
Salvar el planeta es como acoger inmigrantes ilegales. Está bien pero que lo haga otro. En la empresa privada, las ideas estúpidas caen por su propio peso, gracias a la función reguladora de la estupidez empresarial que ejercen los mercados. La democracia y las elecciones, por desgracia, no funcionan tan bien como reguladoras de las idas estúpidas de las administraciones. Por otra parte, los políticos producen malas ideas un 60% o 70% más rápido, y con más capacidad invasora, que el sector privado. Y son más difíciles de extinguir. En términos medioambientales diríamos que la estupidez de los políticos es cero sostenible, mientras que la estupidez del sector privado es razonablemente biodegradable. La historia está llena de ejemplos.
Hace años, Sun Chips estrenó la primera bolsa de patatas fritas completamente biodegradable. Tan orgullosos estaban con su verde epifanía que el 30% del diseño de la bolsa estaba dedicado a promocionar su compromiso ecológico, de modo que al final no quedaba claro si estabas comiendo snacks originales o reciclados y mordisqueados por otro. Todo parecía disculpable hasta que intentabas manipular la bolsa. El ruido que hacía abrir una bolsa en Lugo podía escucharse con total nitidez en Wellington, Nueva Zelanda. Las ventas cayeron un 11%. Facebook se llenó de grupos como "Lo siento, pero no te oigo con esta bolsa de Sun Chips" con decenas de miles de seguidores. La revista de extrema izquierda Mother Jones editorializó en defensa del ruido: "Si no podemos aguantar el sonido de una bolsa arrugada, la especie humana está jodida". Sun Chips mandó al infierno el invento. Los que están jodidos ahora son los de Mother Jones.
Botsuana y los elefantes. Inevitable recuerdo monárquico para los de mi quinta. En 2014 las autoridades prohibieron la caza de elefantes para proteger la especie. Cinco años después tuvieron que dar marcha atrás a la medida de forma acelerada, porque los elefantes se multiplicaron y lo llenaron todo, se hicieron fuertes, se adueñaron del país, entraban y salían de las casas, atacaban a la gente, se negaban a pagar impuestos, y el servicio secreto botsuano detectó que estaban preparando un golpe de Estado.
La guerra al plástico. A partir del año 2010, un montón de gobiernos regularon las bolsas y ofrecieron incentivos para que las tiendas promovieran las de cartón o tela. En muchos lugares ya han regresado al plástico al comprobar que las bolsas de cartón requieren más energía y agua para su producción, mientras que las de tela deben ser usadas cientos de veces para compensar eso que llaman "huella ecológica". Por lo demás, te toca pagar las bolsas. ¿Por qué? Quizá Von der Leyen o cualquier otra psicópata alemana de la Comisión Europea lo sepa.
Más ideas estúpidas en el sector privado. En 1989 llegó al mercado Pepsi AM, una versión de la popular bebida, pero con mucha más cafeína. La intención era convencer a los consumidores de que comenzaran a desayunar Pepsi, que es como pretender que la gente aliñe la ensalada con aceite de coche. Nadie aceptó cambiar su café caliente matinal por esa cosa dulce con burbujas, y el producto desapareció con pena y sin gloria, como Errejón.
Recordemos también cuando en 2021 Sri Lanka prohibió los pesticidas y fertilizantes sintéticos, para que todo fuera orgánico como la monda de una naranja. La medida funcionó tan bien que en pocos meses se desplomó la producción agrícola, hubo escasez de alimentos, protestas en las calles, y una crisis económica. La ley fue revertida a toda prisa. Nadie se sorprendió. Ni siquiera el gusano cogollero, el pulgón, o el saltamontes, que saben muy bien que los políticos nunca cumplen su palabra.
Algo parecido ocurrió en Suecia. Se prohibió la caza de lobos en 2013. Cinco años después, los ataques al ganado se habían multiplicado, las pérdidas eran inasumibles, los políticos no estaban dispuestos a pagarlas de su bolsillo, granjeros y ecologistas acabaron a bofetada limpia en cruces de manifestaciones, y finalmente Suecia tuvo que volver a cazar lobos, como por otra parte han hecho todos nuestros antepasados durante siglos. Pregúntate por qué.
En los últimos años, los botarates de la UE lanzaron una Directiva de Plásticos que prohibió las pajitas de plástico, los cubiertos y platos de plástico, y otras cosas útiles. Las sustituyó por cartón. Desde entonces cada vez que tomas un café caliente, te bebes trozos de cartón, porque las pajitas se deshacen. Es decir, pagas un café con leche, pero consumes café con leche con sabor a celulosa y papel reciclado. Varios Estados americanos se sumaron a esta idiotez, y Joe Biden llegó a planificar la guerra total al plástico para 2027. Trump ha deshecho las medidas previstas porque las pajitas de cartón, sencillamente, "no funcionan".
Resulta cómico, e ilustrativo, que celebremos con entusiasmo la llegada al debate político de argumentos de aplastante sentido común que cualquier niño de tres años podría defender: "N-o-f-u-n-c-i-o-n-a-n". Como los termómetros eléctricos.
