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Sánchez firma el fin

El fin del Estado autonómico, tal como lo conocemos, se ha firmado. Lo han firmado Esquerra y Sánchez y es un punto final.

El fin del Estado autonómico, tal como lo conocemos, se ha firmado. Lo han firmado Esquerra y Sánchez y es un punto final.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Europa Press

"Concierto económico solidario" es el nuevo oxímoron. El término imposible se lo ha inventado Esquerra Republicana; el obsceno contenido lo han aceptado los socialistas. Lo han aceptado sumisamente, con la excepción de los sospechosos habituales y alguno más, una minoría manejable para un aparato que, como dicen los argentinos, vive en una nube de pedos. Sumisión ideológica y cultural ante el independentismo catalán y exhibición de orgullo por "pacificarlo" cediendo en todo. Ceden, ahora, a instaurar una independencia tributaria que permitirá que el próximo golpe de octubre tenga más posibilidades de triunfar. Siempre, claro, que les hiciera falta dar un golpe. La dinámica de las cesiones del partido de Sánchez conduce con naturalidad a la entrega total.

El fin del Estado autonómico, tal como lo conocemos, se ha firmado. Lo han firmado Esquerra y Sánchez y es un punto final. No se acaba un capítulo; se cierra un libro. Tan enorme es la cosa que hay muchos, en el periodismo y en la política, que no se lo acaban de creer. Lo ven como una artimaña, un truco más del cinismo trilero para engañar a las bases de Esquerra a fin de que voten sí a lo de Illa en la creencia de que le han sacado al Sánchez el oro y el moro. Hace tiempo que una parte de la política toma a la gente por idiota, a la vez que incentiva que lo sea. Pero la hipótesis del trilerismo es tentadora, porque tranquiliza: se promete, pero no se hará. Hay que tener cuidado con los tranquilizantes.

En nuestra democracia se ha hecho de todo para contentar al nacionalismo catalán, pero nadie, nadie de ninguno de los dos grandes partidos que han gobernado España, se había atrevido nunca a sugerir algo remotamente parecido. Sacar a una comunidad autónoma del régimen común para darle un estatus fiscal como el del concierto vasco y navarro era un tabú, un tabú fundamentado en las normas y en la realidad. A fin de cuentas, el concierto está, mal que nos pese, en la Constitución, mientras que esta ruptura pactada por el Gobierno de España y la Esquerra se funda sólo en una voluntad de poder descarnada. Es ciertamente un precio altísimo para la investidura de un presidente regional. La Generalitat no vale tanto. El precio es tan alto que se diría que se ha comprado algo más. Pero donde no hay visión ni escrúpulos ni límites se pueden comprar unos minutos de la basura a un precio desorbitado.

No es la primera vez que Sánchez se salta las normas, pero este salto lo ha dado mostrando abiertamente su desdén por ellas. No importa, dijo, qué sistema de financiación haya; lo único importante es que haya gobernantes "buenos". Todos los elementos normativos de un Estado pueden tirarse al vertedero, en consecuencia. Pero tras la compra, está la venta y en atención a un público al que, de nuevo, se supone idiota, se condimenta el apaño con abundante espolvoreado de términos como federalismo e izquierda. Es el estupefaciente necesario para evitar que el fin que ha firmado Sánchez sea el suyo propio.

Con o sin estupefaciente, más bien estupefactos, los socialistas de las autonomías que acaban de pasar a ser de segunda B, ahora saben que están condenados. En el aparato central les importará poco su destino, más aún cuando no gobiernan casi en ninguna parte. Con el nuevo oxímoron llega la posibilidad cierta de que haya que sacrificar lo que queda del partido en los territorios para poder seguir allá en la nube.

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