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Cristina Losada

Otra alerta antifascista más

Hay una sobrerreacción histérica a los avances electorales de los incorrectos que contrasta con la nula reacción ante los problemas que los nutren de votantes.

Hay una sobrerreacción histérica a los avances electorales de los incorrectos que contrasta con la nula reacción ante los problemas que los nutren de votantes.
Restos de la celebración postelectoral de la AfD. | EFE

Alemania es uno de los países más políticamente correctos de Occidente. Su extremo cuidado en exhibir su obediencia a los pequeños dogmas y grandilocuentes actitudes que forman la ortodoxia cultural del momento es su respuesta presente a un pasado. Es, digamos, la penitencia, la expiación. Pero siendo Alemania un alumno aventajado de la corrección, no llega a los niveles de ñoñez política que hemos conseguido, pasito a pasito, en nuestro país. Seguramente por ello, los resultados, previstos y predecibles, de las elecciones en Turingia y Sajonia, dos pequeños Länder del Este, se han presentado aquí con tintes más sensacionales y horripilantes que en el propio país donde se celebraron. Hemos tenido, por tanto, una alerta antifascista más, del estilo de la que produjo la victoria de Meloni en Italia, esta vez más nazi que facha, aunque ha incorporado al cuadro apocalíptico a una nueva y estrafalaria figura: una izquierda a la que los ñoños no saben en qué cajón meter —esto es crucial para la ñoñez: o estás con los "buenos" o estás con los "malos"— y con la que se están probando varias clasificaciones como populista, rojiparda o xenófoba, cosa interesante cuando su líder es una alemana-iraní y escribe su nombre propio en farsi.

Cómo reaccionan los estados mayores de la política y los medios españoles a unas elecciones regionales alemanas no tiene ninguna incidencia en Alemania, ni en ningún otro sitio, pero al ser un tipo extremo de reacción muestra bien un fenómeno que ha sucedido, con intensidad variable, allí donde ganan fuerza partidos o candidatos incorrectos. Lo que sucede es esto: hay una sobrerreacción histérica a los avances electorales de los incorrectos y esa sobrerreacción contrasta con la nula reacción ante los problemas que nutren de votantes a los partidos "malos". Más aún, de inmediato se transforma en apestados a los que no han votado como quiere y manda la ñoñez. Es aquel "deplorables" que Hillary Clinton encasquetó a los votantes de Trump en las elecciones que perdería.

Dejando aparte la psicología de ñoños y ungidos, estas reacciones a los avances de partidos incorrectos se revelan como pura hipocresía. Los correctos no van a hacer nada para atender las demandas de los votantes apestados, a los que los miran como a inferiores, si los miran: una de las claves es que no han visto a ninguno en su vida ni han vivido nunca como ellos. Además, la existencia de esos inferiores y su repulsivo voto les lleva a confirmarse en su superioridad: los apestados son el necesario punto de contraste, la lejana turba maloliente que reafirma a los impolutos. Los reafirma en todo y, sobre todo, en lo correcto de lo suyo. Y los avances de la ultraderecha —y de cualquier incorrecto— les sirven de coartada. Los ultras son la gran coartada de los socialistas e izquierdistas que no quieren modificar ninguna de sus "pequeñas malolientes ortodoxias" (Orwell). Para qué van a cambiar una coma de su catecismo político si les basta con clamar contra los ultras y activar alertas antifascistas una tras otra.

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