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Oye bro, Guerra dimitió

Habrá tantos casos de corrupción como ministros. Si es general no resultará anormal.

Habrá tantos casos de corrupción como ministros. Si es general no resultará anormal.
David Sánchez, hermano de Pedro Sánchez. | Europa Press

Si se convocara un concurso popular de causas que merecieran la dimisión en bloque de un gobierno a nadie se le ocurriría pensar en que se bautizara como "hermanísimo", un enchufe ilegal para el hermano del presidente. Pero el PSOE es ignífugo, sumergible y blindado.

El superlativo de un sustantivo no lo merece cualquiera. Cuando se trata de afinidad familiar supone la máxima protección del clan o, al menos, tal apariencia. El "yernísimo", el marqués de Villaverde, Cristóbal Martínez Bordiú, lo ganó a pulso por estar casado con Carmen Franco, hija de su padre. El suegro le dio muchas palmaditas y miró para otro lado cuando al noble se le abrían puertas en su nombre, pero nunca le hizo mucho caso, ni a él ni a esa "camarilla de El Pardo" que gestionaba el marqués junto a Carmen Polo y que presumía de forzar nombramientos de la órbita de Carlos Arias Navarro.

Cristóbal medraba con estilo profesional. Hasta imaginó la posibilidad de tener una hija reina después de unir a los Franco con los Borbón emparejándola con el duque de Cádiz, don Alfonso. No hizo finalmente grandes conquistas, pero era "el yernísimo", qué duda cabe. Cuando todo terminó mostró su verdadera talla fotografiando la agonía de su suegro en La Paz… y, vendidas por él o no, las fotos acabaron en manos de Jaime Peñafiel que pagó mucho y las publicó en La Revista. En resumen, un parásito de intensa vida social al que muy de vez en cuando le salía bien una operación de corazón, pues era cirujano cardiaco, además de yerno.

Hace menos tiempo, pero ya 30 años, se celebró un sonado juicio protagonizado por un señor de fácil caricatura: calvo, con espesa barba negra y casi siempre con sus Ray-Ban puestas. Tenía despacho propio, se llamaba Juan y se apellidaba Guerra, el primer "hermanísimo". Por su mesa pasaban todo tipo de trámites para adquirir aceleración, consejo o visado.

Los hay que dicen que, comparado con lo de ahora, aquello fue un juego de aficionados porque además ni siquiera pisó la cárcel y terminó condenado por un simple fraude fiscal. La realidad lo desmiente: Alfonso Guerra acabó dimitiendo de vicepresidente del Gobierno, nada menos. Los "cafelitos" acompañaron muchos años a reuniones en las que se tejieron complejos entramados empresariales que crearon escuela en la Andalucía de Chaves y Griñán, los héroes del PSOE, indultados de sus delitos. Tan grave resultó el asunto que lo de Juan Guerra alumbró un tipo de delito que antes carecía de denominación: el "tráfico de influencias". Y llegó para quedarse.

En el caso de los Sánchez Bross. todo es más burdo y rápido. Al marqués de Villaverde o a Juan Guerra les habría faltado tiempo para explicar con todo lujo de detalles a qué se dedicaban o dónde estaban sus despachos, aunque fuera mentira. Sin embargo, al bohemio le gusta presumir de su escasez esférica. No sabe, no recuerda, no entiende, sólo supone o se imagina. Y todo con esa voz de su hermano, tan de su hermano que uno no sabe quién habla de verdad. A lo mejor David el hermanísimoy cuñadísimo, si proyectamos— es una simple vaina orgánica que maneja el presidente a distancia o, peor aún, estamos ante la Invasión de los ultracuerpos que nos va dejando por ahí extraños clones sin apenas presencia de ánimo, arrastrados pero muy aprovechados y malignos.

Pues Alfonso dimitió. No defenderé aquí a los culpables de casi todos los males que hoy nos aquejan, como el asalto a la Justicia, el Estatuto catalán constituyente o el dopaje nacionalista que mina las instituciones. Pero Alfonso dimitió. Ahora se lleva más el cinismo hiperbólico consistente en devolver el argumento, aumentado, sin darse por aludido. El señalado señala, el acusado acusa. Y si a un ministro lo adornan cinco o seis señoras con tarifa premium o si a un diputado nacional lo llaman por su mote en los locales de neones de colores, su partido presumirá de feminismo, igualdad y lucha contra la brecha de género. Del mismo modo, si el hermanísimo recorre mundo por la cara, consigue empleo sin mover un dedo o se forra sin saber hacer nada… y le pillan, pues se busca a un padre, a otro hermano o a un novio, pero del partido de al lado. Y se suelta a la rehala mediática.

Los hombres y mujeres de confianza del presidente del Gobierno, incluido el fiscal general del Estado, están inmersos en la corrupción más grosera de los últimos tiempos. Su esposa y su hermano siguen imputados, línea roja que siempre puso el PSOE para obligar a dimitir, expulsar y ajusticiar. Y cuantos más detalles trascienden de las aventuras de cada uno, menos peligro parece que corre este Gobierno.

El bro del peor presidente de la democracia española no va a provocar la caída de Pedro Sánchez. Las correrías rascafondos de Begoña, la "mujercísima", parece que tampoco. Y las furcionarias de lupanar pasan como la vida, por delante de nuestros ojos, recogiendo el dinero que se llevan de nuestros impuestos. Habrá tantos casos de corrupción como ministros. Si es general no resultará anormal.

Sólo entienden una cosa: la respuesta firme, rápida y sin amagos. Es el sopapo que recuerda que lo que está sucediendo es extraordinario y debe pararse en seco. Precisamente lo que ha hecho Isabel Díaz Ayuso contra Reyes Maroto, la flautavoz del PSOE en la Asamblea de Madrid que se pasó de frenada al acusar al gobierno regional de asesinar a 7.291 personas mayores en residencias durante la fatídica pandemia. La querella está en camino y a Maroto, la que nunca se comunicó con Víctor de Aldama (42 mensajes de Whatsapp encontrados), ya le tiemblan las rodillas.

Si no dimiten, guerra.

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