
Luis Bárcenas ha quedado en libertad condicional. Lo ordenó el juez de Vigilancia Penitenciaria de la Audiencia Nacional, José Luis Castro, en un auto conocido la semana pasada. El extesorero del Partido Popular había cumplido, el pasado 20 de septiembre, las dos terceras partes de la condena. En la prisión de Soto del Real airean su celda y esperan a los siguientes huéspedes. Ahora es el turno de los dirigentes socialistas y sus allegados.
En julio de 2013 El Mundo publicó un SMS que todos recordamos: "Luis, sé fuerte". Se lo envió a Bárcenas el presidente del PP y del Gobierno, Mariano Rajoy. Hace unos días lo recordaba un chistoso portavoz nacional de Vox. Responde por José Antonio Fuster y seguro que desconoce que por esas fechas su jefe, el señor Abascal, vivía gracias a un "chiringuito", en palabras de la defenestrada Rocío Monasterio, que le había montado el PP de Madrid (la Fundación para el Mecenazgo y el Patrocinio Social). Eran otros tiempos. Hoy a Vox lo financia (con 9,2 millones de euros) el banco húngaro Magyar Bankholding. Todo legal, por supuesto.
Un año antes de ese mensaje hubo otro SMS. Este sí era decisivo para el futuro de los españoles, quizá por eso no se conoce. También lo envió el presidente Rajoy y el destinatario era, otra vez, un Luís. Daban las cuatro de la tarde del sábado 9 de junio de 2012 y el receptor del mensaje "estaba sentado frente a la cámara de vídeo instalada al lado de su despacho oficial, en la segunda planta del Paseo de la Castellana, 162", sede del Ministerio de Economía del Reino de España. Al otro lado del plasma esperaban turno para embestir varios miuras.
Mi amigo Mariano Guindal, unos de los periodistas económicos de mayor prestigio de nuestro país, me llamó la semana pasada y comimos en su casa. Mariano es un ejemplo de superación personal, de lucha contra la enfermedad. Como lo es también mi amigo, el periodista de El Mundo, Fernando Lázaro. Me regaló unos de sus libros: Los días que vivimos peligrosamente. En él narra lo sucedido entre el 10 de abril y el 17 de junio de 2012, día en el que Bruce Springteen cantó en el Bernabéu y los conservadores de Nueva Democracia ganaron las elecciones generales. Los griegos habían superado el sarampión podemita de Syriza. Se disiparon los nubarrones que amenazaban al euro y a la propia supervivencia de la Unión Europea.
Pero volvamos al despacho de la segunda planta del Ministerio de Economía, ese 9 de junio en Madrid. El ministro Luís de Guindos mantiene una videoconferencia con sus homólogos del Ecofin. Está en juego el rescate de España. Así describe Guindal el momento decisivo en la negociación, que el Gobierno consiguió circunscribir al sector financiero: "Hasta que se llegó a la frase maldita: ‘Other instruments of monetary control’, cuyo alcance y concreción podía dar pie a una cesión de soberanía incalculable…". "Esa frase no la aceptamos —espetó rotundo De Guindos—. Si no se puede salir hoy con un principio de acuerdo, no salimos". Mientras el ministro se batía el cobre con los frugales (estonios, finlandeses… y los siempre rencorosos holandeses), Rajoy "hacía una serie de gestiones con otros mandatarios para recabar su apoyo". El presidente miraba la pantalla de la videoconferencia, mientras desde el móvil le mandaba SMS a su ministro: "¡Resiste! ¡Resiste, Luís, resiste!". Este llevaba órdenes expresas: "No pidas la intervención pase lo que pase", le conminó Rajoy. Recuerda Guindal que Zapatero —y sus brotes verdes— no perdía ocasión para decir a "sus íntimos que la intervención sería antes de julio".
Rajoy había jurado el cargo el 21 de diciembre de 2011 y, con ánimo de ayudar a que España saliese de la crisis, CCOO y UGT decidieron convocarle una huelga general cuando no llevaba ni 100 días. Un tal Óscar López —que era como Cerdán cuando mandaba Rubalcaba— emplazó al presidente "a desconvocarla mediante el diálogo". El Gobierno de Rajoy tuvo que aprobar la reforma laboral que exigía la Unión Europea y Zapatero rehuyó hacer. Los socialistas habían puesto a España a un tris de la intervención y ya estaban dando lecciones.
En marzo de 2018 la revista Actualidad Económica entrevistó a Luís de Guindos. En portada, una frase: "Nuestra obsesión fue evitar el rescate para salvar las pensiones". Hoy, una política irresponsable ha provocado que el componente contributivo del sistema de pensiones (los ingresos netos ordinarios por cotizaciones sociales) den como saldo un déficit equivalente a 3,8 puntos de PIB (-55.919 millones de euros). Este agujero se tapa con transferencias y prestamos del Estado. Es decir, con deuda. Asalariados y empresarios pagan por partida doble: con sus cotizaciones y sus impuestos.
Cuando el presidente Aznar dejó el Gobierno —en 2004— la deuda pública de España era el 45,03% del PIB. Al año siguiente de la huida de Zapatero, en 2012, se había duplicado (89,60%). En el tercer trimestre de 2014 tocamos a unos 31.000 euros por barba (el 104,4% del PIB). Escribe Jesús Cacho en Vozpópuli que con deuda no hay futuro. Y que "Sánchez pasará más pronto que tarde, mientras que el endeudamiento de nuestro país será la carga que heredarán nuestros hijos y nietos, hipotecando su futuro para varias generaciones". Pero, despreocúpense: nosotros con la guerra cultural de los unos, las batallitas de la desmemoria histórica y el antifranquismo de los otros, vamos servidos y el que venga detrás, que arree.
Mientras, Mariano Guindal, Fernando Lázaro y un servidor, en 2025 seguiremos haciendo frente a nuestro maligno particular. Le tenemos aburrido, obstinados en seguir aquí. Y vaya mi agradecimiento a los amigos de Libertad Digital, a Luis, Raúl y Carlos, por seguir (espero) permitiendo que escriba estas columnas. Es la mejor terapia.