Como era de esperar, la catarata de escándalos que afectan directamente al núcleo más cercano de presidente del Gobierno no ha hecho mella en el fervor de los compromisarios socialistas, que acudieron este pasado fin de semana al 41º Congreso Federal del PSOE a rendir pleitesía a Sánchez, como corresponde a un partido bunkerizado que ya solo es un cascarón manejado con discrecionalidad por el líder supremo.
Las ovaciones a Chaves y Griñán, responsables del mayor escándalo de corrupción económica de la historia de la democracia, y los abrazos y fotografías con Begoña Gómez, procesada por numerosos delitos derivados de su condición de esposa del presidente del Gobierno, ejemplifican sin ningún género de duda el grado de sumisión de los socialistas hacia Sánchez y su camarilla, responsables de haber convertido al PSOE en una secta destructiva al servicio exclusivo del sanchismo.
Tras representar con efusividad búlgara ese cierre de filas con la pareja presidencial, principal objetivo de este Congreso, los asistentes cumplieron con la parte programática a través de una serie de acuerdos que contribuyen a poner aún más de manifiesto el grado de sumisión del PSOE hacia Pedro Sánchez, cuya supervivencia en el poder es ya el único fin de los socialistas españoles.
Uno de esos acuerdos tiene que ver con el modelo de financiación autonómica, que Sánchez hizo saltar por los aires con su pacto con ERC para dotar a Cataluña de un régimen fiscal singular. Con una mezcla asombrosa de estolidez y desvergüenza, los socialistas han decidido que la financiación de las autonomías se negociará en el seno del Consejo de Política Fiscal y Económica, pero atendiendo a los acuerdos bilaterales que puedan tener lugar en cada caso. La contradicción de ambos términos es tan elocuente que hasta los delegados socialistas deberían haber sospechado que Sánchez intentaba tomarles el pelo, pero en un contexto de euforia para celebrar la corrupción sistémica del sanchismo, la chifladura de adoptar acuerdos multilaterales y bilaterales de manera simultánea pasó desapercibida. Y es que, después de ovacionar a presuntos corruptos como si fueran dechados de virtudes políticas, tragar con el insulto a la inteligencia de una bilateralidad multilateral es un detalle de escasa importancia.
Como buenos socialistas, los asistentes al congreso decidieron también que la solución al problema de la vivienda en España es aumentar el intervencionismo en el sector inmobiliario creando una empresa estatal de vivienda, la fórmula definitiva para hacer implosionar el mercado del alquiler y hacer imposible el acceso a la vivienda de las clases menos pudientes, que es lo que ocurre siempre que el Estado decide actuar directamente en cualquier ámbito de la economía.
Y como colofón de esta tormenta de ideas mientras se manteaba metafóricamente a Begoña Gómez, el PSOE decidió retirar la "Q" y el "+" de las siglas que representan al colectivo homosexual dejándolo simplemente en LGBTI, otro hallazgo intelectual de enorme importancia que los socios ultraizquierdistas del Gobierno ya han calificado de transfobia visceral y que, sin duda alguna, estará en el centro del debate político de las distintas corrientes de izquierda a lo largo de las próximas semanas.
Pero los acuerdos programáticos de este 41º Congreso del PSOE no son lo importante. Lo esencial del encuentro de este pasado fin de semana fue la imagen de un partido que ha decidido unir su destino al de un personaje acosado por la corrupción, capaz de traicionar a todo el mundo para mantenerse un día más en el poder. Los aplausos, las ovaciones, las colas para fotografiarse con corruptos presuntos y oficiales y la entrega incondicional al líder por parte de la masa asistente son la imagen perfecta de un PSOE, que algunos desnortados en el ámbito de la derecha pretenden diferenciar de un socialismo bueno que solo existe en su imaginación de progres vergonzantes.