
Las abstracciones en esta hora son formas de mala retórica para eludir la responsabilidad personal. No echemos la culpa de la diáspora venezolana a las riquezas que contiene la desembocadura del Orinoco ni a las inmensas bolsas de petróleo contenidas debajo del lago de Maracaibo. Todo eso son bobadas de los muchachotes que escriben de geopolítica desde sus cómodos despachos del llamado mundo libre. Todo eso es falso. El crimen no tiene justificación alguna.
Escribo Venezuela y veo a un ser humano concreto, un venezolano, humillado por Sánchez, un político sin conciencia moral, y por Francisco, el Papa, un católico abandonado por Dios. Escribo Venezuela y siento asco de los políticos españoles que se han enriquecido con los millones de venezolanos en el exilio. Me guardo para otra ocasión el listado de los criminales españoles que se han enriquecido con la sangre de los venezolanos. Escribo Venezuela y tengo que llamar hijos de la gran puta a todos aquellos que defienden la tiranía de Venezuela. Porque la dictadura criminal venezolana no tiene justificación alguna, siento asco del ministro de Asuntos Exteriores de España defendiendo a Zapatero, el tipejo más abyecto y ruin de todos los que sirve al triunvirato criminal formado por Maduro-Cabello-Padrino.
La crítica es concreta o no es. Respondamos a quienes nos señalan con sus armas poderosas. Ya no hay lugar para el negocio de las palabras con quienes nos persiguen. El gobierno de Sánchez sigue siendo el principal aliado de la dictadura criminal de Venezuela. Borrell es su extensión en la Unión Europea. Este gobierno no representa, dicen las almas cándidas, ni a quienes les han votado. Falso. Los votantes de esa extraña coalición que desgobierna España no se librarán jamás de ser señalados como colaboradores, menos indirectos de lo que algunos piensan, de la dictadura más sanguinaria de las últimas décadas. No se conoce una crisis humanitaria más grande que la de Venezuela. Son más ocho millones de personas fuera de sus hogares. De su país.
¿Cómo eludir este crimen colectivo? No valen ya los engaños. No pueden esconderse en el negocio de las palabras los votantes socialistas, comunistas, exterroristas, nacionalistas y separatistas. Ellos son también culpables de que el gobierno de España sea el primer colaborador de la diáspora del pueblo venezolano. Ningún votante de la coalición que mantiene en el poder a Sánchez se librará jamás de haber colaborado con la sangrienta dictadura comunista venezolana. Tampoco nos libraremos jamás de nuestra culpa los españoles de bien que hemos dejado de denunciar lo obvio: el gobierno de España no daba legitimidad al régimen de Maduro, eso es un cuento malo y anacrónico, sino que buscaba en él su forma de legitimación. He ahí la clave de esos regímenes criminales. Una vez abandonada la vía democrática, basada en la autolimitación en el ejercicio del poder de los gobernantes, la izquierda española sólo tenía una referencia: Venezuela y, como siempre, Cuba. La izquierda española sólo tiene dos discursos: matar la nación, cosa que está consiguiendo con la colaboración de la derecha, y la palabrería cursi, generalmente acompañada del crimen real, de las dictaduras comunistas de Hispanoamérica. El resto son ganas de engañar al mundo.
Mientras no se asuma la parte de culpa que nos corresponde a todos los votantes españoles, europeos y, en fin, de las democracias liberales en vías de extinción, del régimen criminal de Maduro, esto no tiene solución. La crisis de Venezuela ha dejado al descubierto el falso humanitarismo occidental. No le interesa al individuo, a la persona, al ser humano concreto. La izquierda mundial en esto sigue triunfando: para ellos lo único importante son las fuerzas colectivas de la historia, las grandes estructuras económicas, y al hombre, al individuo concreto, que le parta un rayo… Por eso, sí, llevan deambulando décadas por el mundo millones de venezolanos, mientras la gentuza de las sedicentes democracias piden repetición de elecciones. ¡Hijos de una mala madre!