No hace falta más que mirar un globo terráqueo para comprobar que la Península Ibérica ocupa una posición privilegiada. No nos referimos en este caso a su importancia estratégica desde el punto de vista militar o político, sino a su carácter de enclave ecológico, sobre todo desde los puntos de vista biogeográfico y sanitario.
Comenzando por la posición biogeográfica de España, y su hermana Portugal, la Península es frontera entre dos mundos, o regiones biogeográficas, que diríamos en términos ecológicos. Al norte, la gran Región Paleártica, formada por la unión de Europa y Asia. Al sur, la Región Etiópica, dominada por el continente africano. El desierto del Sáhara se constituye en barrera entre ambos entornos biogeográficos.
Las zonas de contacto entre dos mundos ecológicos reciben el nombre de ecotono, o ecosistemas afectados por ‘efecto de borde’. No nos referimos sólo a grandes ecosistemas, sino a cualquier área de contacto entre entornos diferentes, por ejemplo. Es ecotono una cuneta que separa una zona de cultivo de una pradera silvestre. Los ecotonos son ecosistemas importantísimos.
Tal importancia se debe a que estas áreas suelen contar con especies de una y otra de las zonas que las limitan, pero también suelen presentar otras propias y exclusivas, que sólo se encuentran aquí. Por ello los ecotonos son los ecosistemas con mayor biodiversidad de su sistema ecológico.
Volvamos al comienzo para explicar porque España, ecotono entre el Paleártico y el mundo Etiópico es el país con mayor Biodiversidad de la Unión Europea. Así de sencillo.
Fauna y flora ibéricas constituyen un verdadero paraíso de biodiversidad. Si quieren un ejemplo, recordaré que solamente nuestra provincia de Granada contiene más especies botánicas endémicas, es decir exclusivas, que todos los países europeos en conjunto. ¿Qué les parece?
Hasta aquí el componente privilegiado del fenómeno ecológico que comentamos, pero no olvidemos algunos peligros subyacentes a nuestra condición de frontera entre mundos diferentes: los problemas sanitarios figuran entre los más importantes.
Las llamadas enfermedades tropicales, la víricas entre ellas, se encontraban en los pasados siglos restringidas al cinturón ecuatorial, africano en el caso que nos afecta, pero el aumento de la movilidad entre seres humanos que caracteriza a los tiempos modernos, y también las oleadas de calor y los vientos, que ocasionalmente se presentan, pueden actuar como agentes dispersores de tales enfermedades, presentándolas con carácter de epidemia hacia el continente europeo. España es el colchón que puede sufrirlas y también frenarlas.
Podríamos distinguir, a efectos prácticos, dos tipos de enfermedades tropicales extensibles al norte: las transmitidas por artrópodos vectores y las que se contagian de persona a persona o por factores no biológicos del entorno. La caracterización y el enfoque de la lucha contra unas y otras son radicalmente diferentes.
Mosquitos y garrapatas destacan entre las primeras y últimamente venimos sufriendo mucho por su causa. Hasta hace pocas décadas las especies de mosquitos capaces de picar al ser humano y transmitirle enfermedades eran pocas; las más importantes, las hembras del mosquito Anopheles, transmisoras de un protozoo, el Plasmodium, agente de la malaria o paludismo. El paludismo fue una verdadera plaga para el medio rural español al menos hasta el siglo XIX, pero las cosas se han complicado bastante en los últimos años.
Nuevos agentes patógenos, algunos de ellos víricos, como el llamado virus del Nilo occidental se vienen detectando en el sur de la península, dentro de un ciclo que comprende a aves, equinos y humanos. En este caso también son los mosquitos los transmisores intermedios, especialmente los de la familia Flamícidos, cuyas larvas se desarrollan en charcas y otras zonas húmedas, incluidas las bases de las macetas.
Aedes, es otro género de mosquitos importados accidentalmente que puede constituirse en transmisor de enfermedades tropicales antaño desconocidas en Europa. Un nuevo problema muy preocupante desde el punto de vista sanitario.
Un segundo tipo de enfermedades, en algunos casos víricas, no reconoce como transmisores a los insectos o los ácaros: el virus de la "viruela del mono" del que tanto se viene hablando a causa de la reciente aparición en Europa de los primeros casos de esta agresiva nueva cepa de nuestro viejo enemigo erradicado, la viruela clásica, sería un buen y actual ejemplo.
Luchar para frenar la invasión de mosquitos y otros transmisores artrópodos es caro y complicado, aunque merece la pena intentarlo para no tener que recurrir al empleo masivo de plaguicidas, siempre peligrosos para el ambiente. Tratar de impedir el movimiento de las personas y los flujos migratorios actuales, tanto comerciales como furtivos, es querer poner puertas no ya al campo, sino al mismísimo planeta, sencillamente no es posible.
De manera que confiar en la eficacia de la gestión de las autoridades sanitarias y fronterizas de un país, como el nuestro, España, que constituye una verdadera frontera entre mundos ecológicamente diferentes viene a ser la única esperanza, pero: ¿de verdad estamos preparados para protegernos y proteger al resto de la Unión Europea con una gestión eficaz en este sentido por parte de nuestros políticos?
Que nadie se confunda; no estamos hablando de dejar sin socorro a los infelices, víctimas de las mafias de sus países de origen y de la ineficacia de los sistemas de control comunitarios. Protegerlos también a ellos de las enfermedades que puedan portar es la mejor manera de ayudarlos a sobrevivir. Hay suficientes vacunas en el paraíso al que pretenden llegar, se trata de llevar cabo una política de inmigración solidaria, pero al tiempo responsable.
Miguel del Pino, catedrático de Ciencias Naturales