
Una sociedad enteramente adocenada, muerta en términos políticos, está siendo enterrada por una panda de delincuentes. Gentuza. No se merece otra cosa una sociedad civil cuyos líderes se llamaron González y Zapatero, por parte del equipo oficial, y Aznar y Rajoy por el equipo suplente. La suma de los cuatro trajo a Sánchez. Nadie lo echará. La nación está destruida y él tiene todas las llaves de casi todos los aparatos represivos del Estado. Falta ver hasta dónde controla a un Ejército convertido en una ONG de Naciones Unidas, o sea, un ejército tan enfermo y limitado como la sociedad a la que cree defender. Si todas las altas instituciones del Estado comen en la mano de Sánchez, incluidos los machotes del PP y VOX, entonces la cosa está cantada: preparémonos para llorar en el entierro. Será largo y tendrá muchos responsos de gente menos ilustrada que la Fregona de Cervantes.
Nos toca vivir en un tiempo destruido. Ya no hay tiempo para nada. Ha muerto la política y en su lugar se alza el sálvese quien pueda. La situación sería comparable a la de algunos Estados de Méjico que, cuando ya no se puede aguantar la corrupción, el narco y la violencia, entran las fuerzas armadas para limpiar la basura… Aquí ha entrado la Guardia Civil. Ojalá sirva para algo. Pero mi escepticismo no puede estar mejor fundamentado. La cosa estaba cantada y contada. El pronóstico también fue preciso: la cosa acabará mal. En 2018 comenzó el final de una democracia tambaleante. Ahí estaba in nuce lo que vino después, pero fue el año 2020 el inicio de la Nueva Era: el lumpen político hará su agosto, los del dinero se arrodillarán ante Sánchez y los de la "cultura" le pondrán alfombras. Tiempo roto, tiempo para el disimulo de la política, tiempo para la corrupción al por mayor y al detalle.
Fue contado, repito, en un libro titulado El tiempo roto (Unión Editorial, 2020). Perdón por citarme. Pero la gente se refugia dónde puede. Yo en la relectura de mi libro. Provoca melancolía, lo sé, pero eso no es una enfermedad, sino un estado del espíritu para conllevar las maldades de la vida pública-política. Me ayuda a enfrentarme a los delincuentes políticos y, sobre todo, intelectuales de un país cuyas élites son incapaces de matizar argumentos, analizar concienzudamente y, en fin, trazar mapas de la corrupción para superarla. ¡Cómo no recordar en este contexto el libro de Pedro de Tena: La tela de araña! Es un símbolo de tantos buenos libros que se han escrito para combatirla. Pero no nos engañemos con unos cuantos ejemplos de excelencia. Menos con el parto de Feijóo de querellarse contra el PSOE. ¡Sólo faltaba que no se querellase! La corrupción de todo tipo en España no sólo ha sido el eje del sistema político, sino que ha sido justificada por las elites periodísticas e intelectuales. ¡Para qué citar lo que todo sabemos!
Porque la corrupción no es un asunto intermitente sino el centro del sistema político, un problema permanente de la sociedad española, quien intelectualmente no se haya enfrentado a ella es un inmoral. Alguien que no ejerce con dignidad el sencillo oficio de pensar. El político o filósofo, el periodista o comunicador, el poeta o novelista, el profesor o académico, el profesional del espíritu o del pensamiento, en fin, un cualquier "intelectual" que no se haya hecho cargo de la corrupción española, debería renunciar a su oficio. La corrupción es terrible, pero es aún más grave la carencia de coraje intelectual para enfrentarla. Quien rehuye el tema, sin duda alguna, es poco o nada moral e intelectualmente hablando.
Pues eso, amigos, me ratificó en lo escrito en 2020, y pongo como prueba un trocito de lo allí escrito. Es, sí, una demostración de que la melancolía es antes un impulso para seguir adelante que un lamento de alma bella. Ahí va lo escrito el 29 de enero de 2020. Era mi forma de acercarme a la psicología del pueblo español:
Todo es real en la vida política española. Más de seis millones y medios de españoles votaron a Sánchez. Sabían bien quién era el personaje. Tuvieron ocasión de estudiarlo durante más de un año de presidente de Gobierno en funciones. Sus votantes experimentaron en carne propia qué mantenía hoy una cosa y mañana la contraria, que despreciaba un día a Iglesias pero al otro formaba gobierno con él… Todo es real. Nada es ficción. Sucede en la España de 2020. Millones de individuos han votado a Sánchez y no sienten vergüenza de su acto. Al contrario, están orgullosos de su hazaña y odian a quien critique a su ídolo. He ahí a las nuevas generaciones de españoles que darían media vida, algunos hasta la vida entera, porque Sánchez fuera reconocido como un gran estadista.
También los de las viejas generaciones se entregan con delectación a Sánchez. Es el caso del muchachote de Calzada de Calatrava, cineasta de mucho postín, quien ha puesto toda su sabiduría y sensibilidad al servicio del gran timonel de la patria española. El muchachote de la capital del Pegamento y Medio, en la cosa de los Goya, demostró ser un representante extraordinario de esa parte del "valiente pueblo" español que tanto gusta de las cadenas. El muchachote de los mil Goya es el fiel continuador de una historia lamentable de un populacho que sacrifica la libertad y el arte por llenar la panza.
Pero esto no es cine de impostura sino realidad, o sea, Sánchez es presidente del Gobierno e Iglesias su vicepresidente. Eso es tan real como la depresión que atraviesa la mayoría decente, o sea ciudadana, de españoles ante el espectáculo ofrecido por el gobierno con una delincuente internacional. Y es que también son reales los vínculos del PSOE y Podemos con el régimen tiránico de Venezuela, incluso los periódicos y los medios de comunicación del Gobierno, o sea casi todos, publican que un miembro del Gobierno, Ábalos, se entrevistó con la delincuente venezolana Delcy Rodríguez, vicepresidenta de Venezuela… Claro que esto traerá consecuencias trágicas para los españoles. No es solo una cuestión de cortesía de un Gobierno, sino que se trata del incumplimiento flagrante de un país, España, con una orden de búsqueda y captura de una narcotraficante internacional.
Quizá la determinación de un hombre puede conseguir todo lo que se proponga. Quizá Pedro Sánchez consiga que una mayoría de españoles se arrodillen a sus pies y, seguramente, conseguirá que los impostores, los pedigüeños y los esclavos del régimen, que haya en cada momento, le sirvan con la misma diligencia e indignidad que lo hicieron los fabricantes de malas imposturas el sábado pasado en Málaga. Es una constante de nuestra historia. Es uno de los vicios más apreciados de una parte del pueblo español: arrastrarse cobardemente ante el poderoso. Cobardía e impostura son los adornos de quienes no quieren reconocer la realidad de una enfermedad mortal para el desarrollo normal de un país. Esa enfermedad no es social y económica. Es una enfermedad moral. Corrupción sobre corrupción. Es una profunda y verdadera discordia en el alma de cada español que ha votado por alguien que, sin duda alguna, le quitará las ganas de volver a votar otra vez. El presente es un horror y el futuro un desierto. Quien no se sienta desanimado con este Gobierno, digámoslo brevemente, o es que no tiene corazón o es un imbécil.