Menú

El mariscal Sánchez y el ridículo de Europa

No hay garantía alguna, más bien todo lo contrario, de que este proyecto de revitalizar la defensa vaya a servir a nuestros intereses estratégicos vitales.

No hay garantía alguna, más bien todo lo contrario, de que este proyecto de revitalizar la defensa vaya a servir a nuestros intereses estratégicos vitales.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al primer ministro de Finlandia, Petteri Orpo, en Helsinki. EFE/EPA/RONI REKOMAA | EFE

Pedro Sánchez nos tiene acostumbrados a sus cambios de opinión. Ahora lo que toca es la defensa y se ha puesto con celo a ello: de sus declaraciones de 2018 ("sobra el Ministerio de Defensa") a la urgencia de doblar el presupuesto español de defensa porque lo exige Europa. O esa es su aparente justificación tal y como la ha expuesto a los grupos parlamentarios que le sostienen en el poder. Todos los medios de comunicación aplauden este cambio y lo dan por bueno. Porque todos hacen puro seguidismo, que no periodismo, del poder. Aquí o en Bruselas.

Pero por lo que hemos podido ver en esta última semana, Europa no ha hecho más que el ridículo, cayendo presa de una histeria más motivada por Trump que por Putin. Tras la entrevista en la Casa Blanca del 28 de febrero, en la que Zelenski sólo consiguió enemistarse aún más con los nuevos dirigentes americanos, los europeos salieron en tromba, criticando lo que decían había sido una encerrona y una traición y asustados por el posible abandono del principal aliado de la OTAN, Estados Unidos. Por eso, en menos de 48 horas, el primer ministro británico, Keith Starmer, convocó a los gobernantes europeos a una cumbre en Londres, con Zelenski, donde expresar nuestra solidaridad y más promesas de redoblada ayuda a Ucrania. Zelenski, en el ardor del encuentro, declaró que "la guerra sería larga".

Al día siguiente, Ursula von der Leyen anunciaba su plan "Rearmar Europa", según el cual los europeos deberían invertir 800 mil millones en mejorar su defensa, aunque no se decía ni una palabra sobre en qué se debería gastar —en qué sistemas, en qué capacidades—. Su keynisianismo sólo apuntaba a que la inversión debería recaer en las industrias europeas y mejor en proyectos colaborativos multinacionales que en solamente nacionales.

Pero antes de que se pudiera ir concretando esta masiva inyección de capital, un nuevo quantitative easing, en pleno ardor guerrero anti-Putin y anti-Trump, a quien algún comentarista ya ha definido como el nuevo eje del mal, el adorado Zelenski, en una prueba de realismo y de anteponer los intereses de Ucrania a los sueños europeos, se olvida de las promesas de Bruselas y anuncia que está dispuesto a aceptar un alto el fuego tal y como le pedía el presidente americano. Este martes, 11 de marzo, una delegación ucraniana se reunía con Marco Rubio y el asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca en Riad y sellaban un acuerdo para establecer un alto el fuego de 30 días.

Teóricamente, si se alcanzase un alto el fuego por las partes que permitiera poner fin al conflicto y establecer una paz duradera entre Ucrania y Rusia —sea cuales sean las condiciones y modalidades de dicho acuerdo—, esa nueva situación debería tranquilizar a los aliados europeos de la OTAN y a los miembros de la UE: ya no habría que enviar tantas armas a Ucrania y con una Rusia que tiene por delante bastante años para poder regenerar su poder militar, seriamente mermado tras tres años de combates en Ucrania, la urgencia para incrementar el gasto de defensa se suavizaría.

Pero Bruselas, cuando encuentra una vía para gastar más, nunca la suelta. Más gasto significa más autoridad sobre los Estados miembros y también más intervencionismo en la economía general. El sueño de los pro-europeístas. Y de los déspotas.

