Nadie puede decir que Puigdemont le ha engañado. Lo que hace, lo cumple. Dijo que iba a proclamar la república catalana y, aunque duró segundos, lo cumplió. El Tribunal Supremo cayó en la ensoñación de que nunca ocurrió en un alarde de cobardía jurídica. Luego dijo el expresidente que estaría en Barcelona el día de la proclamación de Salvador Illa y pudo decir Ja soc qui como Tarradellas para luego escabullirse como Houdini.
Tres cuartos de lo mismo con Pedro Sánchez, con su inigualable estilo de decir la verdad mintiendo. Dijo que no había amnistía, luego la hubo. Dijo que no habría indultos y los hubo. Dijo que no habrá referéndum de independencia y… lo habrá. No hay mentira que no cumpla. Es tan previsible cumpliendo con sus mentiras como Puigdemont cumpliendo con sus verdades.
Puigdemont se ha suicidado electoralmente de la manera más patética. Pobre payaso. Pedro Sánchez nos está asesinado constitucionalmente de la manera más ridícula. Pobres gañanes. La deriva confederal de España se está realizando ante nuestras narices, lo que significa el desmantelamiento estatal y, lo que es peor, la desunión nacional. Si el deseo independentista ha disminuido ha sido porque los catalanistas han comprendido, de la noche de Puigdemont al día de Salvador Illa, que los socialistas están dispuestos a pagar toda la soberanía que haga falta para mantenerse en el poder. ¿Para qué ser independientes de España fuera de la UE cuando los españoles están dispuestos a ceder soberanía y paraguas europeo a cambio de nada, salvo un puñado de escaños para que Sánchez siga en la Moncloa?
Cabría mantener la esperanza si hubiese una oposición que garantizase que tras el asesinato político cabría una resurrección nacional. Pero mientras esté la actual cúpula del PP, con un Feijóo que dijo sentirse cómodo con la soberanía fiscal catalana, solo cabe resignarse a la deriva confederada. En tiempos de Hitler y Chamberlain, tuvimos la suerte de que hubiese un Churchill. En tiempos de Sánchez y Junqueras, tenemos la desdicha de que no haya una Thatcher.
En paralelo a la descomposición de España, la decadencia de Europa es cada día más evidente. Desde la crisis de 2008, Estados Unidos ha pasado de un PIB per cápita de 48.500 dólares a 81.700, mientras los datos de Francia son 45.500 y 44.460, y los de España, 35.500 y 32.600. Si económicamente, Europa está sumida en un empobrecimiento generalizado y una involución tecnológica sobre un páramo educativo, políticamente vive en una falta de fe en su propia cultura, valores y sistema de vida que la lleva a detener a amas de casa por un tuit que al primer ministro le parece inconveniente. Devorados por la cobardía, que deja en la picota a los cómicos y a los profesores frente a los islamistas, y anestesiados por el consumo banal, los europeos se han convertido en turistas de su propia civilización, a la que venden por un plato de petrodólares como si fuese un club de fútbol de barrio.
Y lo peor no es que seamos capaces de desmantelar España, por acción o por pasividad, para que Sánchez pueda seguir ejerciendo su narcisismo y su nepotismo. Lo que realmente resulta indignante es todo el dolor y el sacrificio de aquellos que han entregado su vida por defender a España y la democracia liberal. Tanto nadar para ir a morir a la orilla.