
Como los escrúpulos no son una especialidad de la izquierda, el Gobierno se dispone a intervenir en las redes sociales en la línea de "democracias" pioneras en la materia como Irán, Venezuela, Rusia, China y Corea del Norte. La coartada es la "conversación pública" sobre el asesinato de un niño de once años en Mocejón en la que se coció el bulo de que el crimen había sido cometido por un "jovenlandés". La reacción gubernativa es una jugada maestra del sanchismo. En una localidad de Toledo han matado a un niño y el problema es que Alvise bla, bla, bla. De modo que hay que entrar a saco en X, identificar a todo bicho viviente, restringir el acceso a determinados usuarios y operar como un gran hermano en versión ciclada. En plan cubano. Y que la gente emigre en masa a "Tik Tok", el narcótico chino.
De la violación de una menor en Badalona por un grupo de menores surgió el debate sobre el acceso de los niños a la pornografía, otra "conversación pública" de la que salió el pasaporte digital para acceder al porno en internet, el célebre "pajaporte". Cualquier cosa antes que enfrentarse a la realidad. Sánchez lo tiene clarísimo, no como en el PP, que se pierden en los detalles. El Gobierno va a por todas contra los medios de comunicación y contra las redes sociales. Va a por todas contra la libertad, la de expresión y todas las demás. Cualquier suceso le sirve para imponer su agenda. Y si puede, no va a quedar títere con cabeza.
Es imposible calibrar el efecto de las redes sociales sobre el humor público. La agitación y la propaganda no son ciencias exactas y ya existían antes de "Facebook" o de los "sms". El drama para la izquierda es que se ha quedado obsoleta. Dominaban la comunicación en tiempos de los "sms", cuando pasaron aquella consigna de que merecíamos un Gobierno que no nos mintiera, pero la era tuitera les ha superado. La amplitud del canal facilita el acceso a todas las versiones y las perspectivas liberales y conservadoras resultan ser las de mayor aceptación.
Al margen de ese detalle, la pulsión totalitaria del sanchismo se revela en la patológica monomanía censora. Al socialismo ya no le interesa debatir. Como siempre que lo hace pierde, prefiere cambiar las reglas. Estamos hablando de gente que ha hecho de la desinformación, de las bolas y los bulos un arte. Pero que nadie se equivoque, no se trata de Mocejón, sino de Begoña.
