Prohibido prohibir es un lema que se autodestruye. No solo es contradictorio sino estúpido, nocivo y peligroso. La civilización se basa en prohibiciones razonables, oportunas y eficientes. Donde no hay prohibiciones, hay caos, el ambiente propicio para que reine la arbitrariedad, la fuerza bruta y la idiotez. Hay dos entornos sociales donde el establecimiento de prohibiciones es fundamental para crear un orden sano, creativo y, paradójicamente, libre: la familia y la institución educativa. Una libertad basada en prohibiciones, en límites y en normas sancionadas con castigos cuando se incumplen es la que defiende el liberalismo. Kant estableció que la auténtica libertad consiste no en hacer lo que quieras, sino en hacer lo que debes, en elegir hacer lo que ordena la razón.
Ahora que comienza el curso, desde primaria a la universidad, es el mejor momento para hacer ver la íntima relación dialéctica entre la familia y la escuela. T.S. Eliot defendía que la educación tiene tres objetivos: prepararse para ganarse la vida, ser ciudadano y perseguir la perfección. La visión de Eliot es contracultural y heroica en una época que glorifica la felicidad y la identidad gaseosa, demonizando la libertad y la responsabilidad. Porque los objetivos del poeta anglo-americano se fundamentan en el (re)conocimiento de la tradición, la excelencia como ideal regulativo y el trabajo duro como método. Frente al libertinaje gamberro y facilón de mayo del 68 que destruye la tierra dejándola baldía, lo que nos propone Eliot es un camino hacia un pensamiento fundamentado, en el que para llegar a ser amo de uno mismo se ha de pasar necesariamente por ser esclavo de valores superiores a través del entrenamiento en hábitos y rutinas que configuren un carácter elegido sobre un temperamento dado.
El conocimiento, como el bien y la belleza, no surge de la espontaneidad anárquica sino de la rutina aprendida a través de la disciplina y el esfuerzo, guiada por maestros que no son ni amigos de fraternidades ni colegas de clubes, sino más bien como guías de senderismo a los que seguir en expediciones de altura, el oxígeno es raro y donde un paso en falso conduce al abismo. La peor consecuencia del lema tóxico con el que empecé el artículo es la erosión del principio de autoridad, confundido torticeramente con el autoritarismo. Y las dos principales figuras que encarnan el principio de autoridad son el padre y el profesor.
A la hora de elegir colegio, instituto o universidad, lo primero que habría que preguntar es cuáles son las prohibiciones que les imponen a los alumnos. Como norma general, elija aquella institución que tenga más prohibiciones sobre las que tenga menos. Ajustadas, obviamente, a los objetivos marcados por Eliot. Como ejemplo paradigmático, pregunte por la prohibición de móviles y dispositivos electrónicos en general. Del mismo modo que al buen profesor se le reconoce por su capacidad de enseñar al estilo de Sócrates —armado simplemente con su capacidad dialéctica, sus conocimientos adquiridos en clases magistrales y bibliotecas, y una humilde tiza en la que escribir sobre una decimonónica pizarra—, se sabe que uno está en una buena escuela porque hay carteles en los que se prohíbe tomar fotos, usar el móvil incluso para ver la hora (que se compren un reloj o, preferiblemente, que hereden el Duward del abuelo a cuerda) y encender un dispositivo electrónico para leer un libro. Frente a la demagogia pedagógica populista-tecnológica, auspiciada por intereses industriales de los vendedores de humo digital, necesitamos una institución educativa en la que el tiempo de los profesores se dedique no a hacer banales y simplistas cursillos de "aprender a aprender", sino en seguir formándose en sus respectivos campos de especialización. Esa búsqueda del perfeccionismo de la que hablaba Eliot, una meta imposible de alcanzar pero que, a pesar de eso, es lo más noble a los que puede aspirar un ciudadano cuya vida que no se reduzca a simplemente ganarse el sustento de cada día. No solo de pan vive el hombre, advirtió Jesús, que no revocó ni uno solo de los mandamientos, de las prohibiciones, de su Padre.
La perfección no es magia, es oficio. Así que padres y profesores, por el bien de sus hijos y alumnos, prohíban mucho y bien. Para empezar, TikTok.