
Me siento a escribir este artículo con cierta prevención. ¿Lo escribo o no lo escribo? En momentos como este, llenos de sobreactuación y confusión, separar el grano de la paja —o intentarlo— no te hace ganar amigos. A nadie le gusta que le pinchen el globo de la propaganda.
Ya se pueden imaginar que esto va del preacuerdo alcanzado por PSC y ERC, y avalado al más alto nivel desde el PSOE, para tratar de investir presidente de la Generalitat a Salvador Illa. Si las bases de ERC así lo validan este viernes.
A los de ERC no les va a gustar que diga que el acuerdo tiene muchas más páginas húmedas que secas. Más papel mojado que otra cosa. Vamos a ver: esto es más una declaración de intenciones que de posibilidades. A partir de la constatación de que la financiación de Cataluña precisa revisión (algo que sin complejos suscribe quien esto firma), se plantean fórmulas donde los cien pájaros volando no dejan ver el pájaro en mano. Ya era sospechoso que, 24 horas antes de alcanzar el dichoso preacuerdo, la dirección de ERC empezara a pedir por tierra, mar y aire, que estuviera "blindado" ante eventuales cambios de gobierno. Ahí va el primer trampantojo: para "blindar" una cosa así hay que sacarla del ámbito de la excepcionalidad y la discrecionalidad —es decir, de la bilateralidad—, darle rango de ley y modificar la LOFCA. Eso requiere de mayorías cualificadas en las Cortes y, en última instancia, de la aquiescencia del PP, no sólo del PSOE. Reitero mi vaticinio de que semejante cosa sólo se puede conseguir si este preacuerdo actúa de "liebre" para mejorar la financiación de todas las comunidades. Empezando por la Madrid de Ayuso y la Valencia de Mazón, tanto o más perjudicadas que Cataluña por el actual statu quo.
Me imagino que a muchos dirigentes del PP y enemigos acérrimos de Pedro Sánchez tampoco les gustará que llamemos la atención sobre este punto. Es hasta gracioso que precisamente esas voces críticas que cuestionan el acuerdo, no su viabilidad, sean el mejor refuerzo para que la dirección de ERC logre hacerlo "tragar" a sus bases. Se activa así un mecanismo muy simplista: "si esto chincha a la derecha, tiene que ser bueno". ¿Amén?
A corto plazo lo que va a pasar es que la financiación catalana va a avanzar mucho más en la línea de lo que siempre ha defendido el PSC de Illa que la ERC de Marta Rovira y Oriol Junqueras (quien, por cierto, se está poniendo interesantemente de perfil, a ver qué hace de aquí al viernes…). Lo único que de verdad está en la mano de los firmantes del pacto, sin el concurso de otras fuerzas, es activar el consorcio tributario catalán que proponían los socialistas y ya previsto en el Estatut (lo llamen como lo llamen ahora), desbloquear transferencias pendientes, etc. Para ir más allá, insisto, hacen falta unos pactos territoriales y de Estado muy laaaaargos de alcanzar, y que dependen en última instancia de que las demás comunidades digan que sí porque también sientan que ganan algo con el nuevo reparto. Si no, el "avance" hacia la "plena soberanía fiscal" de Cataluña se quedará en carrera de obstáculos simbólicos.
Los analistas mejor informados ya están advirtiendo de que el éxito de este preacuerdo es que cada cual lo interpreta como quiere. Basta con coreografiar las respectivas declaraciones públicas para que florezca un doble discurso, insisto, curiosamente más validado y más creíble cuanto más se ataque desde "la derecha".
Ataques que se concentran casi febrilmente en la parte del acuerdo relativa a la financiación, a mi modo de ver la menos concreta e inquietante. Mientras se pasan por alto otros factores más merecedores de preocupación. Empezando por la lengua. Quizás la mayor concesión que los socialistas hacen a los separatistas en este texto sea renunciar a toda defensa efectiva del bilingüismo en Cataluña. Se da por bueno de cabo a rabo el marco mental del separatismo según el cual la única manera de defender el catalán es machacar el derecho a recibir educación en español. Ese es el verdadero peaje que se paga por la investidura de Illa, no otro. Aunque si a nadie en España le quita el sueño la cuestión, está claro que es más fácil ceder por aquí que por ningún otro sitio.
También hay cesiones más graves de lo que parece en el tema de la "acción exterior" de la Generalitat, verdadera barra libre de colocación y de propaganda separatista pagada con el dinero de todos. El acuerdo no valida esa política, pero sí las poderosas estructuras creadas para vehicularla. Igual que la pata del acuerdo con los Comunes —los de Colau— abre pavoroso paso a una política de vivienda que ya ha hecho estragos en la ciudad de Barcelona. Y una vez más, nadie se fija.
Lo más amable y optimista que se puede decir es que, si la investidura sale adelante, todo ello dependerá en última instancia de cómo lo gestione un presidente, Salvador Illa, que una vez en el poder podrá matizar muchas cosas. Por ejemplo, la espeluznante apuesta por seguir ahondando en las políticas de decrecimiento. Aunque de algún modo viene a admitirse tácitamente que tarde o temprano habrá que ampliar el aeropuerto del Prat.
Si la política es el arte de lo posible, los socialistas exhiben buena cintura eligiendo la vía de menor resistencia: facilitar la puesta en escena de ERC para el traspaso de poderes, para una especie de Segunda Transición en Cataluña. El acuerdo habla de reconciliar "independentismo" con "federalismo". La clave es que haya cambio de régimen. Como en el 78. También como entonces, todas estas pretensiones de transformación sólo serán una realidad si no se quedan en un pacto PSC-ERC o ni siquiera en una investidura. Si consiguen integrar a las sensibilidades más alejadas y diversas para avanzar juntos. Todos.