
La imagen de los mineros de las montañas alemanas del Jura, que entraban en los pozos acompañados de jaulitas con sus canarios para que éstos les advirtieran de los escapes del temido grisú infiltrado en las galerías, aún perdura en el recuerdo. Los canarios "flauta" criados por los mineros con el mayor esmero, son todavía una referencia por la excelencia de su canto.
La historia de la canaricultura se remonta a más de cinco siglos atrás, cuando los caballeros normandos mercenarios de Juan II de Castilla anexionaron las Islas Canarias a la corona castellana.
Los primeros datos históricos hablan de la admiración que causaron a los conquistadores unos pajarillos que los guanches criaban en sus hogares por su canto maravilloso; los llamaron "verdegays" y no tardaron en llegar a Europa los primeros ejemplares importados: eran los primeros canarios domésticos, que pronto se difundieron por distintos países del Viejo Continente.
Hoy los canarios son los pájaros domésticos más populares en el mundo, se crían con mucha facilidad y su multiplicación en diferentes variedades ha dado lugar a una afición verdaderamente apasionante: la canaricultura.
No es momento de profundizar en los secretos de la canaricultura ni en la casuística de una variedad racial que sorprendió al mismísimo Darwin y le inspiró algunas matizaciones de su entonces gestante teoría evolutiva.
Recordemos que, a partir de los primeros ejemplares importados, hace más de cuatrocientos años, las líneas de selección se orientaron hacia tres grupos de variedades: canarios de color, canarios de canto y canarios de postura y fantasía.
Nos interesa en nuestra columna la evolución de los canarios de canto, que se diversificaron en las razas llamadas en la España decimonónica canario "del país" y "canarios flauta".
El "canario del país", criado y diversificado en España era un pájaro de canto sonoro, alegre, metálico, capaz de ser escuchado a distancia; si se nos permite una comparación con los registros de la voz humana, el canto de este canario sería asimilable a la voz del tenor por su tono agudo y la alegría de sus variantes. El canario del país, o "balconero" como se le conocía popularmente, derivó por selección hacia el "canario timbrado español", raza dividida después en varios subtipos.
Mientras esto ocurría en España, Europa Central orientaba la selección de sus canarios en la búsqueda de un canto imitador del del ruiseñor silvestre; a causa de la emisión por parte de los mismos de unas notas discontinuas de especial dulzura, se les llamó "canarios flauta", la quintaesencia musical de la especie Serinus canarius importada de nuestro archipiélago canario.
El más perfecto imitador del ruiseñor fue conseguido por los criadores de Francia y Bélgica, especialmente los de la región de Malines, que se llamaron "canarios Malinois". Pero en Alemania ocurrió algo especialmente curioso…
Fueron los mineros de las montañas del Jura alemán, y concretamente los trabajadores de la ciudad de Saint Andreasberg quienes iniciaron la cría de canarios cantores para que les advirtieran con su canto o con el cese del mismo, de la presencia del temido gas grisú en las galerías de las minas, donde los llevaban con ellos durante las jornadas de trabajo.
Las pequeñas jaulitas con los canarios cantores, que con verdadero mimo criaban los mineros, constituyen en la actualidad una imagen realmente curiosa; de ellos deriva la variedad actual llamada "canario Roller", emisor de la voz del "bajo" de la especie; los "Roller" cantan con el pico semicerrado y emiten su voz redoblada con incomparable tono grave y especial musicalidad.
Todavía se recuerdan los nombres de los primeros criadores alemanes de Roller. No fueron músicos profesionales, aunque por el resultado lo parece, sino obreros y mineros; se recuerdan los nombres de alguno de ellos, como Henri Seiffert, artesano de Loebtau, criador del más legendario Stamm de Roller. Los canarios de esta raza se conocen en la actualidad como Roller del Hartz o Edelroller, aludiendo a su origen geográfico o a su carácter de "nobles ruladores".
Merece la pena recrearse en la circunstancia de que los canarios de musicalidad más melodiosa y compleja no hayan sido seleccionados por músicos profesionales, sino por mineros: bien merecen nuestro homenaje.
Un accidente que nos sorprende
La reciente explosión de una bolsa de grisú en la mina Cerredo que ha causado la muerte de cinco mineros, cuatro de ellos de la localidad leonesa de Villablino y el quinto de la de El Bierzo, parece una pesadilla procedente de un pasado todavía reciente. Seguramente la desgracia tendrá mucho recorrido desde el punto de vista legal, pero no es éste el punto de vista al que querríamos hacer referencia.
La zona carbonífera montañosa de León y Asturias es un verdadero paraíso desde el punto de vista naturalista: maravillosos paisajes, pueblos pintorescos, especies animales tan valiosas como osos o urogallos: mucho más de lo que cualquier turista podría imaginar, pero unas poblaciones humanas que durante siglos dependieron de la minería que tendrían motivos para hacer lo que hicieron muchos de sus antepasados cuando se produjo el cierre de los pozos: marcharse.
Abandonar el paraíso natural para trasladarse a la ciudad, no digamos en la ruina porque a falta de reconversión, se produjeron indemnizaciones, siempre insuficientes pero al menos paliativas: esa era la alternativa a la que los pobladores actuales se negaron a acogerse.
El cese de la explotación carbonífera de aquellas zonas, mineras desde tiempos ancestrales, puede que fuera imprescindible en tiempos del gobierno de Felipe González; pero hoy debemos reconocer que ninguno de los gobiernos sucesivos hasta la actualidad ha sido capaz de plantearse seriamente una reconversión económica que permita a los vecinos quedarse, no para volver a vivir de la mina, pero al menos para mantener vivo el entorno y los recuerdos.
Pero nuevos vientos de futuro circulan sobre las montañas carboníferas: la necesidad de materiales para las nuevas industrias que requieren elementos o compuestos, como el grafito o el litio, parece capaz de despertar el interés de potentes compañías internacionales que miran de nuevos a los restos de las viejas acumulaciones carboníferas, cuando parece que hemos olvidado algunos de los peligros que su explotación encierra.
Corremos el peligro de la proliferación de licencias para la "investigación" de los antiguos terrenos mineros que de ningún modo deben confundirse con intentos de explotación clandestina, algo parecido a aquella caza de ballenas con fines científicos que practicaban los japoneses para eludir las moratorias internacionales.
Queda el campo abierto por el sacrificio de la vida de los cinco mineros fallecidos para que acontecimientos tan tristes vuelvan al mundo de los trágicos recuerdos de una minería cuyos peligros parece que hemos olvidado y ahora no sabemos resolver. Ni prevenir.
Ni una sola vida perdida más. Y nuestro homenaje y recuerdo a los mineros fallecidos. A sus familias, el más sentido pésame.
Miguel del Pino Luengo, catedrático de Ciencias Naturales.
