Lamborghini (pronúnciese "lamborguini", no "lamboryini") está de moda en España gracias a dos famosos influencers. Por un lado, Llados, un autodenominado "coach motivacional" que por una módica cantidad, pongamos mil euros, te imparte un curso para que consigas ganar tu primer millón. A partir de ahí, tener Lamborghinis, mujeres tuneadas y cadenas de oro es coser y cantar, según el tiktoker que se ríe de ti si eres un loser. Por otro lado, tenemos al gurú político Pedro Sánchez, también con una enorme popularidad, pero no porque prometa a sus seguidores hacerse millonarios sino porque asegura que va a empobrecer a los ricos para así satisfacer la envidia y el resentimiento de los adictos a las panzas cerveceras y orgías de marisco con cargo al erario público. Los ricos en Lamborghini, tipo Llados, cogerán la autopista a Andorra para evitar los impuestos confiscatorios de Sánchez, pero esa es otra cuestión. Entre pillos anda el juego.
La demonización de los cochazos de lujo y sus propietarios por un pijo socialista como Sánchez es paradójica porque Ferruccio Lamborghini, el creador de la mítica marca, es un ejemplo paradigmático de cómo funciona la meritocracia en el Occidente capitalista. Ferruccio nació en 1916, hijo de campesinos humildes en un pueblo pobre. Este descendiente de agricultores consiguió estudiar ingeniería industrial en Bolonia y durante la Segunda Guerra Mundial estuvo empleado como mecánico de tanques y demás vehículos bélicos. Acabada la contienda, y dada la creciente demanda de vehículos industriales se convirtió en uno de esos emprendedores que detestan los socialistas, dado que estropean su relato de lucha de clases y de que los trabajadores no tienen futuro en el capitalismo. Se dedicó a reconvertir tanques en tractores y otros vehículos militares en máquinas agrícolas. Como cualquier empresario también fracasó, como cuando trató de construir helicópteros. Pero al menos quedó un bello ejemplar en su Museo. Primera lección de Lamborghini para alguien como Sánchez y su entorno familiar y partidista: más vale ser un currante devenido millonario gracias a su esfuerzo e inteligencia, en un entorno favorable al emprendimiento, que unos abonados al parasitismo del Estado, el nepotismo y la corrupción. No presumas de resiliencia como si fueras un león cuando, en realidad, eres un resiliente del tipo percebe.
Como tuvo tanto éxito con su producción de tractores, Ferruccio se enriqueció, haciendo más por el bien público y los trabajadores que mil gobiernos socialistas. Se dedicó a comprar coches de alta gama, pero con su propio dinero, no el de los contribuyentes que es el estilo de los socialistas. Lo que también crea riqueza colectiva a través de impuestos y trabajos como nos enseñó Bernard Mandeville. Tenía varios Alfa Romeos y Lancias, un Mercedes-Benz 300SL, un Jaguar E-Type y dos Maserati 3500 GT. En 1958 compró un Maranello un Ferrari 250 GT, que le pareció ruidoso y de interior básico. Un tractor con ínfulas. Discutió con el mismísimo Enzo Ferrari por la calidad de los embragues, pero el dueño de la escudería del caballo rampante le respondió que el problema no era el coche, sino que Ferruccio sabía conducir tractores pero no coches como el suyo. Imagínese el lector toda la escena con mucha gesticulación y gritos en melódico italiano. Lamborghini modificó en secreto su Ferrari de modo que era más rápido que los originales y terminó fabricando sus propios coches. En lugar del caballito, les puso como emblema un toro bravo. Nacido bajo el signo de Tauro, Ferruccio era además un amante de las corridas de toros. Millonario hecho a sí mismo y enamorado de la tauromaquia, simbolizaba todo lo que puede detestar un socialista posmoderno.
Los giros de guión de Lamborghini a partir de entonces fueron dignos de una serie de televisión, entre los tractores, los cochazos y las hectáreas de vides para producir vino. Pasó de emplear a 4500 personas a estar profundamente endeudado, para volver a tener en su vejez una fortuna. ¿Su secreto? Ahorro, audacia, inteligencia y trabajo duro en un entorno político, cultural y económico que favorecía la innovación y la creación de riqueza. Segunda lección de Ferruccio a Sánchez: si de verdad amas tu país, lucha para que crezca, no por su estancamiento. "Cuando dejas de trabajar, empiezas a morir" era uno de sus lemas. Cuando quiso un campo de golf en una de sus fincas recorrió varios campos de todo el mundo y terminó diseñando el suyo él mismo. Nunca dejó de ser campechano y amable (a diferencia de Ferrari, que era altivo y maleducado).
Finalmente, murió de un ataque el corazón a los setenta y tantos años y fue conducido al cementerio en un carro agrícola tirado por uno de sus tractores. En la puerta del cementerio lo esperaban varios de sus coches míticos. Tanto su coche como su vino más famoso llevaban el nombre de Miura porque Lamborghini era, como mencioné, un apasionado de las corridas de toros en la senda de Orson Welles, Ernest Hemingway, Jean Cocteau y la casa Atreides en pleno. Tercera lección para Sánchez, todavía más hiriente viniendo de un extranjero: respeta y promociona lo que hace que tu país sea diferente y único, venerado y respetado por los más cultos del mundo, para lo que nos ocupa, la tauromaquia, que Sánchez odia, o el flamenco, del que lo ignora todo.
Contemplando a un hombre como Lamborghini, de pobre a rico de manera productiva no extractiva, y a un hombre como Sánchez, un nepotista que empobrece a su país a ritmo de decrecimiento para los demás y enriquecimiento gorrón para su familia, amigos y secuaces partidistas, podemos comprender por qué fracasan los países: midiendo su capacidad para producir más líderes como Ferruccio y menos caudillos como Pedro. Decía Frank Sinatra que se conduce un Ferrari cuando se quiere ser alguien y un Lamborghini cuando ya se es alguien. El caso de Sánchez, por el contrario, muestra que se pone un Lamborghini como ejemplo negativo cuando se es nadie y se aspira a que los demás sean tan poca cosa como él. Cuentan los periodistas que lo entrevistaban que Ferruccio hacía el café él mismo y servía a los reporteros. Última lección para Sánchez: ponte en lugar de aquellos a los que tienes que servir, sean tus clientes o tus ciudadanos, en lugar de tratarlos como a siervos a los que mentir, manipular y pastorear.
Los Lamborghinis italianos llevan nombres españoles de toros míticos como Islero, Espada, Jarama, Urraco y el más famoso, Miura. Es una de esas paradojas españolas que un hombre que respetaba y amaba tanto lo español fuese italiano, mientras que un ministro español de extrema izquierda haya censurado el Premio Nacional de Tauromaquia. Tenemos lo que nos merecemos y no, no nos merecemos más que los 34 Lamborghinis que están registrados en toda España. Por cierto, dentro de poco para conducir por los centros de todas las ciudades solo lo podrán hacer los propietarios de cochazos de lujo y los políticos de todos los partidos, los que consigan ser como Llados, Sánchez o un tal Almeida.