Pedro Sánchez dirá en Europa lo que quieran oír, pero tendrá que convencer a Estados Unidos y la OTAN de que sus promesas no caerán en saco roto. Su contabilidad de trilero (empezar a sumar partidas que ya existen en los presupuestos, pero que ahora se contabilizarían bajo un laxo epígrafe de defensa) no va a convencer a una administración americana que nos tiene enfilados por muchas razones, entre otras, que nuestro presidente de gobierno vaya por el mundo como el líder del frente anti-Trump y de su supuesta internacional ultraderechista. Aún peor, una administración que cuenta como buenos aliados a países como Marruecos e Israel.

Mejorar la defensa española es algo a lo que sólo los socios de ultraizquierda e independentistas de Sánchez se pueden oponer. Pues es evidente que la defensa española, tras años de recortes y un gasto que favorece al personal sobre lo material, con escasísima capacidad de innovación y un mantenimiento por debajo de lo mínimamente razonable, es una estructura hueca que no puede cumplir con su cometido.

Pero quienes piensan que gracias a este impulso de Bruselas nuestras capacidades militares mejorarán, puede que se equivoquen. Nuestros aliados quieren mejorar la disuasión frente a un Putin, a quien consideran un imperialista expansivo que, si no se frena, acabará por invadir los países Bálticos, Polonia, Finlandia o no se sabe qué. Una visión que, en mi opinión, no se sustenta ni en decisiones ni en capacidades reales rusas. Como ha dicho Donald Tusk, antiguo presidente de Europa y actualmente de nuevo al frente del gobierno polaco, "es una paradoja que 500 millones de europeos pidan socorro a 300 millones de americanos frente a 140 millones de rusos". Y es que, en verdad, si hay algo que extraer de la experiencia de Ucrania es que el ejército ruso no es un gigante invencible. Eso sí, siempre que enfrente haya alguien dispuesto a luchar, algo que no lo garantiza ninguna inversión militar en una Europa derrotista, alimentada por la molicie.

En cualquier caso, mejorar la disuasión frente a Putin conllevaría el despliegue de fuerzas acorazadas y blindadas, amén de artillería y misiles, a lo largo de lo que durante la guerra fría se llamó el Frente Central, sólo que ahora este Frente Central se habría movido cientos de kilómetros al este. También habría que añadir cazas de combate, unidades de drones y sistemas de defensa aérea y anti-misiles, entre otras cosas.

La mejora de la aviación y de otras capacidades menos convencionales, sin duda añadirían capacidades bélicas a nuestras fuerzas armadas, pero mucho de este nuevo impulso inversor iría a parar a sistemas que poco contribuirían a peor escenario bélico que se puede plantear España, la defensa de nuestros territorios en el Norte de África, desde islotes a las Canarias pasando por Ceuta y Melilla.

El gasto en defensa se puede realizar bien, mal o muy mal. Europa no ha dado pruebas de que sus grandes proyectos les hayan salido como pensaban. Y nuestros gobiernos han estado poco interesados en invertir en defensa más allá de quitarse problemas de encima. No tenemos ni visión ni dirección estratégica más allá de lo que digan los demás aliados. Nuestra industria de defensa estará encantada de que se gaste más en lo que sabe hacer y nuestros militares, en su conjunto, vivirán tranquilos en este aletargamiento estratégico que ya les es habitual.

Porque no hay garantía alguna, más bien todo lo contrario, de que este proyecto de revitalizar la defensa vaya a servir a nuestros intereses estratégicos vitales, se vaya a conducir de manera eficaz y acabe impactando positivamente a nuestras capacidades militares, hay que rechazar de plano el juego de Pedro Sánchez. No es un estadista, sólo busca, como siempre, aumentar su poder. Pero con la defensa no se debería jugar de esa manera tan traicionera.

Temas

En Internacional

    0
    comentarios

    Servicios

    • Radarbot
    • Libro
    • Curso
    • Alta Rentabilidad