
En Verdad y mentira en política (publicado por la editorial Página Indómita), Hannah Arendt establece el criterio de demarcación entre democracia y su degeneración populista: "La libertad de opinión es una farsa si no se garantiza la información objetiva y no se aceptan los hechos mismos". La izquierda mundial hoy en día ha quedado reducida a una cruzada contra la objetividad y lo factual. Abducidos los socialdemócratas por lo que denominan "relato", que no es más que una alucinación pretenciosa al servicio de ese narcisismo que denominan "superioridad moral", pretenden hacer creer que Trump ha ganado fundamentalmente por la economía. E inflación hay, sin duda, pero tiene más que ver la victoria de Trump con una batalla cultural contra la plaga de ideologías tóxicas con la que los socialdemócratas han ensuciado las instituciones fundamentales de la democracia norteamericana, de los jueces, a los que quieren convertir en inquisidores sectarios presidiendo tribunales populares, a las instituciones educativas, manipuladas para ser focos de adoctrinamiento y lavado de cerebro. Es decir, Trump ha ganado porque Obama, con el que empezó la debacle posmoderna institucional, ha conducido a los socialdemócratas norteamericanos al precipicio de la extrema izquierda de la ideología de género, el victimismo racista pasivo-agresivo y el magufismo científico.
No se entiende el fenómeno Trump si antes no se comprende que el populismo, la posverdad y el antiliberalismo habían llegado al núcleo del Partido Demócrata con Obama. Acabar con el populismo trumpista primero pasa con terminar con el populismo obamita. Cualquier antisanchista español que no lo sea por postureo debe ser antes antiobamita que antitrumpista. Obama aparecía como una combinación entre mesías y tecnócrata, pero en realidad es un parásito sofista en la estela de Al Gore, un cruce teratológico entre el radical Malcolm X y la falsaria Greta Thunberg, un mago impostor que con planta de galán de serie B y discursos almibarados al estilo de Sorkin en El ala oeste de la Casa Blanca ha hecho creer que es un gran estadista. Pero no es más que un vendedor de crecepelo, un demagogo de los que no dicen ni una mala palabra pero no realizan ni una buena acción.
Trump es obviamente un matón con un carisma loco e hipnótico. Pero no es tan evidente que Obama es un político tóxico al estilo de Tierno Galván, al que Alfonso Guerra, otro con un carisma loco e hipnótico, definió como una víbora con gafas. Obama no tiene gafas, eso sí, pero tiene un carisma doblemente alucinatorio, y, por tanto, peligroso, porque resulta invisible. Como el flautista de Hamelin, ha conducido al abismo a ingenuos, superficiales y niños, a los que ha engañado con sus maneras aterciopeladas y su pico de oro mientras deportaba a inmigrantes como si fuesen ratas al tiempo que se vendía en sus medios de propaganda como una mezcla entre Martin Luther King, Gandhi y Alejandro Magno.
Sin embargo, gracias a los que han roto el monopolio socialdemócrata de la "información", de Joe Rogan a Elon Musk, los hispanos, las mujeres y los jóvenes norteamericanos han despertado de la hipnosis colectiva made in New York Times y CNN, hartos de la hipocresía, la irracionalidad y el nihilismo de una izquierda que ha asaltado las instituciones democráticas, ha practicado la censura puritana y ha llevado a cabo una cacería mediática contra los adversarios. Trataron de colonizar el Tribunal Supremo con los jueces, ¡y juezas!, más mediocres y sectarios; han cerrado la cuenta en Twitter del New York Post; han propagado bulos y mentiras durante la pandemia con científicos reconvertidos en comisarios políticos; han destruido el prestigio científico de revistas como Nature y Scientific American dominadas por activistas "woke"; han colonizado las universidades de la Ivy League aupando a rectoras plagiadoras y antisemitas; han destruido las pruebas deportivas femeninas en nombre de un pseudofeminismo misógino y han mutilado sexualmente a cientos de niños a los que previamente les habían lavado el cerebro de un modo que no se veía desde el fraude de Freud, los crímenes de Egaz Moniz y los delirios castradores de John Money.
Es revelador que a los antitrumpistas no se les pase por la cabeza que los fascistas antiliberales peligrosos para la democracia puedan ser ellos mismos. Sin embargo, algunos sí que señalan que el emperador obamita está desnudo. Sam Harris ha puesto el dedo en la llaga: no hay nada en el discurso de Trump que sea más repugnante, criminal e irracional que la política de la identidad que ha abrazado el Partido Demócrata desde Obama, sobre todo en lo que tiene que ver con la igualdad entre las mujeres trans y las mujeres, negando a las primeras y humillando a las segundas. Declararse antisanchista y antitrumpista en lugar de antisanchista y antiobamita es peor que una contradicción, es situarse en el peor lado de la historia de Occidente desde que el demócrata Franklin Delano Roosevelt encerró a los japo-americanos en campos de concentración y su sucesor Harry Truman cometió crímenes contra la humanidad bombardeando atómicamente ciudades llenas de civiles solo para dar un escarmiento vengativo y hacer un experimento científico a mayor gloria del Proyecto Manhattan y la industria armamentística. Cualquiera que fuese realmente feminista y respetase a las personas trans habría blindado las pruebas femeninas únicamente para mujeres y hubiese habilitado pruebas específicas para las personas trans de manera no se hubiese borrado a nadie. Advierte Harris que se contemplará esta metafísica delirante trans y el negacionismo ideológico de la biología de la manera que hoy vemos a los que defendían el racismo supuestamente basado en la ciencia y presentaron el exterminio eugenésico como si fuera progresismo socialista.
Sam Harris también subraya la degradación de las ciudades regidas por demócratas, un paraíso para los criminales y los yonquis una vez que los socialdemócratas norteamericanos han propagado que la policía es intrínsecamente fascista, machista y racista por lo que tiene que ser desmantelada. Por no hablar de cómo los socialdemócratas se han echado en brazos de los antisemitas y los filoislamistas que queman banderas estadounidenses en pleno Nueva York y se niegan a denominar a Hamás y cía. como terroristas.
En realidad, buena parte de los antitrumpistas son los nuevos "antifascistas" que odiaban a Hitler porque amaban a Lenin y Stalin. Ahora lloran la victoria electoral de Trump, pero no tuvieron lo que hay que tener para parar la derrota ideológica, política y moral que sufrieron a manos de Obama, cuya última fechoría fue un "golpe de Estado" dentro de su propio partido para derrocar a Joe Biden, que habrá votado por Trump, e imponer a una marioneta vacía. ¿Y qué es lo que hay que tener? La lucidez y, sobre todo, el coraje para denunciar que el emperador obamita está desnudo.