
El conservadurismo social y el libre mercado han sido vistos, en muchos debates, como posiciones irreconciliables, especialmente en tiempos de crisis económica o agitación social. En estos tiempos, surge una tentación inherente: la de renunciar a los propios principios y ceder ante políticas que asalten la libertad individual y empresarial, todo bajo la promesa de soluciones rápidas. El legado de Herbert Hoover, presidente de Estados Unidos durante la Gran Depresión, ofrece un ejemplo revelador de cómo, incluso en las circunstancias más adversas, es posible mantenerse fiel a ciertos valores, aunque con sus propios errores y contradicciones. Hoover defendió el libre mercado en lo económico, mientras que en el ámbito migratorio adoptó medidas que traicionaban su defensa de la libertad.
Sus aciertos y errores arrojan luz sobre un dilema que todavía resuena en el debate contemporáneo sobre el conservadurismo y, en especial, frente al auge de la denominada nueva derecha, y ofrece lecciones para los desafíos contemporáneos.
Herbert Hoover: el pragmático ante la crisis
Al asumir la presidencia en 1929, Hoover heredó una economía en auge, pero pronto se vio enfrentado a la Gran Depresión, uno de los momentos más oscuros en la historia económica de Estados Unidos. Aunque Hoover era un defensor acérrimo del rugged individualism, una filosofía que exaltaba la autosuficiencia y la mínima intervención estatal, tuvo que ajustar su enfoque frente al colapso económico. A pesar de las presiones para una mayor intervención estatal, Hoover trató de preservar el libre mercado como motor de la recuperación.
Implementó medidas como la Reconstruction Finance Corporation (RFC), que proporcionaba préstamos a bancos y empresas clave para evitar su colapso. Aunque esta intervención estatal parecía contradecir sus creencias, Hoover argumentaba que el Gobierno debía facilitar la recuperación, no controlar la economía. Este enfoque mantuvo en pie su principio de limitar el alcance del Estado en tiempos de crisis.
Sin embargo, en su política migratoria, Hoover no fue tan fiel a sus principios de libertad individual. En un momento en que la competencia por el empleo era feroz, su administración endureció las restricciones migratorias, reflejando un proteccionismo laboral y una obsesión racial que contrasta fuertemente con la defensa de la libertad personal.
El libre mercado y la tentación autoritaria
Hoy, al igual que en tiempos de Hoover, en momentos de incertidumbre económica o social, surge la tentación de adoptar medidas intervencionistas o proteccionistas que, bajo el pretexto de proteger los intereses nacionales, terminan por socavar las libertades individuales y económicas. Este fenómeno puede verse en la creciente presión por imponer tarifas, controlar industrias clave o limitar la inmigración con el fin de proteger el empleo local. Hoover, con la ley arancelaria Smoot-Hawley de 1930, cayó en esta misma trampa, una medida que inicialmente se justificó como un intento de proteger a la industria nacional, pero que a largo plazo perjudicó tanto al comercio como a la recuperación económica mundial.
Si bien el enfoque de Hoover fue errático en algunos aspectos, su resistencia a ceder por completo al intervencionismo total en la economía ofrece una lección clave para los líderes actuales: la libertad económica, cuando se protege adecuadamente, es capaz de ofrecer soluciones duraderas. Hoover demostró que es posible enfrentar una crisis sin sacrificar los principios de un libre mercado. Sus intervenciones fueron limitadas, pero enfocadas en preservar la infraestructura económica necesaria para que el sector privado pudiera recuperar su papel central.
Sin embargo, el buen criterio de Hoover en materia de libertad de empresa no tuvo su eco en política migratoria, pues abusó de un proteccionismo impregnado de un racismo institucional que veía a las comunidades de inmigrantes, especialmente a los mexicanos, como una carga para el sistema. Las deportaciones masivas no se limitaron a quienes habían entrado ilegalmente al país; en muchos casos, la persecución y expulsión afectó a personas con una residencia legal establecida, especialmente con decenas de miles de nativos americanos. Además, estas políticas provocaron un daño irreversible a las familias que fueron separadas y a las economías locales que dependían del trabajo de los inmigrantes.
El impacto de estas medidas fue devastador tanto en lo económico como en lo social. A corto plazo, las deportaciones no resolvieron el problema del desempleo, ya que la crisis era sistémica y no podía ser atribuida simplemente a la competencia por empleos entre inmigrantes y ciudadanos. A largo plazo, esta política sentó un precedente peligroso de xenofobia institucional que afectaría las relaciones raciales en Estados Unidos por décadas. La política migratoria de Hoover no solo fue ineficaz en abordar las raíces de la crisis, sino que también intensificó el racismo y la discriminación, afectando gravemente a las comunidades inmigrantes y dañando la cohesión social del país.
