Nixon ganó las elecciones de 1968 gracias, entre otras cosas, a que durante la campaña aseguró tener un plan para poner fin a la guerra de Vietnam. La promesa de hacer lo mismo con la de Ucrania no ha sido tan relevante en las del pasado martes, pero es un compromiso que a los europeos nos incumbe mucho más. Nixon mintió. Y no sólo, además torpedeó los intentos de paz de su predecesor, Lyndon Johnson, pidiéndole a Van Thieu, el presidente de Vietnam del Sur, que los boicoteara tras convencerle de que con él lograría mejores condiciones de paz. Probablemente, Trump también ha mentido. Pero no ha minado ningún plan de Biden porque no hay ninguno que sabotear. Lo que sí tendrá el presidente electo es, como Nixon, el empeño de cumplir lo que promete, aunque ahora no sepa cómo lo va a hacer. El californiano lo consiguió del único modo posible, retirándose del Sudeste asiático y dejando a los survietnamitas y al pobre Van Thieu a merced de los comunistas del Norte. ¿Hará lo mismo el neoyorquino?
Aparentemente, la única forma de poner fin a esta guerra es obligar a Zelenski a ceder para siempre el territorio ya ocupado por los rusos y forzar a Putin a aceptar este acuerdo so pena de armar a Ucrania hasta los dientes. A ello se uniría el corolario de la "finlandización" de lo que quede del país invadido bajo quizá una vaga garantía de la OTAN.
Es probable que ésta sea poco más o menos la propuesta que finalmente haga Trump a los contendientes. ¿Qué haremos entonces los europeos? Probablemente nos quejaremos ruidosamente de la traición del magnate. No obstante, deberíamos tener presente que Biden no ha hecho nada para ganar esta guerra. Se ha conformado con ir proporcionando a los ucranianos medios suficientes para que no la perdieran, pero siempre dando demasiado poco demasiado tarde. Y nosotros somos corresponsables del desastre por haberle seguido la corriente. Con Trump, en la práctica, entre protestas y recriminaciones, haremos lo mismo: nada.
Si de verdad no queremos contemplar cómo Kiev se arrodilla ante Putin por verse incapaz de combatir sin la ayuda de los Estados Unidos, podríamos suplir la falta de suministros y dotar a los ucranianos de todo cuánto necesiten para que al menos puedan intentar ganar esta guerra tras rechazar la oferta de Trump. Esa sería la respuesta coherente con las acusaciones de traición que verteremos contra el nuevo presidente. Y quizá nos conviniera hacerlo, no sólo por lealtad con Ucrania, sino también por interés propio, para evitar que, en el futuro, Putin o quien le suceda desista de invadir Moldavia, alguna república báltica, Finlandia y quizá la misma Polonia. Si los estadounidenses quieren un empate y nosotros preferimos deshacerlo y que Ucrania se imponga, en nuestra mano está intentarlo. Claro que, para eso, tendríamos que relanzar nuestra industria armamentística. A quienes no les guste la idea, habrá que explicarles que el rearme es algo que vamos a tener que hacer de todas formas una vez que Washington se ha hartado de arriesgar vidas y gastar dinero en la defensa de nuestros intereses. Toca espabilarse. No digo que tengamos la necesidad ineludible de cubrir el vacío que Estados Unidos va a dejar en Ucrania. Digo que al menos deberíamos colocarnos en situación de poder hacerlo por si eso fuera finalmente lo que a nuestra defensa interesa: si vis pacem, para bellum.