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El traje nuevo del Emperador Trump

Los partidarios de Trump nos explican que lo que están viendo nuestros propios ojos en realidad no es tal cosa. El masterplan MAGA tiene la misma fiabilidad que los comités de expertos de Sánchez.

Los partidarios de Trump nos explican que lo que están viendo nuestros propios ojos en realidad no es tal cosa. El masterplan MAGA tiene la misma fiabilidad que los comités de expertos de Sánchez.
Donald Trump. | EFE

Nunca atribuyas a la maldad lo que pueda explicar adecuadamente la estupidez. Así reza la Navaja de Hanlon, uno de esos aforismos que los tuiteros y los enganchados terminalmente a la actualidad adoptamos como divisa a falta de una herramienta mejor para entender el caos.

La batería de aranceles que la administración Trump le ha impuesto a todos los países de la Tierra, habitados o no, tiene a cualquier espectador de telediario rascándose la cabeza preguntándose qué demonios hay detrás del regreso al proteccionismo decimonónico, una medida tan obviamente dañina para las economías americana y mundial. Los partidarios de Trump nos explican que lo que están viendo nuestros propios ojos en realidad no es tal cosa. "No os enteráis de nada", susurran achinando la mirada, poseedores de un conocimiento arcano vetado a los simples y a los liberalios. El presidente está disputando una partida de ajedrez hexadimensional cuya estrategia última no desvela porque somos incapaces de aprehenderla en toda su magnitud. "No se llega a rico siendo un idiota", dicen. Dejando aparte de que se trata de la afirmación más discutible de la historia, el set de habilidades intelectuales, sociales, diplomáticas y políticas necesario para invertir en real state la fortuna de papá no es el mismo que se requiere para reformar de raíz la economía planetaria. El mundo no funciona como un casino o como una promoción inmobiliaria en Queens. "No tienes las cartas", le decía Jotadé a Zelenski en la Casa Blanca. Sus gañidos no impidieron escuchar la respuesta del presidente ucraniano: "No estamos jugando, estamos luchando una guerra".

Los aranceles se calcularon usando un Excel de cuatro columnas cuya única fórmula era tan simple que pasó poco más de media hora hasta que el primer tuitero la dedujo correctamente. Los complejísimos cálculos acerca de los "aranceles reales" que Estados Unidos sufre por parte del resto del mundo consistían en dividir el déficit comercial en bienes (que no servicios) entre la cantidad de bienes exportados. En todos los países la fórmula es exactamente idéntica, independientemente de si realmente hay aranceles o no. Para calcular el arancel "recíproco" se dividía la cifra resultante por dos, con un mínimo del 10%. Y ya. No hay más. Eso es todo. Todos los países del mundo, aliados o no, recibieron sus aranceles, incluidos los países amigos íntimos como Israel o la Argentina de Milei. Todos excepto Rusia, Cuba y Corea del Norte, no vaya a ser que se nos olvide que Trump funciona exactamente igual que lo haría un asset de Putin.

"En la administración Trump hay gente que sabe de economía". Nadie lo duda. Seguramente también saben de geopolítica, y aun así en la lista de aranceles aparecían las Islas Heard y McDonald, deshabitadas salvo por una enorme colonia de pingüinos. También aparecían dependencias minúsculas que viven de la agricultura y pesca de subsistencia, como Tokelau y Norfolk, dos islas, neozelandesa y australiana, que entre ambas no suman 3.000 habitantes y cuyas exportaciones a Estados Unidos son de exactamente cero dólares y cero centavos. La medida económica más importante del último lustro, destinada a, supuestamente, dar el pistoletazo de salida a una década de cambios radicales en las relaciones económicas planetarias, ha sido elaborada con menos esmero que un trabajo de sexto de primaria. No es ajedrez 4D, es simple y llana incompetencia. La misma incompetencia que llevó al secretario de defensa a invitar por error a un periodista al chat privado donde estaban discutiendo los bombardeos en Yemen la directora de la CIA, el vicepresidente o el secretario de Estado. Exactamente la misma incompetencia que lleva al gobierno a deportar a un señor de Maryland a una prisión salvadoreña "por un error administrativo" y a reconocer que ya no pueden traerle de vuelta porque está fuera de su jurisdicción.

Quizá el lector recuerde las sucesivas "jugadas maestras" con las que Puigdemont iba a torcer la voluntad de España y de la Unión Europea, forzando al gobierno a reconocer el referéndum de amigotes que sirvió de excusa para el golpe de Estado de octubre de 2017. "Los reconocimientos internacionales vendrán", decían los indepes en aquellas semanas caóticas, contradiciéndose con el más elemental sentido común. No había ningún plan más allá de las siguientes 48 horas, y así les fue. Todo va a salir bien. "Trust in Trump". Las explicaciones que da el entorno del presidente se reducen a eso. Nebulosas, inconcretas y a ratos simplemente absurdas. El concepto que mejor describe las explicaciones del trumpismo a ambos lados del charco es el de cancamusa.

"¿Qué es la cancamusa? La cancamusa es eso que es más complicado de lo que parece, eso que ni usted ni yo sabemos porque no somos expertos en nueva economía; la cancamusa es eso en lo que se basan los discursos inspiradores, son esos datos que manejan los expertos y que resultan incomprensibles a los mortales. Esas cuentas internas, esa carta sin levantar que permite al jugador de póker ir de farol. La cancamusa es esa nube en la que flotan los gurús muy por encima de usted y yo. (...). La cancamusa es esa parte de la ecuación que cuando se elimina, uno lo ve claro y concluye: ‘cojones, esto es un timo’". La cita es de un viejo artículo de 2008 de Alfredo de Hoces, pero sigue siendo tan válida como entonces. Los trileros son iguales en todas partes y en todas las épocas. Un gobierno que se niega a explicar por qué hace lo que hace y cómo va a solventar los problemas que inevitablemente provocan sus decisiones está vendiendo humo. El masterplan MAGA tiene la misma fiabilidad que los comités de expertos de Sánchez. Por eso resultan tan graciosos los cortesanos que se pasan el rato analizando cada pliegue del traje nuevo del emperador naranja, cuando la realidad es que Trump va con el Cheeto al aire.

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