha gente, lo cual plantea un problema de democracia, y resulta que cuanto más se tapona, más crece la opción, lo cual cuestiona la utilidad del tapón para todo lo que no sea taponar.
El cordón sanitario es un tapón tan eficaz como contraproducente, pero a la izquierda, especialmente a ella, le interesa mantenerlo herméticamente cerrado. Le proporciona la coartada perfecta. Le permite rehuir toda revisión de su política. Gracias a los beneficios que extrae del cordón sanitario, la izquierda sigue tirando sin necesidad de rectificar en nada. El cordón le garantiza que puede continuar haciendo caso omiso de problemas y demandas muy reales sin sufrir apenas daño: siempre tendrá a votantes que acudan a la llamada para frenar a la extrema derecha. O eso cree.