Sigo con inquietud todo este rifirrafe por quién se lleva el gato al agua de las competencias de inmigración. Un independentista y sin embargo amigo (Cataluña y yo somos así…a veces), con profundos conocimientos jurídicos, me manda un artículo suyo donde expone las razones por las que el Estado, si quiere, podría transferir la parte del león de estas competencias a las comunidades autónomas, algo que, según él, serían todo ventajas. Yo le contesto: ¿en este clima electoral?
No es habitual que los políticos reclamen competencias que en la práctica son patatas calientes. Los de Puigdemont sólo reclaman las de inmigración, insisto, por ver de restañar la hemorragia de sus votos hacia Sílvia Orriols, la alcaldesa de Ripoll y lideresa de Aliança Catalana -ya hemos hablado anteriormente de ella aquí-, que ha hecho de la inmigración su marca de fábrica y su banderín de enganche.
Se puede aplaudir la falta de complejos de Orriols (o de Vox) para hablar de un tema incómodo cuando nadie lo hacía, y se puede no estar de acuerdo con lo que dicen. Yo coincido en que la inmigración hay que gestionarla mucho mejor de lo que se está haciendo. Sin buenismos y sin populismos. Creo que, si hay un exceso de ayudas públicas y sociales a extranjeros, en detrimento de otros seres también sufrientes que han nacido aquí (como nuestra cada vez más empobrecida clase media), eso no es tan imputable a quien recibe las ayudas, como a quien las da. Seamos sinceros: ¿quién le haría ascos a que le den casas, subsidios, becas comedor? No hace falta ser subsahariano para poner la mano. Para mí el problema verdadero y de fondo no lo tenemos con los inmigrantes en sí, sino con los gobernantes que gestionan la inmigración como la gestionan, pensando en su exclusivo beneficio. La mafia política que usa el dinero público para enriquecerse electoralmente no es menos reprobable que la mafia que se enriquece traficando con personas en cayucos. Son distintos puntos de una misma cadena de extracción, que no de producción.
¿Y si estamos ante una pescadilla que se muerde la cola? Como vienen muchos inmigrantes, una gestión "buenista" de los mismos da réditos electorales entre el wokerío, por no hablar de los futuros votantes cautivos en cuanto los regularicemos; como a los buenistas les explota el tema en la cara, sale el populismo xenófobo; ante el populismo xenófobo, se ahonda la brecha entre nacionales y "los de fuera", que cada vez se sienten más amenazados los unos por los otros.
¿A dónde nos lleva eso? Ya nos crecen los enanos y los inframundos. Gente -de aquí- que para llegar a fin de mes alquila una habitación en su casa, pero sólo a mujeres -de fuera- que trabajen de internas en otras casas, es decir, que sólo ocupen esa habitación los fines de semana, cuando libran. La alternativa para ellas es la habitación compartida con tres o cuatro más o incluso la cama caliente. Gente que ha aprendido a sabérselas todas para burlar la legislación laboral y de extranjería. Barrios enteros comidos por el salafismo donde las autoridades sólo se atreven a entrar a hacerse una foto multicultural y folklórica. Bandas de delincuencia multirreincidente que tienen perfectamente estudiado el límite que pueden robar (hasta 400 euros) sin que lo suyo alcance la categoría de delito. Incluso las comunidades extranjeras más laboriosas, cohesionadas y mejor integradas (como la china o la paquistaní) han aprendido a funcionar, dentro de la ley, de forma cada vez más endogámica, más hermética. Lo de mezclarse los unos con los otros empieza a ser tan excéntrico como en aquella famosa película Adivina quién viene a cenar esta noche.
En resumen: cuidado con seguir frivolizando, porque la inmigración en España seguirá creciendo -la geografía, la economía y la política no dejan mucha opción-, a ver si al final el volumen de "unos" y "otros" será tanto monta, monta tanto, y si eso se nos va definitivamente de las manos, nos podemos acabar cargando hasta la última fibra de ciudadanía para degenerar en una pura y dura guerra de mafias. Las de ellos contra las nuestras. Y que gane el peor.