
El miedo es un combustible político frente al que hay que estar en guardia, pero cuando llega el pánico, que nunca llega solo, la vigilancia hay que duplicarla. El Gobierno de Sánchez está dando señales de que tiene interés en que se instale en España un estado de pánico por causa de los aranceles norteamericanos. Esto siempre es jugar con fuego —el pánico como combustible acelerante—, pero los precedentes que salieron bien, le incitan al juego. Las ventajas de una situación de alarma son notables para el Gobierno. Una alarma interrumpe, suspende o cancela la rutina y ese corte radical viene bien cuando la rutina va por malos derroteros. Para un Gobierno en minoría, sin presupuestos, impotente, fustigado por sus socios es una bendición moverse del callejón sin salida donde está a una gran plaza en la que posar, en plan heroico, como defensor de España.
La gira de Sánchez por Asia, con paradas en China y Vietnam, ya estaba prevista, pero ahora, en lugar de un viaje rutinario más, servirá para mostrar liderazgo ante el nuevo desafío, protagonismo en la búsqueda de otros mercados, capacidad para defender los intereses españoles frente al villano neoyorquino. Es posible que de estas visitas saquen más los visitados que nosotros, porque los visitados no son tontos. En su anterior viaje a China, Sánchez accedió a hacer campaña contra los aranceles europeos a los coches eléctricos chinos para intentar que no subieran los aranceles al porcino español. Ahí nadie regala nada. Esta vez, los resultados se inflarán más todavía. Hay viajes al exterior que son viajes para el interior. Los mitólogos de Moncloa sembrarán la especie de que Sánchez, en las crisis, se crece.
El Estado de excepcionalidad tiene, para un Ejecutivo débil, la virtud de hacerlo parecer fuerte. En el torbellino de lo excepcional, un Ejecutivo incompetente puede disimular su incompetencia. De ambas cosas dejó prueba el Estado de alarma pandémico, Estado al que Sánchez se hizo adicto. El dicho de que las crisis son una oportunidad, tan manido y como de autoayuda, sí lo aplican en el Gobierno. Las ven como una oportunidad para recuperar el capital político perdido u obtener el que nunca tuvieron. Esto significa que son una oportunidad para hacer que pierda capital político el rival.
El objetivo número uno del escenario del pánico es engrandecer la figura presidencial, y el número dos, empequeñecer la del líder de la oposición. Las manos no se tienden de forma desinteresada. Aquí nadie regala nada. A Feijóo le quieren dar el abrazo del oso y a lo mejor lo pillan despistado. El PP está en darle la puntilla a Vox aprovechando también el pánico. La llamada guerra comercial se traduce aquí en guerra de partidos. En el lío de los aranceles, cada partido ve una gran ocasión para debilitar al partido competidor o, quién pudiera, liquidarlo. Heroico.
