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Anna Grau

Adiós Operación Jaula

Cuesta de imaginar que el futuro exconseller de Interior, Joan Ignasi Elena, no tenga nada que ver. Ahora sólo falta saber si a él se la "colaron" como en su día a Antoni Asunción, o si él también seguía órdenes de alguien.

Cuesta de imaginar que el futuro exconseller de Interior, Joan Ignasi Elena, no tenga nada que ver. Ahora sólo falta saber si a él se la "colaron" como en su día a Antoni Asunción, o si él también seguía órdenes de alguien.
El fugado Carles Puigdemont ha logrado este jueves irrumpir en el acto de bienvenida en el paseo Lluís Companys de Barcelona. | EFE/ Quique Garcia

Dicen que no hay precedentes de lo protagonizado en las últimas horas por Carles Puigdemont, pero eso no es del todo cierto. Lo hay. Un ministro del Interior de Felipe González, Antoni Asunción, aseguraba en 1994 —hace treinta años justos— tener "localizado y controlado" a Luis Roldán, aquel director general de la Guardia Civil que acabaría condenado a 28 años de prisión por malversación, cohecho, fraude fiscal y estafa. Todavía no se había secado la tinta de las crónicas sobre las declaraciones de Asunción, cuando se supo que Roldán se había fugado de la Justicia, de España y de su gobierno. El ministro Asunción tuvo que presentar su dimisión inmediata. Roldán aguantó un año fugado, pero al final tuvo que entregarse, acorralado por la Justicia española y por el rencor de sus antiguos correligionarios, que nunca le perdonaron la vergüenza que les hizo pasar. Eso pudo tener algo que ver con que se tirara diez años en régimen de aislamiento absoluto en la cárcel de Brieva.

¿Qué pasó exactamente este jueves en Barcelona? ¿Cómo se entiende que Puigdemont llevara ya varios días en España, que llegara por su propio pie al Arco de Triunfo, rodeado de fans, periodistas y sí, también policías, sin que nadie le molestara, que de repente se volviera a dar a la fuga, incumpliendo una vez más todas y cada una de sus promesas de acudir al Parlamento catalán y votar en contra de la investidura de Salvador Illa?

El pleno duró casi diez horas y supuso un enorme stress test para toda la política catalana y española. Y para los Mossos d’Esquadra, tan inmisericordemente criticados por no haber detenido a Puigdemont cuando le tenían a tiro, como por reaccionar a su escapada con una Operación Jaula que por lo general se reserva a la caza de terroristas. Que lo veían desproporcionado, dijeron muchos. Qué decir de lo que dijeron en cuanto se conoció la detención del agente de la policía catalana que facilitó el coche blanco del refugado. Hasta Jordi Turull, secretario general de Junts, podría tener un disgusto si se confirma que estaba en el ajo.

A lo largo del día corrieron rumores, bulos, órdagos vía Instagram. Que si Puigdemont ya estaba fuera de España. Que si estaba escondido en algún cuarto oscuro del Parlament y reaparecería "triunfalmente" para votar. Finalmente, como siempre, desenlace esperpéntico y mediocre. Es que Puigdemont ni siquiera intentó acceder al Parlamento catalán.

¿Cómo se come todo esto? Bueno, lo primero es decir que los Mossos son una policía bastante seria y competente… cuando no reciben instrucciones contradictorias o directamente delirantes de sus mandos políticos. Es obvio que, si no detuvieron a Puigdemont nada más verle aparecer, es porque tenían órdenes de no hacerlo. Pensar otra cosa ofende a la inteligencia.

¿Órdenes de quién y por qué? Cuesta de imaginar que el futuro exconseller de Interior, Joan Ignasi Elena, no tenga nada que ver. Ahora sólo falta saber si a él se la "colaron" como en su día a Antoni Asunción, o si él también seguía órdenes de alguien.

Rebobinemos. En Cataluña a muchísima gente (yo incluida) le costaba creerse que de verdad Puigdemont diera la cara, por mucho que hubiera prometido hacerlo. No es que aparecer, incluso al riesgo de ser detenido, no tuviera ventajas objetivas para él. Incluso teniendo claro que la investidura de Illa estaba cantada, que se podía retrasar o deslucir, pero no evitar, el peripatético expresident podía tener otros incentivos. Se le sabe obsesionado por labrarse lo que él entiende por una "salida digna". En lo penal y en lo político. Si no nos creemos la propaganda de nadie y vamos a los hechos, hasta este jueves tenía algunos ases en la manga para lograrlo.

El juez Llarena dice que la amnistía no es de aplicación en los delitos de malversación que se le imputan a Puigdemont. Pero el Tribunal Constitucional acaba de aplicársela de facto a un sonoro condenado por lo mismo como es José Antonio Griñán. No se le puede negar ahí a Pedro Sánchez la habilidad de matar dos pájaros de un tiro con su dichosa amnistía: apaciguar a los "indepes" y liberar a un peso pesado del felipismo. Parece lógico especular que, cuando lo de Puigdemont llegue al TC, se encontrará el terreno significativamente abonado a su favor.

El problema, claro, es cuándo va a suceder eso, y cuánto tiempo de cárcel se jugaba Puigdemont apareciendo después de siete años fugado de la justicia. Pero tras anunciar pomposamente que "retornaba del exilio", un abogado listo como Gonzalo Boye podía por lo menos argumentar que su cliente renunciaba a fugarse nunca más, y que encarcelarse a sabiendas de que acabará amnistiado, pues en fin. Ya me entienden. Y bueno, si todo fallaba, con Sánchez siempre te quedan el comodín de la llamada y del indulto.

Pero claro, eso requería confiar en la palabra de Sánchez y ponerse en sus manos. Y está claro que Puigdemont tenía otros planes. No es imposible que la larga agonía política y policial de ayer corriera en paralelo a desesperadas negociaciones y hasta presiones, aprovechando hasta el último minuto el miedo de propios y ajenos a que una detención en el peor momento y lugar diera al traste con el parto de los montes que ha sido la investidura de Illa. Aliñado todo eso con la acreditada "valentía" del fugitivo, e incluso con ciertas dosis de infantilismo político, bueno, pues que al final hubo truco, pero no trato.

La verdad es que Puigdemont se ha hecho un traje a sí mismo, porque ahora sí que ha quemado todas las naves del retorno: o vuelve amnistiado, o vuelve de cabeza a la cárcel. Ya no habrá término medio ni le quedan balas de plata. La presidencia de Illa ya es irreversible. Posiblemente también la decepción y el hartazgo de nadie que se haya creído nunca sus historias. Incluso dentro de su propio partido. Es que con líderes así, ¿quién necesita enemigos? La Operación Jaula que durante todos estos años ha pesado sobre Cataluña acaba de saltar por los aires. Qué vendrá después… sólo los dioses lo saben. Y puede que ni siquiera todos.

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