
Una conferencia de Jesús Fernández-Villaverde y una entrevista a Josu Jon Imaz son la constatación de que España, Europa, la UE en particular, están siendo sometidas a una lenta pero implacable eutanasia. Envejecida y decadente, temerosa y mortecina, Europa ha decidido suicidarse en el altar de la burocracia, la tecnocracia y, lo que es peor, la mitocracia.
Jesús Fernández-Villaverde, un renombrado economista de la Universidad de Pensilvania, es un crítico feroz de la situación económica y política del continente. En su conferencia en la Fundación Rafael del Pino, titulada "España (y Europa) en apuros", ofrece una visión sombría pero realista. Fernández-Villaverde señala que Europa está perdiendo terreno en términos de crecimiento económico y competitividad global frente a las potencias emergentes como Estados Unidos, India y China. Resalta la falta de liderazgo y la ineficiencia administrativa como factores clave que están conduciendo a un estancamiento económico y una caída en la productividad. Según él, el colapso demográfico y una política económica desastrosa, una combinación letal de burocracia kafkiana y regulación dantesca, están estrangulando la innovación, especialmente en campos decisivos como la inteligencia artificial, donde Europa se encuentra en la retaguardia.
Por otro lado, Josu Jon Imaz, en una entrevista en El Mundo realizada en el contexto de la política energética, ofrece una perspectiva que complementa la crítica de Fernández-Villaverde, enfocándose en la política industrial de los socialistas. Imaz, CEO de Repsol, amenaza, no advierte, que la supuesta descarbonización de Europa decretada por los tecnócratas de Berlín y Bruselas, supone de hecho la desindustrialización del continente europeo, así como una paradójica recarbonización del planeta debido a que la producción desplazada a China no solo elimina puestos de trabajo europeos sino que es más contaminante.
La combinación de estos análisis sugiere una Europa que está anquilosada en sus viejas estructuras. La burocracia de la UE, con sus reglamentos y procedimientos infinitos, ha creado un entorno donde la innovación y la agilidad empresarial son vistas como amenazas en lugar de oportunidades. La tecnocracia, representada por una clase política y administrativa que parece más interesada en mantener el statu quo que en promover el cambio, ha resultado en una incapacidad para adaptarse a los desafíos del siglo XXI. El pueblo europeo, por su parte, sataniza a los empresarios, carga contra los emprendedores, castiga a los innovadores. "¡Qué inventen ellos!", exclaman refiriéndose a norteamericanos, chinos e indios, mientras presumen con necrofilia hipócrita de Newton, Leonardo y Tesla.
Con "mitocracia" me refiero a la gobernanza basada en mitos o falsas percepciones sobre la realidad económica y social de Europa. En particular, el cambio climático devenido dogmáticamente en un pretendido apocalipsis en cuyo altar se está sacrificando el futuro de las nuevas generaciones de europeos. Existe una narrativa de que Europa es un bastión de progreso social y económico, mientras que en la realidad, la región enfrenta una desaceleración económica, un envejecimiento de la población sin precedentes, una debacle intelectual y una crisis de identidad política, síntomas de una degeneración filosófica, de lo ético a lo económico pasando por la tecnología, que está empujando a Europa a un suicidio demográfico, económico y cultural. Nunca una civilización tan avanzada había sucumbido por la falta de voluntad que demuestran los europeos, turistas en su propio territorio.
¿Qué hacer? Fernández Villaverde es pesimista. Imaz, descreído. Porque saben que el auténtico peligro no está en la pujante China, en la emergente India, ni en los renacidos EE.UU. No, el peligro para Europa reside en unos europeos rendidos a la banalidad de la progrez, el cliché del progresismo de pacotilla y los dogmas políticamente correctos. Nada apunta, al revés, a que Europa despierte de su letargo burocrático y tecnocrático, abandonando la comodidad de la mitocracia para enfrentar los retos globales con pragmatismo, pensamiento ilustrado y visión de futuro. Sin esto, la eutanasia de la que hablamos no será solo una metáfora, sino una realidad palpable. Eso sí, abonada a la morfina ideológica de los cuidados paliativos del autoengaño, la muerte será dulce e indolora. Apropiada para la más mediocre, acomodaticia y cobarde generación de europeos que jamás haya existido. ¿No habrá un Milei español o un Musk europeo que agiten este lodazal de clichés regurgitados que fue un día la tierra de la Ilustración, la racionalidad y el progreso, en suma, de la libertad?