Un par de días de la gira asiática del presidente del Gobierno han bastado para recordarnos el ámbito ideológico en el que Pedro Sánchez se siente más cómodo, los referentes políticos e históricos que son de su agrado y los aliados con los que quiere contar y con los que quiere que España cuente.
Para empezar, su visita a la tumba de uno de los mayores asesinos de la segunda mitad del siglo XX, el comunista Ho Chi Minh, que podría quizá justificarse como un trámite inevitable en una visita a Vietnam, pero de la que Sánchez presumía en su propia cuenta de X.
Resulta chocante, por no decir grotesco, que el gran justiciero del franquismo, aquel que juzga al dictador español desde una altura y una exigencia moral infinitas, sea tan laxo a la hora de rendir homenaje a un auténtico asesino de masas responsable de una dictadura mucho más totalitaria, una represión incomparablemente más dura y una cantidad de muertes que multiplica por miles la de los 40 años de Franco. Pero, a pesar de ello, ese insoportable odio a todo lo no democrático que asalta a Sánchez y los suyos cada vez que pasan cerca del Valle de los Caídos le abandonó al entrar al mausoleo de Ho Chi Minh.
Unas 24 horas después ha sido la dictadura comunista china –probablemente la más salvaje y peligrosa del planeta– la que ha defendido a Sánchez tras las advertencias de la Administración Trump sobre el acercamiento de España y la UE al gigante asiático. Ha sido el ministro de Exteriores de Pekín, Lin Jian, el que ha hablado de las buenas relaciones entre los dos países, del incremento del comercio bilateral y de los "proyectos conjuntos en energías renovables y desarrollo sostenible". Como ven, todo de una corrección política impecable e insoportable.
A falta de un sentido homenaje a Mao cuando esté en Pekín desde este viernes, podemos decir que los objetivos de Sánchez con esta gira asiática están cumplidos: ha recabado el apoyo de dos regímenes comunistas totalitarios y España sigue manteniendo unas relaciones excelentes con toda esa constelación internacional de regímenes represores y repugnantes entre los que se cuentan faros morales y democráticos como Cuba, por supuesto la Venezuela de la amiga Delcy, Hamás o Irán.
En cuanto al disparate de los aranceles y sus consecuencias a medio y largo plazo, es cierto que lo que Trump está haciendo es un despropósito tras el que se ve a un grupo de amateurs de la gestión pública sin un plan demasiado claro y, quizá, respondiendo a intereses no del todo transparentes. Sin embargo, mal haría ya no Sánchez, sino toda la Unión Europea en emprender un viraje hacia la órbita china. Sí, el presidente americano está demostrando su ineptitud y un fondo moral muy escaso, pero Estados Unidos sigue siendo una democracia de instituciones sólidas que permanecerán ahí cuando Trump ya no esté. Por el contrario China es, como todas las dictaduras comunistas, un pozo sin fondo de corrupción moral y mentiras, un enorme campo de concentración sin derechos humanos y, además, un socio en el que no se puede confiar ni en lo político ni en lo económico.


