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En nombre de los españoles que emigraron legalmente

Los españoles que emigraron a las Américas lo hicieron respetando las leyes de su época y los que más tarde marcharon a Alemania y Suiza fueron legalmente y con contratos de trabajo.

Los españoles que emigraron a las Américas lo hicieron respetando las leyes de su época y los que más tarde marcharon a Alemania y Suiza fueron legalmente y con contratos de trabajo.
En los años 50 y 60 muchos españoles emigraron para salir adelante | Archivo

Ante la recurrencia de oleadas de inmigración ilegal, un Gobierno puede hacer cosas que serán equivocadas o correctas, eficaces o ineficaces, consensuadas o impuestas, pero siempre hace algo. A menos que sea el Gobierno de Sánchez. Lo que ha hecho, hace y va a hacer ha quedado claro. Estamos ante la clase de políticos que abordan los problemas y las crisis únicamente como problemas de comunicación. Su obsesión es que la opinión pública los digiera con tranquilidad. Su meta es que los ciudadanos no vean crisis y problemas donde hay problemas y crisis. La única batalla que les importa y la única que dan es la batalla de la propaganda, rehabilitada ahora con el nombre de batalla del relato, que no sé por qué creen respetable.

El empeño por alterar las percepciones, por convencer a la gente de que la noche es el día y el día, la noche es lo que explica una intervención del presidente sobre inmigración, en una comparecencia forzada, vacía de líneas de acción y repleta de falsa sentimentalidad. Falsa por fingida y falsa, por meter falsedades. Es falaz la analogía entre las actuales oleadas de cayucos y el viaje de unos inmigrantes canarios a Venezuela en la década de 1940, y es falsario el clickbait fabricado para justificar la inmigración irregular y para que fuese titular: "Somos hijos de la emigración y no vamos a ser padres de la xenofobia". Si Sánchez, por cierto, quiere encontrar a "padres de la xenofobia", no tiene que ir muy lejos: los bisnietos de Prat de la Riba y de Sabino Arana están a su lado. Se le habrá olvidado que llamó xenófobo al entonces president Torra, allá por 2018.

La utilización de la emigración española para esta maniobra del relato resulta tan hiriente que causa dolor, y se lo causará sobre todo a hijos y nietos de emigrantes. Porque los españoles que emigraron a las Américas lo hicieron respetando las leyes de su época y los que más tarde marcharon a Alemania y Suiza fueron legalmente y con contratos de trabajo. Así fue mayoritariamente y no va a venir ahora Sánchez a cambiar la historia y a retorcer los hechos que conocemos. Mis abuelos, mi padre, mis tíos y tías ya no están en este mundo, pero como emigrantes respetuosos de la ley que fueron rechazarían de forma contundente esta tergiversación de su experiencia. No digamos la audacia de afirmar que la "deuda moral que tenemos con nuestros mayores" nos obliga a aprobar el inhumano tráfico de inmigrantes ilegales. Vaya en su nombre mi rechazo a esta adulteración detestable.

El presidente tiró de proyecciones demográficas apocalípticas e hizo caso omiso de los informes que dicen que el tipo de flujos migratorios que recibimos no permite resolver los desajustes del mercado laboral. Pero este aparataje de apariencia económica cumple la misma función que el adobo sentimental. Traducido al román paladino, lo que dijo Sánchez es transparente. No va a frenar la inmigración irregular, porque habría que hacer cosas que no quiere hacer, pero pondrá todo de su parte para convencernos de lo buenísimo de que vengan cayucos y pateras. Así, cuando en las ciudades veamos a inmigrantes durmiendo sobre cartones, vaciando contenedores de basura, tirando de carritos con chatarra, malviviendo como vagabundos y mendigos o —chitón, esto no puede ni decirse— robando móviles o carteras, apartemos la vista y repitamos, como un mantra, la buena nueva de Sánchez: en los cayucos, si sobreviven al viaje, llegan los que nos van a salvar de la extinción y de la pobreza.

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