
Trump espera terminar la guerra de Ucrania empleando el mismo método aplicado en Gaza. Amenazará con las penas del infierno al bando que se niegue a suscribir un acuerdo razonable. No será tan fácil. En Gaza, Hamás estaba ya derrotada e Israel depende hasta tal punto de los suministros militares estadounidenses que no puede permitirse desobedecer, tan sólo a veces remolonear.
En Ucrania, las cosas son radicalmente distintas. Trump ha amenazado a Rusia con más sanciones y cataclismos económicos. Pero eso no ablandará a Putin, al menos a corto y medio plazo. Rusia ha transformado su débil economía de paz en una de guerra más pujante. Tiene problemas (inflación, altos tipos de interés y recortes sociales), pero a cambio goza de pleno empleo y los salarios son altos. Además, alrededor de la guerra, ha surgido un rosario de intereses creados. Los obreros que han pasado de la industria civil a la militar han duplicado sus salarios. Los oligarcas celebran pingües contratos de suministro con el ejército y la industria militar. Los soldados ingresan una pequeña fortuna al alistarse y luego un salario muy razonable habida cuenta de su escasa cualificación. Sus familias son generosamente indemnizadas cuando un familiar muere o cae herido en el frente. No se olvide que la mayor parte de los reclutas procede de las regiones más pobres de Rusia. Y, sobre todo, Putin apuntala su régimen con la guerra. Si se firmara la paz, especialmente una que no pueda ser presentada como una resonante victoria, el Gobierno estaría en peligro. Es más, la guerra sirve de pretexto para imponer un férreo control sobre la oposición, hoy casi desaparecida, fácilmente tachada de antipatriota cuando critica la guerra. Hasta Navalni estuvo en su momento a favor de la anexión de Crimea en 2014. Por lo tanto, Putin tiene poco interés en firmar una paz en los términos que propone Trump.
Zelensky tiene más interés que Putin en la paz y podría aceptar la cesión del territorio que hoy controla Rusia, pero sólo si Occidente se compromete a proteger al resto de otra invasión con todo su poder, algo que convertiría a la nación eslava en miembro de facto de la OTAN. Esto es algo de lo que los Estados Unidos y el resto de aliados, salvo quizá los países de Europa Oriental, no quieren ni oír hablar. Sin esa garantía, el bravo presidente ucraniano prefiere seguir luchando.
Tampoco en Europa hay mucho interés en poner fin al conflicto como no sea entre esos ilusos, en especial algunos en la extrema derecha, que creen que las cosas pueden volver a ser como antes de la invasión, con paz en el continente y Moscú suministrando gas barato a las industrias europeas. Para los demás, es preferible tener a Rusia entretenida en Ucrania, sin perder, pero también sin ganar. Y mientras sea así, se abstendrá de invadir Moldavia, Finlandia, las repúblicas bálticas o Polonia.
Washington está más interesada en poner fin a la contienda, pero siempre que no se vea obligada a comprometerse mucho para el supuesto de que Rusia vuelva a las andadas. En otro caso, prefieren seguir como estamos, suministrando a Ucrania lo suficiente para que no caiga derrotada y lo suficientemente poco para que no pueda ganar, pues un Putin acorralado podría estar tentado de recurrir al arma nuclear.
De forma que, a corto plazo, todo seguirá igual, salvo que Trump tenga una imaginación que hasta ahora no ha demostrado tener y dé con la fórmula mágica que traiga la paz a aquella desgraciada región europea.