
Donald Trump ya ha conseguido, con humillaciones, acosos y amenazas, que Zelenski incline la cerviz y se someta a su plan de paz. Sin embargo, no se sabe si será suficiente para contentar a Putin. De momento, el ruso ha contestado a la oferta con una nube de drones y un asalto sobre las fuerzas ucranianas que todavía conservan una pequeña franja de territorio ruso en la región de Kursk. Ninguno de estos dos movimientos significa nada en el largo plazo. El bombardeo es contestación al llevado a cabo por los ucranianos en la víspera de aceptar el alto el fuego impuesto por Washington. Y la ofensiva en Kursk, tantas veces pospuesta para no debilitar su línea del frente, tiene por objetivo evitar que, cuando la negociación se inicie, parte del territorio ruso esté ocupado. Por otra parte, la ofensiva rusa se ve facilitada por el esfuerzo del ejército ucraniano para que, entre los suyos, haya las menos bajas posibles durante los que podrían ser los últimos días de la guerra.
Está claro que Zelenski se ha resignado a renunciar al territorio ocupado. Es un amargo cáliz que, con la deserción de Trump, sin tiempo para esperar a que el lentísimo rearme europeo se produzca, no tiene más remedio que apurar. A cambio pide garantías de que lo que le quede de país no volverá a ser invadido. Aunque no sea decisivo, aceptar que los estadounidenses aprovechen los recursos minerales ucranianos aporta ya alguna seguridad. No parece que haya inconveniente por parte de Putin a esa explotación. Pero el Kremlin no sólo quiere territorio. Exige también la total finlandización de lo que quede de Ucrania. Quiere que el país sea completamente neutral, con un ejército muy reducido y un Gobierno permeable a la influencia de Moscú. También reclama la rusificación de Ucrania, empezando por un estatuto especial para los ciudadanos rusos y el reconocimiento de su lengua como oficial. Naturalmente, Ucrania tendría prohibido integrarse en la OTAN y en la Unión Europea. Y, desde luego, lo que no admitirá Moscú, salvo sorpresa mayúscula, es que tropas de países miembros de la OTAN patrullen como fuerzas de paz la nueva frontera.
En cualquier caso, el problema no es tanto qué va a exigir Moscú, sino cuánto de lo que pida le parecerá razonable a Trump, si es que hay algo que no se lo parezca. Pues, si Putin no se apea de sus exigencias y va más allá de lo que Trump está dispuesto a darle, sea esto mucho o poco, se supone que será el ruso el que tendrá que soportar las presiones del promotor inmobiliario. Y ahí es donde veremos hasta qué punto el nuevo sheriff es una mera marioneta de Putin o un intermediario neutral que tan sólo quiere una paz que él tenga por justa, a partir del examen de la realidad sobre el terreno. Eso no quitará para que a muchos otros nos parezca un error ceder nada por el daño que para el futuro hará el consentir que una potencia nuclear se quede con parte del territorio de un vecino débil. Mucho más cuando en su día éste renunció a las armas nucleares a cambio de la protección que le brindaron al alimón la potencia que hoy le arrebata su territorio y la que le obliga a soportarlo.
