
La mayoría parlamentaria de Sánchez goza de una envidiable mala salud de hierro. La prueba está en cómo aguanta a pie firme el chaparrón de escándalos sin resfriarse ni un poco. Todos los miembros que componen este segundo Frankenstein se han mostrado exquisitamente prudentes en sus valoraciones de los affaires que acosan al Ejecutivo. El campanazo de Aldama no ha alterado la confortable pauta. Lo que se ha sabido del fiscal general mucho menos. La investigación de las actividades de Begoña Gómez sigue sin provocar en esa feliz cuadrilla nada más que denuestos contra el juez. Quizá alguno de los socios haya hecho estos días un mohín de disgusto, pero habrá sido en la intimidad. Nunca como ahora han creído tanto en la presunción de inocencia y en la necesidad de ver pruebas para tomarse en serio alguna acusación. La incredulidad de Santo Tomás, su "ver para creer", se queda pequeña al lado de la que están demostrando los socios de Sánchez.
Las gentes de Sumar no dicen nada. ¿Qué van a decir de los escándalos de un Gobierno del que forman parte y del que quieren seguir formando parte? Quién sabe si van a tener otra oportunidad. Su filosofía es aprovechar el tiempo que queda. Pero los eslabones débiles de la mayoría parlamentaria, que son Podemos y Junts, tampoco se exceden en locuacidad reprobadora. Lo de Junts se entiende: por venir de dónde vienen, la corrupción no les quita el sueño. Podemos, en cambio, por venir de donde viene tiene que fingir algo de interés. Claro que no se le ocurre verter toneladas de demagogia contra la "casta" corrupta, como antaño. Ahora cumple con dos o tres expresiones de aparente dureza, tipo "seremos implacables", y espera, con pasmosa contención, a que haya pruebas para exhibir la contundencia prometida. Este affaire, el que empezó siendo la trama Koldo-Ábalos y ya se extiende como mancha de aceite por el PSOE, va a ser el único escándalo en el que los siempre indignados podemitas necesitan pruebas para llamar a la revuelta y a la guillotina.
La fortaleza de Frankenstein bajo la catarata de escándalos es todo un fenómeno de la naturaleza, un nuevo indicio de que el monstruo es monstruoso y de que su propia monstruosidad lo protege. Como sociedad de chantaje mutuo, es demasiado beneficiosa como para romperla. No tiene sentido apartarse ni disolverla cuando todos sus miembros pueden decir que han sacado algo y que esperan sacar más. Sería tirar piedras contra el propio tejado adoptar ahora actitudes morales rigurosas y predicar la tolerancia cero contra la corrupción. Estos socios sólo abandonan el barco si están seguros de que se va a pique. Entonces puede ser demasiado tarde, cierto. Pero cuentan con que el reproche social se dirija contra los socialistas —y contra Sánchez— en exclusiva. Y por si no bastara con los beneficios, están los costes. El único principio político sobre el que se montó esta mayoría parlamentaria era evitar que gobernara la derecha. Romperla es darle ventajas. Demasiado coste para pequeños pusilánimes.