
La única "inmigración" que ha molestado y molesta a los nacionalistas catalanes que ahora, más o menos, representa Puigdemont es la que procede del resto de España y que, por eso mismo, para designarla como extranjería, llamaron así, "inmmigración". Sólo ésa les molesta, de ahí que la cesión del control de fronteras que se anuncia no sea más que un intercambio de conveniencias con pocos o nulos efectos en la gestión de la oleada migratoria. Junts lo ha exigido porque ve que el partido separatista de Silvia Orriols le quita votos con sus arremetidas contra la inmigración, ésta sí, extranjera, y Sánchez lo ha concedido porque no le importa delegar una competencia exclusiva y característica de un Estado a cambio de tener unas semanas tranquilo al prófugo y poder soñar con que le apruebe los presupuestos. Con los nuevos poderes que le quieren dar a la autonomía catalana, se puede anticipar ya que la barrera que pondrán a la llegada de inmigrantes va a ser la barrera del idioma.
Salvador Illa gobierna en la región, y el PSC no va a hacer, en asuntos migratorios, nada distinto a lo que está haciendo el PSOE desde el Gobierno de España, que es repartir por la península a los que llegan en cayucos y, en lo demás, cruzarse muy solidariamente de brazos. La principal ocupación de los socialistas en esta materia es convencer al público de que la llegada masiva de irregulares es maravillosa y necesaria, que es un regalo que hemos de agradecer. Pero aunque no estuviera Illa. Nadie va a hacer redadas para detener a indocumentados y deportarlos. Lo que se ha hecho en Estados Unidos, no se va a hacer aquí, ni en Cataluña ni en ninguna otra parte. Las leyes no lo permitirían y los políticos no querrían hacerlo. Los de Junts tampoco. Si piensan en alguna redada, es en una redada de hispanohablantes. Que se trasladen a Cataluña aldeas enteras de Pakistán o poblados de Mali les preocupa e incomoda mucho menos que la camarera sudamericana que les pregunta qué quieren tomar en la lengua de Cervantes.
El muro lingüístico es el muro que interesa e interesa por igual a nacionalistas declarados y encubiertos. Entre unos y otros lo montaron, como muro de separación entre Cataluña y el resto de España, y bien que ha funcionado, persuadiendo a unos de marcharse y disuadiendo a otros de ir allí. Si sale la ley, podrán internacionalizar el muro. Y sentirse como en un auténtico estadito. Tendrán el poder de condicionar un permiso de residencia a un certificado de catalán. ¡Qué menos que el certificado! Y pasar un examen y cantar ese himno u otras pruebas de catalanidad, que las habrá. Todos esos sudamericanos que campan a sus anchas por tierras catalanas con el español por delante son, para el nacionalista, un tormento, un escarnio al que quiere poner punto final. Sánchez prometió un muro entre los buenos españoles que le votan y los malos españoles que no. Ahora promete un muro más alto al separatismo catalán. De muro en muro, y cede para que le voten. Normal que los que levantan muros se junten.
