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Ser socialista fuera de Cataluña

Existe una nueva profesión de riesgo: ser socialista fuera de Cataluña.

Existe una nueva profesión de riesgo: ser socialista fuera de Cataluña.
Europa Press

De vez en cuando, quedamos estupefactos al conocer las profesiones y ocupaciones que algunos han elegido, o no, para ganarse la vida. Uno se pregunta qué necesidad hay de convertirse en bombero en Yogyakarta, ciudad indonesia ubicada junto al Volcán de Monte Merapi; o limpiacristales en Wall Street; o domador de tiburones blancos en Bahamas; o defensor de la libertad en un país comunista o islámico.

Son profesiones de eso que llaman alto riesgo, en los que uno se está jugando la vida incluso cuando está durmiendo y en las que, por muy elevado que fuera el sueldo, nunca merecería la pena.

Pero hay otra profesión emergente que hace tiempo que no le va a la zaga a ninguna de ellas en cuanto a riesgo: se trata de ser socialista fuera de Cataluña. Porque, en Cataluña, es fácil pertenecer al Partido Sanchista Trolero Español y defender, así, los indultos y la amnistía a los independentistas que antes asegurabas que no cabían en la Constitución; y la conveniencia de permitir que la autonomía catalana recaude sus propios impuestos, a pesar de que aseguraste que ello nunca llegaría; o la asunción de la deuda catalana por parte del Estado, disfrazada de medida generalizada en todas las comunidades; o incluso la concesión del control de las fronteras, que hace dos días asegurabas que era inconstitucional.

Pero ¿y fuera? ¿Y fuera de Cataluña? Porque más allá, o más acá, de las fronteras catalanas, aunque parezca mentira, hay también socialistas: seres que se enfrentan todos los días a la ardua labor de salir al pasillo de sus edificios y tomar el ascensor, mezclándose con los vecinos; o pedir un café con media de churros en el bar de la esquina, donde todos conocen de qué pie cojeas; o incluso convertirte en concejal de un pequeño o gran ayuntamiento y tener que pasar los apuros y las vergüenzas que miles de concejales pasan cada día gracias a un partido que nunca tuvo vergüenza, no la tenía cuando facilitó el traslado del oro del Banco de España a Moscú, hace más de 80 años, y no la tiene tampoco ahora.

Esta semana he presenciado el pleno en un ayuntamiento andaluz. Un pleno es uno de los eventos que más me divierte; soy así de rarito. El plenario estaba formado por 25 concejales, con una amplia mayoría del PP. De ellos, al comienzo del mandato, sólo cinco eran del PSOE. Conviene aclarar que, en ese ayuntamiento, un día, hace muchos años, gobernó el Partido Socialista, al que al comienzo de este período le quedaban cinco ediles. Hoy son tres, porque dos no han aguantado la presión de lo que significa hoy ser socialista y se han marchado al grupo de concejales no adscritos.

Uno de esos tres que aún resisten la vergüenza y la deshonra de pertenecer a este partido, el partido que se apoya en Txapote y sus amigos, el partido de "por siete votos tienes el cacharro roto", ejerce de portavoz. Y esta semana le tocó la enrevesada labor de defender ante sus compañeros de corporación y ante la ciudadanía que tiene acceso al desarrollo del plenario a través de un canal on line, que el hecho de que el estado central haya asumido la deuda de las comunidades autónomas es una sensacional noticia para los andaluces y, por tanto, para el resto de los españoles.

Y claro, la primera pregunta que uno se hace es: y si es tan bueno, ¿por qué el PSOE no adoptó antes esta medida? ¿Por qué no asumió esa deuda, qué sé yo, hace seis años? ¿O hace cuatro? Y, sobre todo, ¿por qué ha esperado el Partido Sanchista a que se lo exija Juntos por Cataluña, como parte del chantaje para seguir prestándole esos famosos siete votos que necesita para seguir gobernando?

Al pobre portavoz socialista, al que le habían escrito un discurso que leía con tozuda dificultad, mitad por el infumable contenido, mitad porque no parece estar tocado con el don de la elocuencia, se le iba un color y se le venía otro, mientras iba maltratando el texto que tenía delante, con la delicadeza de un cascanueces, sin encontrar una explicación que pudiera aclarar que justo en el momento que el partido independentista liderado por un prófugo de la Justicia les ha obligado a que entre todos asumamos la deuda catalana, a ellos se les ha ocurrido generalizar tan benefactora medida.

Al final, el tipo en cuestión terminó echando mano del argumento fácil y afirmó, casi sin despeinarse la poblada melena que lucía a pesar de sus años, que ese dinero que él llama "condonado" es necesario para que la Junta de Andalucía invierta en sanidad, que ya "estamos hartos de tantos recortes desde que llegó Juanma Moreno".

No seré yo quien culpe al buen señor, que bastante tenía con tratar de leer más de tres líneas seguidas sin perderse, de ignorar que los seis años de gobierno del PP en Andalucía son los de mayor inversión de la Junta de Andalucía en Sanidad y que nunca hasta el año 2020 se habían superado los diez mil millones de presupuesto en materia sanitaria en esta comunidad. Desde 2020, esa cifra ha ido creciendo desde los 11.000 a los 14.000 millones, mientras que la Junta del PSOE jamás llegó a los 10.000.

El desventurado e infausto portavoz acabó su intervención y luego fue reventado a datos por el partido que posee 15 representantes de 25 en el mencionado plenario, frente a los 3 que ha conseguido retener él. Yo no he hablado nunca con este señor, pero me gustaría. Me gustaría saber cómo es su vida cotidiana y cómo afronta el hecho de haber tenido que pasar de negar posibles gobiernos apoyados en la ETA y en independentistas a aplaudirlos; de descartar por inconstitucional la amnistía a defenderla como vehículo imprescindible para la concordia; de reírse cuando le decían que su partido concedería la recaudación de impuestos o perdonaría deuda a Cataluña a argumentarlo ahora a capa y espada; o de discutir asegurando que el PSOE no permitiría el control de fronteras por parte una comunidad autónoma a tratar de convencer a sus interlocutores que eso es, para los españoles, de un beneficioso que te rilas.

Disfrutaría siendo testigo mudo de cómo encaja el atormentado portavoz socialista las conversaciones sobre estos asuntos en el ascensor de su edificio, en la cafetería de los churros o en la Cena de Navidad con sus cuñados; como me encantaría saber qué tendrá que decir cuando descubra que el partido al que acusa de recortar en Sanidad es el que lleva seis años de presupuestos récord en la sanidad andaluza. Un buen día, el portavoz llegará al pleno de su ayuntamiento y descubrirá que ya no hay más compañeros en su grupo o incluso que él ya no tiene asiento, porque la totalidad de los ciudadanos se han cansado de que les tomen el pelo él y los suyos. Ese día, si todo va bien, está cada día más cerca: recuerdo, 3 concejales de 25. Es la dificultad, la dureza de ser socialista… fuera de Cataluña.

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