Uno de los ejemplos más concretos y perjudiciales de la política migratoria racista de Herbert Hoover fue la implementación de la Ley de Exclusión de Inmigrantes de 1931, que, aunque no fue una nueva legislación, sí vio su aplicación más agresiva durante su mandato. Esta ley endureció los controles fronterizos y restringió severamente la inmigración desde varios países, particularmente de aquellos considerados "no deseables", incluyendo México y otros países de América Latina. A través de esta legislación y las políticas que la acompañaban, Hoover autorizó un aumento en las deportaciones y reforzó las medidas de vigilancia en la frontera.
Otro ejemplo emblemático de la política migratoria de Hoover fue la ya mencionada campaña de Repatriación Mexicana, que no se basó en una ley específica, sino en un conjunto de directrices gubernamentales informales respaldadas por la administración. Entre 1929 y 1936, bajo su gobierno, las autoridades federales y locales deportaron o "repatriaron" forzosamente a más de 500,000 mexicanos y mexicoamericanos. Aunque la repatriación fue presentada como voluntaria, en la práctica, muchos inmigrantes fueron expulsados mediante redadas masivas y con poca o ninguna protección legal, violando los derechos constitucionales de miles de ciudadanos estadounidenses de ascendencia mexicana.
Además, Hoover también fortaleció la aplicación de la Ley de Inmigración de 1924, que establecía estrictas cuotas basadas en el origen nacional, limitando severamente la inmigración de países fuera del norte de Europa. Esta política se alineaba con las ideas racistas de la época, que intentaban preservar una homogeneidad racial en Estados Unidos, favoreciendo la inmigración de países considerados "racialmente superiores" y reduciendo al mínimo la entrada de personas de ascendencia latina, asiática y africana.
Este giro proteccionista en materia migratoria muestra los peligros de usar las crisis como justificación para erosionar las libertades individuales, algo que resuena especialmente en las políticas actuales que buscan restringir la inmigración o regular en exceso sectores estratégicos bajo las banderas de intereses nacionales y nativistas.
Sin embargo, estas medidas no funcionaron en tiempos de Hoover y no parece que vayan a funcionar ahora. Entonces, las medidas anti-migración no sólo no solucionaron el desempleo durante la Gran Depresión, sino que también crearon un legado de discriminación racial y xenofobia institucional que marcó profundamente las políticas migratorias de las siguientes décadas.
El legado de Hoover para el presente
El legado de Herbert Hoover nos recuerda los peligros de ceder a la tentación del control autoritario, incluso cuando las circunstancias parecen exigirlo. A pesar de la presión para expandir el poder del gobierno, Hoover mantuvo una fe inquebrantable en que la libertad económica era la clave para la recuperación a largo plazo. Sin embargo, también nos enseña que la defensa de la libertad no puede ser selectiva. Cuando se comprometen principios como la libre movilidad de personas o la apertura al comercio, las libertades individuales también quedan vulnerables.
Hoy en día, los movimientos populistas y autoritarios a menudo utilizan las crisis económicas o sociales como pretexto para imponer políticas que restringen tanto las libertades económicas como las individuales. El desafío para los líderes contemporáneos es resistir esta tentación y mantener un equilibrio entre la protección de los más vulnerables y la defensa de las libertades que hacen posible el crecimiento y la prosperidad a largo plazo.
Por eso es más necesario que nunca recordar que responsabilidad social y libertad no están reñidos. Hoy en día, la corriente de pensamiento conocida como Virtue Economics —liderada por intelectuales como McCloskey o Novak— propone que la economía debe subordinarse a los valores éticos y morales de la sociedad, y que las políticas económicas deben promover el bienestar social y la responsabilidad individual. Esto se refleja en movimientos contemporáneos dentro del conservadurismo social, que abogan por un mercado donde la actividad económica esté alineada con los principios tradicionales de la familia, la religión y la comunidad.
Conclusión: las lecciones de Hoover para la libertad en tiempos de crisis
Herbert Hoover nos deja una lección dual: aunque hizo bien en mantener ciertas políticas pro-libre mercado que ayudaron a sentar las bases para la eventual recuperación, su error en la política migratoria y su inclinación por medidas proteccionistas evidencian los peligros de sacrificar la libertad en nombre de la seguridad. En tiempos de incertidumbre, es fácil ceder a la tentación de restringir derechos, pero el verdadero liderazgo reside en encontrar soluciones que protejan tanto la libertad económica como la individual.
Los líderes actuales harían bien en recordar este legado y evitar caer en la trampa del autoritarismo, manteniendo un firme compromiso con los principios del libre mercado y la libertad personal, incluso en los momentos más oscuros. Sólo así podrán guiar a sus naciones hacia una recuperación sostenible y una verdadera prosperidad.
En la próxima entrega, exploraremos cómo Franklin D. Roosevelt y Harry Truman transformaron la política estadounidense y qué lecciones podemos extraer de sus mandatos para el siglo XXI.