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Cristina Losada

Sólo los catalanes podrán tener Lamborghinis

Al autor de la ruptura le cuesta tomar conciencia de las dimensiones abismales de lo que ha hecho. Habrá que contárselo con sus propias palabras.

Al autor de la ruptura le cuesta tomar conciencia de las dimensiones abismales de lo que ha hecho. Habrá que contárselo con sus propias palabras.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la Fiesta de la Rosa de Gavà. | Europa Press

En un acto de exaltación, que llaman apertura de curso político, el presidente del Gobierno ha prometido regar de recursos a las comunidades que han quedado relegadas a la segunda división fiscal por la graciosa concesión a Cataluña de un concierto económico. Sí, concierto económico se llama la figura, aunque evitaran llamarlo así en el papel para poder negar que es lo que es. La promesa, hecha con gran fanfarria y todo el aparato gubernamental presente, ha sido de una extraordinaria vaguedad y no sólo por la voluntad de usarla como narcótico, sino también por fuerza. A fin de cuentas, todavía no se conocen los detalles del acuerdo con Esquerra para sacar a Cataluña del régimen común. Si eso no se sabe, menos se puede saber de dónde va a salir el chorro de dinero que se acaba de prometer. Salvo que el presidente haya prometido que no va a dejar un céntimo en las arcas del Estado para dárselo todo a las autonomías desconcertadas.

La sedante promesa multimillonaria es todo lo imprecisa que puede ser una promesa en boca de Sánchez, pero la demagogia acompañante no peca de lo mismo, sino de todo lo contrario. Ahí quiso ser preciso. Tan preciso como para anunciar más impuestos a los ricos, que alguien tiene que pagar el dispendio y siempre hay que hacer creer que lo van a pagar otros; y tan ridículamente audaz como para atreverse a definir cuál es su proyecto de sociedad en estos términos: una sociedad "con más autobuses públicos y menos Lamborghinis". Cuando se piense en una sociedad en la que se hayan realizado los ideales socialdemócratas más ambiciosos, hay que evocar la imagen que emerge de las palabras de Sánchez: el noventa y nueve por ciento de la gente, embutida en autobuses municipales y el uno por ciento, al volante de sus coches de marca. Si el inicio de la edad de oro de la socialdemocracia europea se puede datar en el Programa de Godesberg del SPD alemán en 1959, su decadencia terminal bien la puede representar esta gansada de uno de los pocos jefes de Gobierno socialistas que quedan en Europa en 2024.

Es muy posible que no haya un producto más de usar y tirar que la demagogia. Ciertamente, los que más la utilizan son también los que antes la tiran al cubo de la basura del que nunca debería haber salido. Pero en algún momento habrá que pedir cuentas por toda la bazofia que se vierte y exigir incluso que tenga, por lo menos, congruencia. Sánchez, veamos, ha anunciado alegre y demagógicamente nuevos impuestos "a los ricos", pero ni dice ni dirá que va a imponerles un tributo más a los ricos catalanes. Ni quiere decirlo ni puede. ¿No van a gestionar todos los impuestos, cien por cien, en Cataluña? ¿No ha tragado con la soberanía fiscal catalana? Al autor de la ruptura le cuesta tomar conciencia de las dimensiones abismales de lo que ha hecho. Habrá que contárselo con sus propias palabras. Con el concierto económico, los catalanes sí podrán tener Lamborghinis. Serán de los pocos. Los pobres desconcertados, en cambio, tendrán que contentarse con el autocar, con el viejo, renqueante y atestado autocar que les deja el socialismo.

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