
Las declaraciones recientes del nuevo secretario de Estado de Defensa han dejado claros varios posicionamientos muy relevantes de la administración de Donald Trump con respecto a la seguridad internacional, en particular de Europa.
Estados Unidos acepta que un país europeo pueda ser agredido por un tercer Estado, invadido y que su territorio sea incorporado al del país atacante. Esto contraviene cualquier lógica de seguridad, de paz y de sentido común. Pero ha ido más allá. Como Putin, se permite decir qué países tienen derecho a existir y cuáles no.
También ha dispuesto que la seguridad de Europa no será más una prioridad de los Estados Unidos. Esto significa que el Viejo Continente deberá basar su defensa y seguridad en sus propios recursos, y esto, sin lugar a dudas, supone el fin de la Alianza Atlántica y del modelo de seguridad nacido en 1917. Si esto es así, las tropas americanas deberían abandonar Europa inmediatamente para no convertirse en una amenaza a nuestra seguridad.
La primera democracia del mundo parece abandonar sus principios fundacionales. Aquella llama que nos iluminaba desde Nueva York marchita, y nadie es capaz de entrever hasta dónde será capaz de llegar el nuevo poder político en Estados Unidos. No podemos permanecer impasibles, encajando exabruptos y golpes, esperando que en cuatro años un demócrata ocupará la Casa Blanca, puede que eso no ocurra. Tampoco se trata de entrar en una guerra que Europa no ha iniciado y que no desea. Pero los gobiernos europeos tienen una responsabilidad con nosotros, y no pueden hacerla depender de conjeturas buenistas.
Es absolutamente falso el relato de que la seguridad europea ha descansado en Estados Unidos. Han utilizado durante décadas Europa como una plataforma para amedrentar militarmente a Rusia mientras que se protegían de su arsenal nuclear de misiles balísticos. El mensaje era muy claro, si atacas a Estados Unidos con tus misiles, nuestros ejércitos en Europa te invadirán.
Europa, con la ayuda de Estados Unidos, estaba en condiciones de agredir a la Unión Soviética si se producía una amenaza nuclear sobre América del Norte. Es erróneo, por tanto, afirmar que la contribución de Estados Unidos a la seguridad europea haya sido un acto de generosidad o una dejación de funciones por nuestra parte. Estados Unidos, durante más de setenta años, ha procurado controlar y manejar la seguridad de Europa de acuerdo con sus propios intereses. Lo último que quiere Trump es una Europa fuerte militar y económicamente.
Su enorme poder económico le ha permitido, junto a su potente industria militar, obtener un beneficio enorme respecto de un continente que quedó destruido después de una guerra terrible y que necesitaba de material y tecnología norteamericana precisamente para amedrentar al principal enemigo estratégico de los Estados Unidos.
La siguiente pregunta que debemos hacernos es: ¿es esto irremediable? En primer lugar, debemos considerar que, aunque se produjera un acto unilateral de abandono formal, esto no produciría efectos inmediatos en cuanto a la retirada de fuerzas americanas de Europa; tampoco significaría el abandono inmediato del paraguas de seguridad, pero sin duda lanzaría un poderoso mensaje a Putin de que Europa queda a sus pies. Es decir, tenemos una pequeña ventana para reaccionar. Será muy difícil que pasados unos años esta situación se pueda revertir si no existe un drástico cambio en la presidencia y en las cámaras legislativas en los Estados Unidos, lo que se antoja muy difícil. Sin una nueva gran amenaza a los intereses de los Estados Unidos, la Alianza no será restaurada nunca.
La continuidad de esta política en la Casa Blanca llevará indefectiblemente a una comunidad de intereses con Rusia para controlar Europa y al gigante chino. Y a ese esfuerzo de alianza la presidencia de Trump dedicará todos sus esfuerzos.
