Decía Ferdinand Lasalle que cuando se habla mucho de una Constitución es porque ya está amenazada de muerte o difunta. Algo así sucede con las libertades de expresión e información, que a veces parecen indistinguibles pero que en realidad son diferentes.
El desconcierto es evidente. Llevamos años de cerco a estas libertades, un malestar creciente por las formas decensura o cancelación, el excesivo control de contenidos por las plataformas tecnológicas y redes sociales o el alineamiento de los medios de comunicación con el poder político, que no olvidemos que tienen los suyos propio y financia los demás de manera importante.
Quienes no sean militantes y tengan una cierta edad creo que tendrán adecuada perspectiva sobre cómo ha evolucionado el ejercicio de ambas libertades y la situación a la que ha llegado el periodismo. Hace unas generaciones decíamos aquello de que "si no abres la prensa no estás informado y si la abres estás desinformado", ahora parece que era cuestión de tiempo pasar a un nuevo nivel.
En Gran Bretaña, donde se preparan leyes contra la blasfemia y se pretende equiparar la misoginia al terrorismo, ante unos sucesos criminales gravísimos el foco de atención no ha sido el asesinato de tres niñas pequeñas sino la reacción ciudadana ante el crimen. El poder político decidió que lo procedente era la detención y encarcelamiento de forma expeditiva de cientos de personas por difundir opiniones sobre un asunto que viene de largo y que afecta a lo más esencial de la convivencia ciudadana: la seguridad y la integridad física.
Detenciones y penas privativas de libertad por blasfemar contra Alá, compartir memes en internet o participar en protestas que la autoridad administrativa, y ahora también algunos jueces, consideran actos de odio. Hemos visto a gobernantes y policía, amenazantes, afirmar que perseguirán y encarcelarán a todos los que, según ellos, difundan odio, contribuyan a agitar desórdenes y provoquen, según ellos, ataques. Condenas de años por ejercer una legítima protesta, con mayor o menor educación, con más o menos vulgaridad, con mejores o peores razones habida cuenta las circunstancias y los hechos. Despachados todos en la prensa como far-right y buenas noches.
En España toda discrepancia con el poder ya estambién odio, fango o negacionismo. Y si alguien investiga asuntos turbios de miembros del Gobiernoentonces se le acusa con desprecio de panfleto, pseudo-periodista o extremista de ultraderecha. Así es como se mina también el pluralismo político, es el mismo modus operandi. Basta comprobar los malabares periodísticos a los que asistimos cotidianamente por aquello de "no dar alas a la ultraderecha". La orientación del voto como condicionante principal de una actividad que nació para descubrir la verdad y no esconderla.
En Italia he leído con asombro que un informe de Bruselas sostiene que la libertad de información está en riesgo y que los medios públicos vendrían a usarse en beneficio propio del gobierno. La Comisión Europea no se fija, por ejemplo, en España, que motivos tiene de sobra, sino en Italia. Un país menos simpático a la eurocracia pero en el que hay más pluralidad informativa que en la inmensa mayoría de miembros de la unión y en el que los ciudadanos se expresan a diario, y en directo, sobre cualquier asunto, incluidos sobre aquellos que no interesa que se expresen.
De hecho, a mi modo de ver, los últimos resultados electorales y el actual gobierno italiano no habrían sido posibles sin un estándar de libertad y pluralidad de prensa. Hay sesgos, por supuesto, pero no se cancela ni ponen cordones sanitarios a nadie. Y por esto resulta obsceno leer que Italia está en el punto de mira de la UE por supuesta represión a la prensa. Igual resulta que en verdad es la dirigencia de la UE la que no se siente cómoda con la libertad de prensa en Italia, y no sólo en Italia. Igual es a la dirigencia de la UE a la que debemos poner en el punto de mira por actuar de este modo o pedir intermitentemente a redes sociales y medios en general, colaboración para censurar contenidos, como en China o ahora también Brasil.
Sea como fuere, el denominado establishment ha gozado de una hegemonía en el control y orientación de contenidos informativos hasta hace prácticamente nada. Asuntos como la inmigración ilegal, la progresiva sustitución poblacional, la ecología, el uso ideológico de la mujer o la sexualidad, se han elevado a la categoría de dogma y resultan hoy incuestionables. Nadie puede discrepar y, en caso de hacerlo, uno puede acabar en problemas serios e incluso arrestado.
Todos deberíamos ser conscientes de que la concreción de esos planes, la implementación de programas sin contar con la ciudadanía necesita de la censura y que la censura adelanta o tiene lugar en un terminado tipo de sistema político: la tiranía.
El caso es que todo parecía progresar adecuadamente hasta que irrumpió ese mirlo blanco llamado Elon Musk y compró el juguete tecnológico a Jack Dorsey y su grupo de izquierdistas multimillonarios. En efecto, Twitter ha mutado de sofisticado mecanismo de censura y monitorización de la opinión pública mundial en red —hecho reconocido públicamente en su día por el propio Jack Dorsey— a único espacio de libre expresión, sin censura previa y con un eficaz mecanismo de control de veracidad.
Esto, como estamos viendo estos días, resulta insoportable para quienes controlaban el mercado de la opinión pública. El motivo del cabreo es evidente, no es la pérdida de control del juguetito, lo cierto es que ni la libertad de prensa ni la libertad de expresión, que son el fundamentode todo el sistema que nació con el constitucionalismo liberal, son compartidos por ellos, aunque prediquen otra cosa. Por sus hechos, sus artículos, y ahora también tuits, les conoceréis.
En conclusión, estas dos libertades se han convertido en una zona de guerra. Habrá quien confíe en los tribunales para evitar una regresión o deterioro total ante los ataques de gobernantes, legisladores, comunicadores e inclusoperiodistas. No soy muy optimista. El Tribunal Federal Alemán acaba de rechazar en sede cautelar el cierre del magazine Compact, cuyos contenidos no gustaban al gobierno socialista alemán, veremos en qué queda el fondo del asunto, pues igual este caso marca tendencia. La jurisprudencia de la mayoría de países occidentales parecía hasta ahora clara a este respecto, participando de aquello de que noticia es lo que molesta y todo lo demás es propaganda, y lo que molesta también está admitido en la libertad de expresión como bien ha explicado en más de una ocasión el irreverente, por claro, lúcido y directo, Jordan Peterson, pero también nuestros juzgados y tribunales.
No olvidemos, no obstante esto, que basta colocar un comisariado político al frente de los principales tribunales y vaya usted saber en un futuro los cambios de criterio. Ya está sucediendo.