Somos un país modesto en el que un partido político que quiere ganar votos rodeándose de famosos, monta algo como la Zeja. Estará olvidado, sobre todo por los que participaron, pero yo no voy a dar nombres. Tengo un vago recuerdo de que hicieron hasta un jingle o una cancioncilla, que clamaba que ellos y el PSOE y Zapatero eran la alegría macarena, mientras que los otros eran unos cenizos. Quizá me equivoco mucho y no hubo jingle ni coplilla, pero lo seguro es que, acabado el carnaval, la ceniza cayó sobre nuestras cabezas en forma de una crisis económica que el alegre Zapatero —quién pudo decir que era alegre este hombre— había negado más de tres veces. El caso es que al ser un país modesto, estas operaciones no han reunido más que a una modesta parte de la farándula y, con el paso del tiempo, reúnen menos.
No hay nada modesto en los Estados Unidos de América. Sus figuras populares de la canción o del cine son multimillonarias en todo; en lo que ganan y en los fans que las siguen y adoran como aquellos que, en el Antiguo Testamento, adoraban a los falsos ídolos. La veneración y la reverencia son tan intensas que muchos creen que el apoyo de alguno de estos ídolos a un candidato o al otro decide quién gana las elecciones. Está por demostrar que haya tanta gente que vota lo que diga una celebrity, pero de antemano hay que reformular la cuestión. No decide su voto. Renuncia a tomar una decisión propia, porque la delega en el ídolo al que admira. Esta podría ser una de las explicaciones de un fenómeno tan absurdo. Mucho individualismo y mucho rechazo a las formas clásicas de autoridad para abdicar luego de todo eso y aceptar el dictado de un famoso. Cómo tira el rebaño.
Hace meses que se especula con el apoyo de Taylor Swift a los demócratas y lo determinante que sería. Los términos de la especulación eran inquietantes —de qué ciudadanía estamos hablando— y algo ridículos. ¿Qué Swift podía hacer que Biden ganara de nuevo? Pues como si pudiera. Pero la señora Swift se hacía esperar. Como si supiera que iban a acuchillar a Biden con el concurso de su vicepresidenta. Si algo tiene esta cantante es un equipo de márketing de primera, del cual ella misma es el producto. Su mensaje para anunciar al orbe que votará a Harris, después del debate de la traidora con Trump, es un ejemplo de manipulación política inteligente. Pero lo resumo. "Yo, la Swift, me he informado de las propuestas de los candidatos, he reflexionado largamente y, para evitar bulos y cosas raras, os digo que voy a votar a Harris por esto y por lo otro. Por supuesto, haced vuestra reflexión, mirad las propuestas, tomad vuestras propias decisiones. Y para mayor facilidad, aquí os pongo un enlace para que os registréis como votantes".
No te digo que votes lo que yo voto, pero te digo que votes lo que yo voto. Cientos de miles de personas clicaron en las horas siguientes en el enlace aquel. Que luego voten o no, es otra historia. Pero mucho tienen que aprender aquí los nostálgicos de la Zeja, los que ahora sueñan con ganar votos a raudales gracias a un tipo nuevo que han metido en la tele. Como si aún se viera la tele.