Menú

Elogio de Loles León

El imperdonable pecado mortal de la señora León fue ejercer con descaro insolente de castellanohablante en la Ciudad de los Prodigios.

El imperdonable pecado mortal de la señora León fue ejercer con descaro insolente de castellanohablante en la Ciudad de los Prodigios.
Loles León | Archivo/Cordon Press

La actriz Loles León es una señora barcelonesa muy respetable que, al igual que tantos otros barceloneses muy respetables, vive fuera de Cataluña —creo que en Madrid—, pues también a ella la espesa densidad del aire en ese lugar se le acabó haciendo irrespirable. De ahí que, como tantos y tantos exponentes individuales de la mejor Cataluña, la actriz Loles León constituya hoy otra exiliada interior más. Así las cosas, lo mejor que podrían haber hecho los poderes locales hubiese sido olvidarla, borrar para siempre su renegado nombre del censo de autóctonos merecedores de algún mínimo hueco en el registro de la memoria colectiva de la tribu, igual que han hecho con el resto de disidentes portadores de cierto relieve público, tanto los vivos como los ya muertos, que repudiaron en su momento los sagrados dogmas de fe propios de la religión identitaria obligatoria.

En concreto, el imperdonable pecado mortal de la señora León fue ejercer con descaro insolente de castellanohablante en la Ciudad de los Prodigios. Herejía fonética que, como ella misma confesó a un medio biempensante de la prensa doméstica, le valió ganarse sucesivamente los cariñosos apelativos de charnega, botiflera y, por último, el de colona, todo ello en el ambiente siempre tan afectuoso y civilizado de la cultureta oficial. Pese a ello, la señora León ha tenido la deferencia en exceso generosa de no enviarlos públicamente a la mierda, que es el único destino que merecen.

Si lo hubiese hecho, se habría ahorrado el trago de verse ofendida por el Ayuntamiento de Barcelona, que ha votado no otorgarle una medalla de latón gracias a una amplia coalición transversal de cabestros formada por los concejales de Esquerra, Junts, PP y Vox. Y como lo de ser tonto carece de cura clínica, no hablaré aquí del voto de los nuestros. Pero el indigenismo supremacista y no menos incurable de los otros remite a la permanencia crónica de una tara moral muy profunda en la comunidad nacionalista. Siempre estuvieron muy enfermos. Y siguen tan enfermos como siempre. Ni han cambiado ni nunca cambiarán. Asco de País Petit.

Temas

En España

    0
    comentarios

    Servicios

    • Radarbot
    • Curso
    • Inversión
    • Securitas
    • Buena Vida
    • Reloj Durcal