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La zorra y el Uyuyui

El Uyuyui, variedad catalano-golpista, porta en vez de cresta una fregona, y orgulloso del gran tamaño de sus huevos, aprovecha cualquier ocasión para exhibirlos sin rubor.

El Uyuyui, variedad catalano-golpista, porta en vez de cresta una fregona, y orgulloso del gran tamaño de sus huevos, aprovecha cualquier ocasión para exhibirlos sin rubor.
El expresidente catalán Carles Puigdemont, en su intervención del jueves. | EFE

Agosto es mes de fenómenos de la naturaleza. Los hombres hacen cosas de animales, como tirarse al mar, pegarse bacanales carnívoras, y aullar a la puerta de las discotecas, mientras que los animales hacen cosas típicamente humanas, como evacuar discursos –el jilguero es maestro en estas artes— o entrar en la cocina a desayunar –el oso es experto en esta práctica—. Por eso no puede sorprendernos el momento que hemos vivido con la zorra cuidando al pájaro en plena exhibición de lujo en el pase circense catalán.

Agazapado cual caganer tras las masas y el sotobosque, el Uyuyui trata de escaparse de la zorra, quien por otra parte no tiene la menor intención de perseguirle, que prefiere pedir al servicio un par de capones que ponerse a correr detrás de un ave tan fea y poco sabrosa. El Uyuyui es el célebre pájaro acuñado por Alfonso Ussía en aquel lejano Manual del ecologista coñazo, llamado así debido a sus inconmensurables testículos, o más precisamente, al sonido que emite, por esta circunstancia, al aterrizar en terreno pedregoso.

El Uyuyui, variedad catalano-golpista, porta en vez de cresta una fregona, y orgulloso del gran tamaño de sus huevos, aprovecha cualquier ocasión para exhibirlos sin rubor, bien lejos de donde puedan quedársele atrapados, por ejemplo, con la puerta de una celda. Quizá por eso se le ha visto, cinta métrica en mano, tomándose medidas de sus atributos y del maletero del coche una y otra vez, hasta tener la certeza de que no habría accidentes graves en el trayecto.

La zorra se divierte al ver sobre el escenario el show del Uyuyui y su fregona, versión anticonstitucional de María Jesús y acordeón, y contempla desde la lejanía el espectáculo, deteniéndose en las caras de todos y cada uno de los españoles, con la sospecha, la certeza, y la seguridad, de que somos todos idiotas. Pero no un poco idiotas, o eso que se dice al amigo tontorrón medio en broma, nada de eso. La zorra está convencida de que somos total y absolutamente idiotas. No ha habido en la historia de la democracia un solo rey de la selva que estuviera tan convencido de la idiotez global de todos los que considera súbditos, ni que disfrutara tanto tratando de ponerla en evidencia.

Todo el mundo sabe que la zorra sabe que todo el mundo sabe que el Uyuyui sabe que todo el mundo sabe lo que todo el mundo sabe. La Operación Pájaro es como los expertos de la pandemia, no ha existido jamás. Es un recochineo innecesario, que no precisamente gratuito, a mayor gloria del rey del circo y de sus numerosos payasos.

En el plan, siempre basado en la estupidez de los españoles, la presencia implícita de la zorra presupone hacia la galería cierta amenaza para el Uyuyui que, sin testículos y sin fregona, bien podría pasar por gallináceo a cargo de nuestra heroína vulpina. Sin embargo, no deja de ser parte del guion circense, que le viene de perlas además para sacar a su esposa de la portada de los periódicos durante unos días, antes de que le toque volver a dormir en el salón.

Si el Uyuyui fugitivo hubiera tenido la menor duda de que sus huevos no estaban totalmente a salvo en la península, jamás habría aterrizado con todo su hueverío en el corazón mediático de Barcelona, exponiéndose a perder sus testiculares atributos frente a las cámaras de National Geographic, estropeando así tan preciado documental, y sufriendo un bochorno aún mayor que el que ya lleva de serie por sus ruidosos aterrizajes y por su ridícula fregona capilar.

Tengo para mí que, al anochecer, cuando el pájaro estaba supuestamente en búsqueda y captura, y la zorra se hacía la sorprendida, cuando no la ofendida, yacían uno y otra en el mismo colchón, en pintoresco ardor de apareamiento transespecie, en busca de alumbrar entre ambos la bestia superior que conceda al bosquecillo catalán otros cuatro años de fingida batalla por la independencia, guionizando incluso lo que unos van a pedir, lo que otros van a ceder y lo que no, y lo que los periodistas autóctonos se van a tragar con gustosísimo placer cooperativo. Cierto es que poco más puede conceder la zorra al pajarraco, que todo se lo ha dado ya, pero el rifirrafe es la gasolina que justifica la supervivencia del Uyuyui golpista, de sus primos de extrema izquierda, y de sus lobotomizados polluelos a través del tiempo.

Veremos muy pronto, vive Dios, el día en que la zorra y el Uyuyui enfregonado compartan alcoba, ya sin el ardor del primer calor del verano, al otro lado de los gruesos barrotes de una jaula, pero de las de verdad, no de las que dicen utilizar los mossos. Y entonces, viendo al Uyuyui enfregonado pillarse tamaños los huevos con la puerta de la jaula, seremos nosotros el inolvidable Jijijí, especie de cernícalo también descubierta por el célebre ornitólogo Ussía, que debe su nombre al sonido que emite cuando, desde una rama cercana, contempla cómo el Uyuyui aterriza sobre el pedregral con sus enormes huevos por delante.

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