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Yolanda nos va hacer la autocrítica LGTBI

Lo que quiere es hacerle gastar a las empresas españolas un dinero que seguro que acaba en asociaciones casualmente cercanas a Sumar y sus aledaños.

Lo que quiere es hacerle gastar a las empresas españolas un dinero que seguro que acaba en asociaciones casualmente cercanas a Sumar y sus aledaños.
La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. | EFE

Debo ser un bicho raro porque llevo cerca de 30 años trabajando –Dios mío, ¡cómo pasa el tiempo!– y en todo este tiempo no he visto ningún caso de discriminación LGTBI en el ámbito laboral.

Es estas casi tres décadas he pasado, como el lógico, por varias empresas y en todas ellas he tenido compañeros de trabajo gays que, en no pocos casos, lo eran de forma completamente abierta –lo que, por cierto, no es mejor ni peor que serlo de forma menos abierta, allá cada uno con su vida, faltaría más– y nunca, jamás, ni un solo día ni en ninguna una ocasión he visto un caso en el que se discriminase a nadie por ser ele o ge o te o bi.

Tengo que reconocerlo: he tenido suerte, he vivido en ese breve y maravilloso lapso en el que en las sociedades avanzadas de Occidente a nadie le importaba con quién te ibas a la cama. Hasta muy poco antes de que yo fuese adulto, e incluso después en determinados ambientes o lugares, salirte de lo considerado norma era un problema. Y desde hace unos años quizá no haya problemas en ser o no heterosexual –no, no voy a ir de víctima– pero desde luego que lo que haces en la intimidad de tu cama se ha convertido en un tema esencial que parece que debe estar presente en todas nuestras relaciones y no sólo en las sexuales: en el trabajo, en los estudios, en tus grupos parroquiales…

Aquí conviene insistir y aclarar: por supuesto que no me parece mal que cada uno viva abiertamente su vida si es hetero, gay, fluido o mediopensionista, pero es que a la hora de trabajar, jugar al fútbol o tomarme unas cañas, por poner unos ejemplos, ese dato me interesa bastante poco, como me interesan poco otras peculiaridades de la vida sexual de los demás, pongamos por ejemplo sus fetiches o sus posturas favoritas para hacer el amor.

Pero no, resulta que la sexualidad tiene que marcar todo lo que hacemos –una idea con la que seguro que están de acuerdo los talibanes, por ejemplo– y ser tan importante dentro de nuestro entorno laboral como para que las empresas se vean obligadas a dar formación a sus empleados sobre la cuestión.

Es la nueva ideica de una Yolanda Díaz que cada día está más claro que no sabe qué hacer para estar en la agenda informativa, pero que a mí no deja de llamarme la atención: ¿qué pasa, que durante las últimas décadas los centros de trabajo eran para los gays algo así como los institutos de las películas ochenteras para los nerds? Mire, señora, si hubiese trabajado un poco en su vida sabría que no, que puede haber casos aislados como puede haberlos de casi todo, pero eran, son, la excepción excepcional, no la norma.

O algo peor todavía: ¿acaso es que los miembros y miembras del colectivo LGTBI son seres humanos más complicados, problemáticos y difíciles de tratar que los demás y, por tanto, es necesario enseñar a todo el mundo a gestionar esa insólita dificultad? Es totalmente ridículo y, me atrevo a decir, insultante, para todos pero sobre todo para los gays.

La no discriminación y la igualdad de las personas LGTBI —o blancas, o negras, o de Murcia, o de Lugo— ya está reconocida en nuestras leyes al menos desde el 6 de diciembre de 1978: ahí está, esplendoroso, el Artículo 14 de la Constitución.

Y como esa igualdad está garantizada por la Constitución y otras muchas sentencias y normas, lo de Yolanda Díaz no va de eso: la vicepresidenta segunda lo que quiere es hacernos la autocrítica LGTBI, decirnos qué debemos pensar y cuándo y, de paso, hacerle gastar a las empresas españolas un dinero que seguro que acaba en asociaciones casualmente cercanas a Sumar y sus aledaños, como si no tuvieran bastante con pagar los brutales impuestos que tiene que pagar ya.

Pero luego la culpa de que los salarios sean bajos es de los empresarios, claro, que son todos unos fachas.

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