Se dice que Sánchez no tiene empatía por nadie. Es posible. Lo cierto es que resulta difícil hallar personas en cualquier estrato social de España que tengan necesidad de empatizar con él. Terrible. Es una tragedia. Votarlo por engaño, miedo o interés no es empatía. Es otra cosa. No se trata de demonizar a nadie, sino simplemente de mostrar algo obvio: es imposible que un gobierno tan absolutamente ridículo e ineficaz como el de Sánchez genere empatía en nadie. Que esta gente esté eliminando un sentimiento fundamental, base de la vida moral de un país, es imperdonable. La empatía, considerada por algunos una parte del alma nacional de los españoles, está desapareciendo por completo de la vida intelectual y artística, casi todo es arte y literatura ideologizada, y, en la vida cotidiana, la palabra empatía se utiliza con tan mal gusto que se ha convertido en una palabra vacía, una nadería, un lugar común en los libros de autoayuda.
La ruina moral que Sánchez ha traído a España es infinitamente más grave que nuestra ruina social y económica. ¿Quién puede ponerse en la piel de Sánchez? Nadie. He ahí uno de los males más grandes de la sociedad española actual. Personajes como Sánchez, Zapatero, Conde-Pumdido y tantos y tantos otros que están al servicio de un gobierno que desgobierna… sólo provocan rechazo y, lo que es peor, odio. Siembran odio y recogen más odio. Terrible. La envergadura moral de la sociedad española no está desapareciendo. Es que no existe, incluso esta mínima consideración moral será ridiculizada por los cientos académicos al servicio del odio.
Ponerse en lugar del otro para resolver alguna discusión, o para entender otra tradición y costumbre, no es mala actitud para sobrevivir con cierta dignidad. Recordemos que esa manera de ver el mundo casi se convirtió en un tópico de carácter nacional de nuestra literatura y arte. Cervantes es su mayor representante. Esa especie de desdoblamiento consciente de la personalidad se muestra en todas las épocas de nuestra historia literaria y artística. Podemos citar a Raimundo Lulio, en el siglo XIII, que se desdoblaba en moro para entender el Islam, y en nuestro tiempo a García Lorca para acercarse al cante jondo gitano. Esta fue la enseña clave de múltiples escritores y artistas españoles de todos los tiempos para asimilar y entender al otro, a todos los otros que proceden de civilizaciones y tradiciones diferentes a las nuestras, e incluso fue, y quiero creer que todavía es, la espuela moral para entenderse con los más cercanos que difieren de nuestras opiniones y convicciones. Algunos relevantes antropólogos del siglo veinte, como es el caso de Gilberto Freyre, han llegado a considerar que esa forma de ser y actuar es típica de nuestro arte, literatura y filosofía. No les faltan razones y pruebas a quienes así opinan. Hoy, sin embargo, podríamos dar ciento de ejemplos de lo contrario, o sea, de formas degeneradas de arte, literatura y filosofía que desprecian esa capacidad de vernos en otros y de ver a otros en sí mismo, llamada empatía.
El odio, la ira y la ideología (la imposición de la mentira) están aniquilando la necesaria empatía que requiere el creador, el analista, en fin, el intérprete de la compleja realidad humana y social para ponerse en la piel y el pensamiento de otros hipotéticos análisis que pudieran enriquecer el suyo. Predomina la ideología sobre la verdad. Predomina el uso perverso de las palabras sobre el diálogo sincero. Predomina el odio de quienes utilizan la palabra empatía de modo ostentoso, cínico y ruidoso, sobre las personas que tratan de ponerse en lugar Sánchez. Trágico es el problema. La solución no lo será menos.