Menú

A propósito de un artículo de Henry Kissinger sobre Ucrania

Prefiero el realismo descarnado, pero informado, de Kissinger a las ocultaciones y tergiversaciones de la propaganda de uno y otro lado.

Prefiero el realismo descarnado, pero informado, de Kissinger a las ocultaciones y tergiversaciones de la propaganda de uno y otro lado.
Archivo

Lo escribió el 5 de marzo de 2014 en The Washington Post. Naturalmente ni Kissinger era Dios ni lo sabía todo de todo. Pero reconozcamos que en el plano de las relaciones internacionales sabía más que la media y que su información seguía siendo en 2014 muy superior a la de la mayoría de los políticos en activo e incluso de sus colegas, los historiadores. De otros actores menores, ni hablamos. Podría ser que sus propios criterios contaminaran su análisis, como nos pasa a todos, pero haberse inclinado del lado del realismo más descarnado, lo hace atractivo en estos tiempos de cólera.

Si algo tiene la irrupción de Donald J. Trump en este primer cuarto del siglo XXI es haberse cargado todo idealismo barato. El poder, que no es otra cosa que obligar al otro a hacer lo que uno desea y ambiciona, siempre ha exigido violencia y convicción. Pero en este mundo donde las creencias —la narrativa—, quedan anuladas por su fragilidad y su inconsistencia, sólo queda la violencia, dulce o amarga, como última "razón". De ahí que se nos obligue a abrazar el realismo descarnado de la fuerza.

Trump, guste más o menos lo que dice, representa en este momento el poder desprovisto de todo ropaje idealista al uso. La realidad es la que es y no la que uno imagina o desea que sea. Cuando uno compara las cifras reales de la musculatura estadounidense desde el PIB, la presencia de su moneda, su arsenal tecnológico o su capacidad defensiva y con cualquier otra nación o grupo de naciones, las que sean, percibe de manera inmediata el aroma de la superioridad, no moral, sino tangible, empírica, fatal.

¿Ha habido algún mundo justo alguna vez? No. Ha habido diversos mundos sustentados en legitimidades impuestas por la fuerza y aceptadas como irremediables si se quería evitar un mal mayor. Pues se ha caído a pedazos ante nuestros ojos el mundo de 1945 y las legitimidades derivadas del triunfo aliado, en el Oeste y en Este de la famosa y demasiado poco recordada Eurasia y su corazón central, cuyo dominio siempre se ha considerado esencial para mandar en el resto del mundo. En 1989 se cayó una parte y en 2025 se ha empezado a caer la otra.

Y no hay precedentes. Al menos Kissinger no los encontró. La invasión de Ucrania, con la de Crimea como prólogo cercano, es un conflicto por el equilibrio del poder euroasiático pero a la vez tiene elementos de una guerra civil de la que no se habla (Ucrania siempre ha sido la "cuna de la ortodoxia rusa") y, por si fuera poco, encierra mimbres de un posible conflicto a nivel mundial. Eso le dijo a Der Spiegel en julio de 2022.

No hay nada más peligroso que el simplismo. Dejó escrito el Kissinger más pragmático que la prueba para una política no es cómo empieza, sino cómo acaba. La política alentada por los demócratas, en parte acompañados por republicanos americanos, y los buenistas europeos ha conducido al momento presente, con el ascenso del republicanismo trumpista que proclama America First, al colapso de la OTAN y a la revitalización aparente de la Rusia de Putin.

Aunque Kissinger alteró su opinión sobre el conflicto de Ucrania, sopesando la resistencia de su pueblo y considerando incluso posible su ingreso en la OTAN, el meollo de su pensamiento consistía en considerar a Ucrania como un puente entre la Europa democrática y la Rusia derivada del hundimiento de la URSS.

Para él, ni Rusia puede obligar a Ucrania a ser un país satélite, invadiendo sus fronteras ni lo que él llamaba Occidente puede olvidar que la historia de Rusia comenzó con la "Rus de Kiev" desde el siglo IX, que la religión ortodoxa rusa provino de allí y que Ucrania ha sido rusa durante siglos. Nadie puede olvidar que Ucrania no es una unidad romántica: conviven en ella la lengua rusa con la ucraniana, la religión católica con la ortodoxa, las aspiraciones liberales con las comunistas y la vocación occidental con la ruso-asiática.

Podemos culpar a Putin de todo y llamar traidor a Trump, pero ya Kissinger apreciaba que tal cosa evidenciaba la falta de una política coherente. Trump ya ha decidido, y tiene una política, que gustará más o menos, que quiere una paz rápida, con los costes que sea, ignorando a unos europeos que, según él, han avivado un conflicto (con Joe Biden) cuyas consecuencias no habían calculado.

Ucrania, propuso Kissinger, debe poder elegir libremente sus asociaciones económica y política. Es discutible que sea bueno que esté en la OTAN aunque ya es difícil su neutralidad y serían sensatos unos gobiernos que reconciliaran a su sociedad civil enfrentada. La invasión de Crimea fue un crimen contra su soberanía nacional pero Crimea es mayoritariamente rusa, como otras regiones, y tal vez una estrategia de autonomías podría proponerse.

¿Tiene la Unión Europea algún plan realista que cristalice en una legitimidad aceptable aún a sabiendas de que no todo será justo para todos? Ya se abortó la paz de Estambul en 2022 por la que Ucrania aceptaba su neutralidad total y el ingreso en la UE y Rusia se retiraba de las zonas ocupadas comprometiéndose a no volver a atacar a Ucrania incluso en la ONU. Pues aquí estamos después de aquello. Peor, mucho peor. ¿Por qué se rompió aquello?

Prefiero el realismo descarnado, pero informado, de Kissinger a las ocultaciones y tergiversaciones de la propaganda de uno y otro lado. Esta Europa, y España, que en la agenda de Trump aún no se ha llegado al Atlántico, ojo, debería hacer un examen de conciencia y un propósito de enmienda. Pero, ¿es posible encontrar y recuperar el tiempo perdido?

Temas

En Internacional

    0
    comentarios

    Servicios

    • Radarbot
    • Curso
    • Inversión
    • Securitas
    • Buena Vida
    • Reloj Durcal