
La condonación de la deuda de la Generalidad de Cataluña por parte del Gobierno tiene muchas interpretaciones, pero la que importa realmente es la que le dan los partidos separatistas catalanes, los grandes beneficiarios de la decisión de Sánchez.
ERC y la banda de Puigdemont lo tienen claro: es el reconocimiento por parte del Gobierno de que España roba a Cataluña, por eso los españoles nos hacemos cargo de una deuda que, si no fuéramos tan ladrones, los catalanes jamás hubieran generado. Vomiten si quieren, pero ese es exactamente el sentido del acuerdo de Sánchez con Junqueras, como el orondo expresidiario se encargó de explicar en su intervención tras sellar el pacto.
17.000 millones dan para mucho, sobre todo a una organización delictiva como el Gobierno regional de Cataluña, responsable político y financiero del intento del Golpe de Estado de 2017, vía prevaricación. El ahorro de los intereses correspondientes a la parte de la deuda que Sánchez nos ha endosado al resto de los españoles puede dedicarse a fines mucho más interesantes para los aliados de Sánchez, como nos recuerdan los precedentes cercanos de una institución cuyo fin primordial es difundir el odio a España y promover la secesión.
Los partidos separatistas catalanes insisten en que estas concesiones del sanchismo no son un fin en sí mismas, sino el paso inicial en el camino de la secesión de Cataluña, que es para lo que trabajan todos. La existencia de un régimen privilegiado (y tramposo) para la comunidad autónoma vasca impide que los separatistas de allí tengan que competir con los catalanes a la hora de vaciar el bolsillo a los demás, puesto que cada región está sometida a un régimen fiscal distinto. Así pues, los nacionalistas vascos nos roban con el timo del cupo y los nacionalistas catalanes nos hacen lo propio gracias a Sánchez. Los perdedores siempre somos los mismos, algo que debería empezar a cambiar.
El peor consenso de los partidos políticos con representación nacional, el más dañino, es el de que hay que entenderse con los nacionalistas y buscar un "encaje para Cataluña", dos cuestiones absurdas que son el reflejo pavloviano de un complejo mesetario al que los ciudadanos normales somos totalmente ajenos. Con los nacionalistas se debe entender el que quiera a título personal y en cuanto al famoso "encaje", Cataluña está igual de encajada en España que el resto de autonomías, ni más ni menos. La frustración que producen estas dos realidades en el separatista medio es un asunto que debe ser tratado con terapia psicológica o farmacológica, pero en ningún caso puede constituir el núcleo de las negociaciones de un Gobierno con los representantes de una región esquizofrénica, que solo quiere estar en España para lo de siempre: trincar.
La jugada es irse de España, pero encasquetándonos antes todos sus préstamos, como anunció Junqueras con esa sonrisa suya tan particular. Con el control de fronteras en sus manos y una policía inútil pero sobredimensionada, en cuanto salgan de la ruina provocada por los ladrones empotrados en la Generalidad, de Pujol hacia abajo, volverán a montar la de Dios. Sánchez ya no estará en La Moncloa para verlo, es una lástima, pero sus cesiones constantes al separatismo son una carga de profundidad que Feijóo, si alguna vez llega al poder, no se atreverá a desactivar.
Urge un partido nacional que proponga un referéndum en España para independizar a Cataluña. Y, en función del resultado, comenzar a legislar.
