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El gesto nada inocente y en el peor momento de Bergoglio

La equidistancia es intolerable en cualquier líder político, pero todavía más en el caso de una figura que debería ser un referente moral.

Venezuela se quedó sin nuncio apostólico en 2021, durante la epidemia del covid. El papa Francisco tardó más de dos años en nombrar a un sustituto hasta que lo hizo el pasado mes mayo. Desde entonces habían pasado tres meses antes de que el nuevo nuncio, el español Alberto Ortega Martín, presente sus credenciales como, es cierto, lo hacen todos los embajadores.

Es decir, que la cosa no parecía demasiado urgente durante dos años y nueve meses, pero finalmente la reunión y la entrega de credenciales se han producido esta misma semana, justo cuando la dictadura de Maduro se ha vuelto más totalitaria que nunca, después del inmenso fraude electoral, con voces bien informadas de Venezuela que alertan de que ya podrían ser más de ochenta los asesinados por el régimen solo desde el 28J y con miles de detenidos irregularmente, es decir, de secuestrados.

Desde el Vaticano se filtra que la reunión no implica un reconocimiento de la falsa victoria de Maduro, pero lo cierto es que tanto por el momento elegido como por las imágenes que se han hecho públicas –por cierto, tremendo el papelón del nuncio, monseñor Ortega Martín, que esperamos que ya haya pasado por el confesionario para dar cuenta de ese pecado nefando– es imposible interpretarlo de otra forma: esa cercanía, ese intercambio de regalos, los 25 minutos que duró el encuentro….

Además, este hecho no llega en el vacío, sino después de las impresentables declaraciones del propio Francisco I, que hace unos días y ya con la ola de represión en marcha reclama "a todas las partes" que no se usase "cualquier tipo de violencia": las frases típicas de aquellos que igualan a víctimas y verdugos. Una equidistancia que es intolerable en cualquier líder político, pero todavía más en el caso de una figura que debería ser un referente moral.

Y lo cierto es que lo es, pero en el sentido inverso: prácticamente podemos tener la seguridad de que cuando Bergoglio se posiciona en cualquier tema la razón, el bien y la moralidad están del otro lado.

Porque la Santa Sede, incluso después de los años de pontificado de Francisco I en los que ha arrastrado su prestigio por el fango, podría jugar un papel en la llegada de la democracia a Venezuela, que no en vano es un país mayoritariamente católico y porque además su influencia internacional es innegable, al menos de momento. Como también podría hacerlo España, que es el país clave en las relaciones de la Unión Europea con Iberoamérica.

Lamentablemente, no lo jugarán ni uno ni otro: ha querido la mala suerte que en ambos ocupen el poder dos personajes sin escrúpulos a los que no les importan nada ni la libertad ni la democracia.

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