La siguiente cuestión es: ¿qué deben hacer los europeos? El Viejo Continente debe asumir el coste de su propia defensa, que es mucho más exigente que la amenaza que tiene Estados Unidos, pues a fin de cuentas está en un continente aislado, separado por dos grandes océanos de sus principales enemigos. El esfuerzo que debe hacer Europa es mayor también porque la potencia agresora no solo tiene miles de kilómetros de frontera, sino porque ha creado una poderosa quinta columna que, como en los años cincuenta y sesenta, colaboró activamente en el desarme político y militar de Europa. Ahora de una manera más inteligente, ya que han reclutado a los dos extremos para converger en el objetivo de la traición a Europa.
Debemos tomar nota rápidamente de las consecuencias de este cambio estratégico, el más importante del último siglo, y no tenemos mucho tiempo para reaccionar, visto el empoderamiento que Trump está regalando a Rusia.
Mientras Trump esté en el poder, Putin no tendrá ninguna restricción para atacar a cualquier país europeo que se interponga en sus objetivos. Es por tanto urgente que la Unión Europea y el Reino Unido establezcan con carácter inmediato un equivalente al artículo quinto de la OTAN —el que existe es muy suave— que incluya que la agresión a cualquier país de la Unión Europea actual o futura sea una agresión contra todos y que, por tanto, el conjunto de la Unión Europea adoptará todas las medidas necesarias para defender al miembro agredido.
En segundo lugar, debemos hacer un análisis profundo de si disponemos de suficientes efectivos militares con los modelos profesionales para cubrir las necesidades de la defensa europea. Y en su caso, se deberán implementar medidas que permitan incrementar notablemente el número de militares, incorporando modelos de reclutamiento obligatorio, si fuera necesario.
Europa deberá iniciar de forma inmediata un plan de modernización de sus sistemas de combate. Una lección positiva de Ucrania es que hemos detectado que al menos estamos en el mismo nivel tecnológico de Rusia, lo que nos permite, con nuestros propios recursos, con nuestra tecnología militar, ser suficientemente disuasorios. Europa debe mantener su paraguas nuclear y será necesario crear unas fuerzas nucleares preventivas europeas, con misiles y cabezas nucleares que reemplacen a la capacidad perdida. Esto no debe ser visto como una medida hostil sino como una respuesta prudente al nuevo escenario.
La sociedad europea debe entender que estamos ante un enorme reto que va a generar un gran sacrificio. En consecuencia, los modelos económicos y sociales que hemos conocido en los últimos sesenta años deberán adaptarse a esta nueva realidad. Deberemos alcanzar en menos de cuatro años un 2,5% de gasto militar real en defensa sobre el PIB con el objetivo de alcanzar el 3% en 2032 y cubrir la pérdida de seguridad. Esto nos permitiría alcanzar un presupuesto de 510.000 millones de Euros.
De forma inmediata, la Comisión Europea debería articular un fondo de emergencia de 100.000 millones de euros para comprar a la industria europea más aviones de combate, fragatas, submarinos, munición, sistemas de defensa antiaérea, misiles de largo y medio alcance, artillería, vehículos de combate y financiar un programa nuclear. Esta decisión marcaría un antes y un después en Europa.
Que Europa y Estados Unidos se distancien como aliados dependerá de en qué medida el vecino de la otra costa contribuye a las amenazas militares, políticas y económicas que existen sobre Europa y en qué medida las incrementa. Ligado a este punto, y no es un tema menor, debemos abordar la soberanía energética. Europa debe estar preparada para la ruptura del suministro de petróleo y gas desde Estados Unidos y Rusia y, por tanto, deberá comenzar un activo proceso de inversión en generación de energía propia, dejando de lado objetivos climáticos que en este momento tan peligroso para la seguridad mundial nos pondrían en una situación de inferioridad.
Es la hora de Europa, pero no tendremos muchas más horas si perdemos esta. Si los gobiernos europeos no adoptan medidas extraordinarias, desconocidas desde 1939, nuestra seguridad y todo lo que tenemos y disfrutamos desaparecerá. Algunos dirán que prefieren vivir sojuzgados que destruidos, los hemos conocido en muchos casos, pero solo los países que están dispuestos a enormes sacrificios y que tengan coraje sobrevivirán en libertad. No creo que merezca la pena vivir de otra manera, pero me temo que no somos mayoría los que opinamos de esta manera.

