
Tras siglos de relaciones internacionales basadas en el reconocimiento de la soberanía absoluta del Estado-nación, en la santidad de los intereses de cada uno de ellos y en el equilibrio de poder como único método para preservar la paz y evitar que los grandes se coman a los chicos, en 1919 llegó Woodrow Wilson e impuso el idealismo norteamericano. Sin embargo, el Senado estadounidense no ratificó la invención de su presidente, la Sociedad de Naciones. Abandonada por su creador, la institución fracasó. Tuvo que haber otra guerra y muchos millones de muertos más para que Roosevelt acertara con la forma adecuada de imponer ese idealismo que evitara, si no todas las guerras, al menos una mundial aún más letal que las dos anteriores.
El idealismo norteamericano tiene sus defectos, pero al final, funcionó. Tan bien funcionó que ahora los más apasionados idealistas, quienes con más vehemencia creen en la intangibilidad de las fronteras, el principio de autodeterminación, la improcedencia de las esferas de influencia y en tantas otras cosas que nos enseñó Washington, están en Europa y no en Estados Unidos. Y hoy llega Trump y pretende volver a los viejos modos de las relaciones internacionales con los que jugamos en Europa desde que Francia invadiera Italia en 1494 hasta que Alemania cayó postrada en 1945. ¿Es creíble que sea un líder norteamericano el que pretenda el retorno a aquel modo de relacionarse los Estados donde lo que importa es el poder militar de cada cual y las alianzas que tenga suscritas? Con mentalidad anterior a 1945, se entiende perfectamente lo que le ha ocurrido a Ucrania. Sus estúpidos líderes entregaron las bombas atómicas que tenían y se olvidaron de integrarse en alguna alianza. En estas condiciones, les pasó lo único que podía pasarles teniendo el vecino que tienen. Que un alemán, un francés o un inglés piense en un determinado momento así, es posible, pero que lo haga un norteamericano es sorprendente.
Y, ¿es igualmente creíble que un hábil promotor inmobiliario, sin otra experiencia que la de comprar solares baratos y vender pisos caros sea quien quiere dirigir este regreso al viejo orden? La cara de Marco Rubio en Arabia Saudí, viéndose sentado a la mesa con Sergei Lavrov negociando cómo destruir Ucrania, como hicieron por ejemplo en tres ocasiones prusianos, austriacos y rusos con Polonia durante el siglo XVIII, era todo un poema.
Trump recuerda mucho al Nixon que quería acabar con la guerra de Vietnam cuando se empeña en poner fin a la de Ucrania sólo porque durante la campaña afirmó tener un plan del que en realidad carecía. El de Nixon consistió básicamente en terminar aquel conflicto perdiéndolo. Y el de Trump no es muy distinto. La única diferencia es que con Nixon tuvieron que pasar cuatro años y morir 20.000 norteamericanos más hasta poder presentar como un empate lo que en realidad fue una derrota. Trump no quiere esperar y desea reconocer el fracaso antes de que, como a Nixon, se lo atribuyan a él cuando en realidad es de su antecesor. Cree que Ucrania no puede ganar esta guerra y, para evitar más muertes, es mejor reconocerlo desde este mismo momento. No es verdad. Con la ayuda adecuada, que Biden y nosotros le hemos escatimado desde el principio, podría ganarla. Y, en cualquier caso, de ninguna manera debemos consentir que sea a costa de volver a la ley del más fuerte porque, entre otras cosas, ya no queremos ni sabemos jugar con aquellas reglas.
